Por… Víctor Pavón
La noticia acerca del reciente fallecimiento de Gordon Tullock nos provoca honda consternación. Fue un hombre extraordinariamente inteligente, con libros, ensayos y conferencias que se destacaron por su originalidad.
Y si bien fue abogado y no economista titulado, su mente brillante lo llevó a convertirse en el referente creador de toda una escuela de las ciencias sociales, asociando de manera magistral el análisis económico con el derecho y con la política, lo que merecidamente le podría haber valido el Nobel en Economía, pero, al que no accedió pese a sus aportes reconocidos por las grandes Academias y Universidades del mundo.
De esta manera, junto a Jamen Buchanan, se convirtió en el padre de la Escuela de la Elección Pública (Public Choice) por la cual hoy día se tiene desde el análisis económico un compendio teórico sobre la actividad política y en particular sobre el político, develado como un ser que, al igual que cualquier otro, busca en todo momento satisfacer sus propios intereses.
Fue gracias a Gordon Tullock y al Public Choice, que tanto la economía y la ciencia política encuentran una interpretación que antes no existía. Por demasiado tiempo e incluso hasta la fecha, muchos siguen creyendo que los políticos tienen una vocación al servicio de la gente que se expresa a travíés del bien común.
¿Por quíé los gobernantes luego de jurar sobre la Biblia y sus Constituciones con la mano en el corazón prometiendo en público a sus electorados que cumplirían con ellos, al final, les roban sin remordimiento alguno, se adjudican altos ingresos sin importarles de dónde sale el dinero, aumentan los díéficits con cargo a aquella gente que los votó y hasta despuíés de haber dicho hasta el hartazgo que no buscarían la reelección, no tienen vergí¼enza alguna en decir que “su reelección†permitirá proseguir con su programa o con la “revolución†que encabezan?
Sacar el velo del supuesto interíés común o de justicia social a los que tanto nos tienen acostumbrados los políticos, proviene en gran manera de una noción idealista y hasta ilusa de un electorado que muchas veces es capaz de hasta elegir a su representante para luego aceptarlo como su tutor y luego como a su propio dictador benevolente, constituyíéndose así este hecho en una las más graves debilidades de las democracias en el mundo de hoy.
Fue precisamente Gordon Tullock uno de los desmitificadores de aquella noción equivocada que se tiene de los gobernantes. Y la razón para seguir bregando por gobiernos limitados a los clásicos derechos individuales de la vida, la libertad y la propiedad.
Suerte en sus vidas…