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Autor Tema: Del capitalismo “serio” al capitalismo corrupto...  (Leído 159 veces)

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Del capitalismo “serio” al capitalismo corrupto...
« en: Febrero 29, 2012, 07:31:25 pm »
Por...  MARCELO COLUSSI


 Hoy dí­a los “negocios sucios” han pasado a ser la fuerza principal que dinamiza al sistema en su conjunto. La especulación financiera, el negocio de las armas (principal industria a nivel global, que no es otra cosa que el negocio de la muerte), el tráfico de drogas ilí­citas, el lavado de capitales “sucios”, el crimen organizado en su conjunto, la guerra, no son una nota marginal en el capitalismo actual: ¡son su esencia, su savia vital, su núcleo fundamental!
 
Para mi papá, trabajar era lo más fácil del mundo. Viajaba y se alojaba en el mejor hotel de Miami (…) a la luz de todo el mundo, recibiendo a los más evidentes mafiosos norteamericanos (…) llegaba con dinero, entraba y salí­a, lo declaraba a su nombre.
 
Juan Pablo Escobar [hijo del narcotraficante colombiano Pablo Escobar], en “Los pecados de mi padre”
 
“La corrupción ha acompañado la historia de la humanidad, pero en nuestros dí­as ha alcanzado tales extremos que los hechos derivados de su significado etimológico: descomponer, depravar, dañar, viciar, pervertir, sobornar y cohechar, no parecen suficientes para describir este cáncer de la sociedad, convertido en un antivalor generalizado. La corrupción constituye un fenómeno polí­tico, social y económico a nivel mundial. Es un mal universal que corroe las sociedades y las culturas; se vincula con otras formas de injusticia e inmoralidades, provoca crí­menes y asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad; genera marginalidad, exclusión y miedo en los demás pobres mientras utiliza ilegí­timamente el poder en su provecho. Afecta a la administración de justicia, a los procesos electorales, al pago de impuestos, a las relaciones económicas y comerciales nacionales e internacionales, a la comunicación social. Está por igual en la esfera pública como en la privada, y en una y otra se necesitan y complementan. Se liga al narcotráfico, al comercio de armas, al soborno, a la venta de favores y decisiones, al tráfico de influencias, al enriquecimiento ilí­cito”. Todo esto, con caracterí­sticas casi apocalí­pticas, lo decí­a la Conferencia Episcopal de Ecuador reunida en Quito en 1988 en su documento “Corrupción y conciencia cristiana”. Hoy dí­a podrí­amos suscribir uno a uno estos conceptos como algo absolutamente vigente en cualquier parte del mundo.
 
Agregaba el documento más adelante: “La corrupción refleja el deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la justicia. Atenta contra la sociedad, el orden moral, la estabilidad democrática y el desarrollo de los pueblos”. Más aún: la lapidaria descripción presentada por los prelados no es patrimonio de cualquier “pobre y atrasada nación del Sur”, de algún “Estado fallido”, como una dudosa ciencia polí­tica de corte imperial se ha dado en calificar últimamente a algunos paí­ses del Tercer Mundo. Por el contrario, es la más fiel descripción del capitalismo desarrollado del Norte. ¿No es esa acaso la nota distintiva del capital financiero que maneja el planeta?
 
Hoy dí­a los “negocios sucios” han pasado a ser la fuerza principal que dinamiza al sistema en su conjunto. La especulación financiera, el negocio de las armas (principal industria a nivel global, que no es otra cosa que el negocio de la muerte), el tráfico de drogas ilí­citas, el lavado de capitales “sucios”, el crimen organizado en su conjunto, la guerra, no son una nota marginal en el capitalismo actual: ¡son su esencia, su savia vital, su núcleo fundamental!
 
El capitalismo de fines del siglo XX y comienzos del XXI ha pasado a ser, lisa y llanamente, una mafia. La corrupción, si nos apegamos a la caracterización hecha más arriba, no es una enfermedad del sistema, un cuerpo extraño que lo ataca: es su dinámica cotidiana, lo que constituye y define su forma actual.
 
El capitalismo contemporáneo, manejado por mega-capitales de alcance planetario, se asemeja más a una estructura mafiosa, corrupta y delincuencial que al espí­ritu empresarial que lo puso en marcha hace ya algunos siglos. La “aventura” de invertir y buscar hacer prosperar el negocio, sabiendo que ello puede suceder pero que no está asegurado de antemano –el riesgo ocupaba un lugar por cierto– se cambió hoy dí­a por un esquema donde la ganancia fácil es la norma. Para ello este nuevo esquema corrupto se asegura su “íéxito” con prácticas más de orden criminal que empresarial. “Estados Unidos requiere libertad de acción en las zonas comunes globales y acceso estratíégico a regiones importantes del mundo para satisfacer nuestras necesidades de seguridad nacional”, puede leerse en la Estrategia de Defensa Nacional de Washington del año 2008. La ganancia se asegura al precio que sea, y si es por medio de la fuerza bruta, no importa: el fin justifica los medios. La proclamada “libre competencia” quedó en la historia. El mundo pasó a ser el campo de acción de bandas delincuenciales… ¡legales!, con poderes omní­modos y que se dan el lujo de hablar de democracia y libertad. Igual que un gángster de barrio, el actual capitalismo se mueve con la más descarada bravuconerí­a e impunidad.
 
La corrupción, entendida en el modo en que la declaración de Quito lo presenta, es decir como “descomponer, depravar, dañar, viciar, pervertir, sobornar y cohechar”, es consustancial al clima de negocios que domina el mundo. O mejor dicho, con que los mega-capitales globales dominan al mundo.
 
Si a principios del siglo XX el presidente de Estados Unidos Calvin Coolidge podí­a decir que el negocio de su paí­s consistí­a en “hacer negocios”, hoy eso se ha trocado en “hacer negocios sucios”. El criminal negocio de la muerte (las armas, las guerras, las drogas ilegales) cada vez más va entronizándose como el ámbito de mayor crecimiento, que más ganancias da. A tí­tulo de ejemplo: en estos últimos 35 años el negocio de las drogas ilí­citas dentro del territorio estadounidense (un gran negocio de la muerte manejado criminalmente ¡no sólo por capos latinoamericanos!) creció de un promedio de 17 a 400 toneladas –más de una tonelada diaria vendida–, es decir: un 2.353%, lo que da como resultado un 67% de crecimiento anual (í­ndice que ningún otro rubro comercial siquiera sueña con alcanzar).
 
Junto a ello, el negocio de las armas, fabricadas por las principales potencias mundiales encabezadas por Estados Unidos, produce igualmente ganancias fabulosas, siempre manejadas con criterios criminales, mafiosos. Por lo pronto, el monumental negocio de las armas (que ocasiona dos muertes por minuto a escala planetaria) no se parece a ningún otro. Debido a su relación con la seguridad nacional y la polí­tica exterior de cada paí­s, funciona en un ambiente de alto secretismo y su control no está regulado por la Organización Mundial del Comercio sino, muy precariamente, por los diferentes gobiernos. En general –esto es sin dudas lo más preocupante– los gobiernos no siempre están dispuestos o son capaces de controlar las ventas de armas de forma seria y responsable. Por otro lado, lo más frecuente es que las legislaciones nacionales en la materia, si la hay, sean inadecuadas y estíén plagadas de vací­os legales, en tanto que los mecanismos existentes no son obligatorios y apenas se aplican. En otros tíérminos: el negocio de las armas no es transparente, se maneja como asunto mafioso, gangsteril. Por no ser de conocimiento público no está sujeto casi a ninguna fiscalización, vendiíéndose tanto en el mercado “legal” como en el negro. Por eso, las diversas iniciativas internacionales de la post Guerra Frí­a para fiscalizar este tipo de transacciones han resultado inútiles. Los intereses económicos, polí­ticos y de seguridad hacen de este rubro un sector misterioso, intocable en definitiva. Es decir: corrupto, viciado, impenetrable, peligroso para el ciudadano común.
 
Y peor aún: los mega-capitales o mega-fondos que manejan estos monumentales negocios no son transparentes, no están controlados por nadie. Los mismos hacen y deshacen a su antojo, definiendo guerras o polí­ticas que afectan a vastos sectores de la humanidad, produciendo quiebras de economí­as nacionales cuando lo deciden y aumentando sus ganancias en forma exponencial sin asumir el más mí­nimo riesgo. Para ilustrarlo, Ignacio Ramonet explica sintíéticamente en “Nuevo capitalismo” cómo funcionan estas mafias legales, intocables, absolutas: “Para adquirir una empresa que vale 100, el fondo pone 30 de su bolsillo (se trata de un porcentaje promedio) y pide prestados 70 a los bancos, aprovechando tasas de interíés muy bajas. Durante tres o cuatro años reorganiza la empresa con los administradores que tení­a, racionaliza la producción, desarrolla actividades y capta toda o parte de las ganancias para pagar los intereses… de su propia deuda. Despuíés de lo cual, revende la empresa a 200, por lo general a otro fondo que hará lo mismo. Una vez devueltos los 70 pedidos en príéstamo, le quedan 130 en el bolsillo, por una puesta inicial de 30, es decir, más del 300% de tasa de retorno sobre inversiones en cuatro años. ¿Quiíén da más?”
 
El capitalismo actual se basa fundamentalmente en el sistema financiero internacional; esos mega-capitales, que no tienen patria, que responden sólo a la lógica del dinero fácil y rápido, se mueven en un espacio de extraterritorialidad ajeno en un todo a leyes nacionales, a superintendencias bancarias, a regulaciones, a convenios internacionales. Ese espacio no controlado (igual que el del negocio de las armas o de las drogas ilegales) –y que, al contrario, controla en muy buena medida la marcha del mundo– es el de los llamados paraí­sos fiscales y la banca offshore.
 
Hoy por hoy nadie sabe con exactitud cuántas son esas empresas y esos capitales. Lo cierto es que existen, y su presencia en la dinámica global es decisiva: sociedades virtuales o reales que no están obligadas a presentar balances, a establecer su composición accionaria o, incluso, a tener capital alguno. Las hay en todo el mundo: en islas perdidas diseminadas a lo largo del planeta, en capitales de paí­ses del Norte, o curiosidades como el Principado de Sealand, que funciona sobre una antigua plataforma petrolera del Mar del Norte, o el Dominio de Melchizedek, la primera “nación virtual”, situada sobre un desíértico atolón vecino a las Islas Marshall, en la Micronesia en pleno Ocíéano Pací­fico, que a travíés de su página HYPERLINK “http://www.Melchizedek.com” \t “_blank” www.Melchizedek.com ofrece nacionalidad, pasaporte y facilidades para toda clase de negocios.
 
Extremando las cosas podrí­a decirse que el capitalismo en sus albores era “serio”; o, si prefiere, fijó reglas donde el espí­ritu de empresa, el riesgo de la aventura comercial era parte de su proyecto, asumiendo eso con total seriedad. El libre mercado, la competencia interempresarial fue, sin dudas, su motor original. Era lí­cito enriquecerse siguiendo esas reglas. Por supuesto que las mismas implicaban la esclavitud o eliminación de millones de seres humanos y la depredación inmisericorde del medio ambiente; pero esas eran las reglas del juego. En eso consistí­a su “mayorí­a de edad” como sistema, su seriedad, destronando al decadente feudalismo europeo y expandiíéndose por todo el orbe transformando sin retorno toda la sociedad global. Hoy, vencedor en la Guerra Frí­a y sin enemigos a la vista –al menos en lo inmediato– su voracidad no cesa, habiíéndose transformado en un monstruo que no se detiene ante nada, moviíéndose como criminal, saltando las mismas reglas que estableció siglos atrás. El espí­ritu puritano y el orgullo del trabajo que lo pusieron en marcha sobre el feudalismo medieval quedaron totalmente en la historia. Ahora es un gángster fuertemente armado que busca seguir perpetuándose a punta de pistola (o de misil nuclear), haciendo cada vez más fortuna, sin trabajar y dedicándose a negocios turbios. ¿No es eso acaso las más absoluta corrupción de sus propios principios fundacionales?
 
Ahora ya no se trata de competir, de seguir las leyes de mercado y ser respetuoso de esos principios. Ahora la avidez por la ganancia inmediata es el nuevo norte. Todo se vale. Igual que un criminal, el dinero fácil es el único objetivo: la guerra, el crimen, la droga, el dinero sucio, la especulación financiera, el robo descarado…., todo eso reemplazó al espí­ritu emprendedor y laborioso de algunos siglos atrás.
 
Como sistema, el capitalismo jamás fue “serio”. Fue depredador, criminal, abusivo. Si a eso se le puede llamar “seriedad”, abre inquietantes interrogantes. Pero no hay ninguna duda que hoy, envalentonado y ensoberbecido como nunca, su seriedad se transformó en mueca burlona. No se premia el trabajo tesonero y el ahorro sino la especulación, la corrupción, “el deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la justicia”, como dijeran los obispos ecuatorianos citados arriba.
 
Hoy como ayer, estamos ante los mismos problemas: el sistema beneficia a muy pocos a costa del perjuicio de las mayorí­as. La diferencia es que en la actualidad toda esta delincuencial corrupción se ha ido disfrazando de legal. En otros tíérminos: estamos en las manos de unos cuantos gángsteres peligrosos, llenos de poder y dispuestos a cualquier cosa para seguir manteniendo sus privilegios. Pero nos alienta saber que la historia no ha terminado, y tal como dijo el español Xabier Gorostiaga “los que seguimos teniendo esperanzas no somos estúpidos”.


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...