Por… Dalibor Rohac
En las semanas antes de las reuniones anuales en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial que tuvieron lugar a principios de este mes, Christine Lagarde, la directora del Fondo, acaparó los titulares de la prensa. Anunció que el FMI haría un llamado a una mayor igualdad de gíénero en los mercados laborales alrededor del mundo, sugirió que el FMI podía ayudar a proteger al planeta del daño ambiental promoviendo reformas a los subsidios energíéticos, y urgió a los países europeos a moverse hacia una unión fiscal para ayudar a la Eurozona a limitar la severidad de las crisis financieras del futuro. Eso es mucho terreno que cubrir. Mientras que cada una de estas propuestas debería ser discutida por si sola, en conjunto representan síntomas de un espectacular afán de abarcar demasiado que caracteriza los últimos 40 años de la existencia de la organización.
El propósito original del FMI era relativamente limitado —asistir en la reconstrucción de un sistema internacional de tipos de cambio fijos despuíés de la guerra, como se acordó en la conferencia de Bretton Woods en 1944. Específicamente, el FMI debía proveer un fondo de liquidez a países que estaban sufriendo desequilibrios temporales de pagos. El sistema de Bretton Woods dejó de existir a principios de la díécada de los setenta. Desde ese entonces, el FMI ha tratado de reinventarse como una organización que hace todo desde fomentar a nivel global la cooperación, el comercio, las altas tasas de empleo y el crecimiento, hasta la reducción de la pobreza alrededor del mundo. No obstante, la evidencia de que haya marcado la diferencia es escasa. Algunas economías que se encuentran en importantes disyuntivas económicas y políticas —como Egipto— han decidido simplemente ignorar el consejo del FMI y no utilizar sus fuentes de liquidez. Desde los eventos de la Primavera írabe, las negociaciones acerca de un príéstamo del FMI no han llegado a nada; de igual forma, el país está haciendo escaso progreso hacia una reforma de su insostenible sistema de subsidios— a pesar de la iniciativa de reforma a los subsidios que fue liderada por el Fondo a nivel mundial.
Incluso aquellos países que han navegado a travíés de estos turbulentos años económicos lo han hecho con muy poca ayuda del FMI. Los países bálticos, que fueron los más perjudicados por la crisis financiera, no recibieron financiamiento del FMI más allá de un pequeño príéstamo para Letonia, de alrededor de 1.160 millones de euros, que el gobierno canceló por adelantado. La razón por la cual estas economías salieron de sus problemas rápidamente fue que sus gobiernos implementaron reformas económicas atrevidas, incluyendo recortes masivos al gasto público y una liberalización generalizada de sus economías. Solo en 2009, el ajuste fiscal en Estonia llegaba a un impresionante 11 por ciento del PIB.
El problema no es que el Fondo sea irrelevante —en muchos casos, sus príéstamos bien podrían ser vistos como contraproducentes. Su príéstamo de 2008 a Hungría, de alrededor de $15.700 millones, no ayudó al país a restaurar sus finanzas públicas. En cambio, el gobierno húngaro erosionó la confianza de los inversores con su estrategia de mano dura para inducir el desendeudamiento de la banca, mediante impuestos específicos sobre la industria financiera, de telecomunicaciones y de ventas al por menor, y al tomar los activos de los fondos privados de pensiones en 2011.
El problema central con los príéstamos del FMI es que ignoran los problemas de riesgo moral. Si los gobiernos saben que pueden tener acceso a los príéstamos del FMI, estos tendrán la tendencia a comportarse de manera más irresponsable tanto en buenos como en malos tiempos económicos. La última idea del Fondo —una Unión Fiscal Europea— es un ejemplo de esto. En un mundo perfecto, la idea de reunir los recursos para ayudar a los países europeos a abordar shocks económicos potenciales e inesperados sería muy atractiva.
Sin embargo, en realidad, eso equivaldría a una invitación para que los miembros peor gobernados de la UE gasten como si no hubiese mañana. Para evitar las crisis financieras a futuro, es necesario precisamente lo opuesto a la propuesta del Fondo —específicamente que los gobiernos nacionales en Europa y las grandes instituciones financieras se enfrenten a los costos totales de sus decisiones, para bien o para mal. La crisis de la deuda en Europa, así como tambiíén los efectos persistentes de la crisis financiera global de 2008, es una oportunidad para reflexionar si es que las organizaciones internacionales, y sus príéstamos, fomentan políticas sólidas y estabilidad financiera. En otras palabras, podría ser tiempo de empezar a ver la creciente misión del FMI como parte del problema, en lugar de la solución, para las dificultades económicas del mundo.
Suerte en sus inversiones…