Por... BEATRIZ DE MAJO C.
Cuando a inicios de este año el dragón chino comenzó a mostrar signos de debilidad económica que se traducían en un frenazo en el impulso que llevaba su PIB, el mundo comenzó a experimentar un preocupante insomnio. Ubicados ya donde estamos, en la antesala del cierre de este año, ya podemos decir sin mayor temor a equivocarnos, que Beijing anunciará, a inicios de 2014, que la meta de crecimiento de 7,5 % ha sido superada. Los últimos datos del FMI reportan que la segunda mayor economía del mundo evitará una desaceleración y que se habrá expandido 7.75 % este año.
Para el reciíén estrenado gobernante Xi Jinping, ese marcador es crucial. Lo es puertas afuera donde China se debe consolidar como potencia grande y estable, capaz de disputarles el liderazgo a los Estados Unidos, quien en las semanas más recientes y debido al episodio del cierre presupuestario parcial del gobierno, no le mostró al mundo su mejor cara. Lo es igualmente puertas adentro, porque esa es la cifra clave, en la mente del gobernante capaz de garantizarle al Partido Comunista la cohesión social del país.
Lo que los economistas y analistas se preguntan es si bajo la batuta de este hombre China podrá abandonar su viejo esquema de soporte económico basado en las exportaciones a un nuevo modelo sustentado por el consumo interno y hacerlo de una manera estable y sin traumas. Hace algunos años nadie pensaba que desde Beijing iba a ser posible sanear a los bancos y reestructurar a las empresas del Estado y, sin embargo, ambos procesos han producido frutos.
En el primer trimestre de este año y ya bajo la administración de Xi, el gobierno puso en marcha medidas de estímulo que tomaron la forma de facilidades fiscales para las empresas y un serio aventón a las obras de infraestructura como ferrocarriles, vías terrestres y subterráneas. El experimento tuvo una buena acogida y posiblemente a ello se le deba el crecimiento del Producto que la economía pudo exhibir en el tercer trimestre y la estabilización que se alcanzará para fines del año.
Pero estas medidas de estímulo, supremamente útiles en el corto plazo, pudieran no ser suficientes para mantener el impulso en el largo plazo. Hace falta bastante más que algo de magia financiera y tributaria e inyección de recursos en las áreas constructivas, para que el dinamismo que indudablemente provocan adquiera características estructurales. La industria pesada y la manufacturera deben ser repotenciadas y China debe abandonar el modelo en el cual la economía mantiene un elevadísimo nivel de dependencia de la inversión estatal. Las empresas estatales deben, por su parte, ser manejadas eficientemente y producir rentabilidad.
Lo anterior lleva a los observadores del fenómeno chino a concluir que lo que debe perseguirse es una reforma económica estructural de no poca monta, tanto si el país está animado del propósito de alcanzar la primacía mundial como si desea generar crecimiento y bienestar domíéstico suficiente.
Una observación cercana de la personalidad de Xi deja ver que el líder no es hombre de decisiones heroicas, pero sí uno dotado de enorme pragmatismo. Despuíés de la recuperación alcanzada este año Xi podrá demostrar a los suyos que el destino no le depara a China otra cosa que una transformación. El paso será marcado por el mismo, a su velocidad y a su ritmo. Su reto es el de producir resultados dentro de una bien calculada progresividad.