Obama se gastará otros 500.000 millones... y no evitará la recesión
Ainhoa Gimíénez, Bolságora
Dentro de las famosas fases de toda crisis -negación, ira, negociación, depresión y aceptación-, EEUU nos lleva mucha ventaja. Si aquí acabamos de dejar atrás la negación -al menos en lo que al Gobierno se refiere- y estamos entre la ira y la negociación, allí ya andan por la depresión y están llegando a la aceptación. Por eso, los economistas muestran una enorme desconfianza en la eficacia de un nuevo plan de estímulo promovido por Barack Obama y que puede ser aprobado por el Congreso en los próximos días.
Este nuevo plan podría alcanzar un importe de 500.000 millones de dólares, que se sumarían a las ayudas fiscales anteriores y a los 700.000 millones del plan de Paulson. Pero las fuerzas que actúan contra la recuperación, incluyendo la contracción del críédito y el recorte del gasto de consumo, son tan poderosas que pueden anular las sumas ríécord de gasto público y recortes de impuestos que se están discutiendo en Washington. El único consuelo, según los economistas, es que las cosas serían todavía peor sin este estímulo.
"Es difícil imaginar una vuelta al crecimiento positivo antes del cuarto trimestre de 2009, incluso con un estímulo de medio billón de dólares", opina Barry Eichengreen, profesor de Berkeley. A su juicio, la tasa de paro alcanzará el 9,5% a principios de 2010 desde el 6,5% actual. Mark Zandi, economista jefe de Economy.com, añade que la economía norteamericana se contraerá un 2% el próximo año si no hay un paquete de estímulo. Si lo hay, "podríamos conseguir un crecimiento cercano a cero", que en todo caso sería el peor ejercicio desde 1991.
Inicialmente, este plan consistirá en un aumento del gasto público y será complementado por una devolución de impuestos una vez que Obama asuma la presidencia en enero. Su asesor Gene Sperling dijo el día 13 en el Congreso que "la potencial gravedad de la crisis exige una actuación más valiente", lo que en su opinión supone un paquete de entre 300.000 y 400.000 millones "como punto de partida".
Sperling se refiere al fracasado primer plan de estímulo de Bush, el cheque de los 600 dólares de febrero (imitado por los 400 euros de Zapatero), que costó 168.000 millones pero que fracasó por la subida de la gasolina y porque los ciudadanos lo usaron para ahorrar o reducir deuda en vez de para gastar.
Inyectar el dinero directamente en la economía
Para evitar que vuelva a ocurrir lo mismo, esta vez Obama pretende inyectar el dinero directamente en la economía en vez de hacer depender su efecto de los consumidores. Martin Feldstein, profesor de Harvard, apoya esta idea: "Odio decirlo, porque no me gusta el gasto público ni el díéficit presupuestario, pero no veo ninguna alternativa". Estas inyecciones tendrán la forma de una ampliación del seguro de desempleo, ayuda federal a los estados e inversiones en carreteras, puentes y otras infraestructuras.
Es curiosa la parte de la ayuda a los estados, que al igual que nuestras autonomías, están sufriendo por la caída de los ingresos fiscales. Pero, a diferencia de nuestras autonomías (ya nos gustaría), la mayoría debe mantener el equilibrio presupuestario, lo que les obliga a recortar los costes para compensar la caída de los ingresos. De ahí la importancia de las transferencias del Gobierno federal, porque les permiten mantener los planes de inversión que han tenido que paralizar.
El ex secretario del Tesoro, profesor de Harvard y asesor de Obama Larry Summers está convencido de que el gasto en infraestructuras tendrá un importante impacto en la economía, aunque reconoce que suele actuar con cierto decalaje temporal. Respecto a los impuestos, Obama pretende hacer una rebaja permanente de las retenciones de las nóminas, que aumentará la renta disponible de las familias y, en teoría, les permitirá gastar más.
Lo que menos gusta a los economistas es la promesa electoral del nuevo presidente de subir los impuestos a los ricos. Y ponen el ejemplo de Japón, que subió los impuestos al consumo en 1997, lo que provocó una recaída en la recesión. Es decir, hay que ser muy cuidadosos al decidir cuándo terminar con los planes de estímulo.