Por... JOHN FRAHER
Una mirada desde 2029: un nuevo monarca reflexiona sobre la década del Brexit
Un ejercicio futurista sobre el rostro de Reino Unido a diez años del divorcio de la Unión Europea y los retos que enfrenta.
El Bentley del rey Guillermo V deja la base aérea RAF Northolt para adentrarse en la gris mañana de Londres. Durante el viaje al Palacio de Buckingham el nuevo monarca británico se prepara para las semanas venideras. El décimo aniversario del Brexit se avecina y con él una letanía de ceremonias en ocasión del Festival de la Nueva Bretaña.
Se supone que las celebraciones conmemoran el momento en que el Reino Unido finalmente se liberó de la Unión Europea (UE) en 2019 tras meses de drama parlamentario, rencor político y un pánico bursátil de colofón. Fue, según sus partidarios, el momento en que Gran Bretaña finalmente asumió su destino en un mundo convulsionado por las fuerzas imparables de la globalización y la tecnología.
Pero a medida que el Bentley avanza por las calles londinenses, Guillermo se pregunta si realmente valió la pena. Mira su teléfono, los titulares de prensa parecen confirmar sus dudas. El único fabricante de automóviles que queda en Reino Unido acaba de anunciar planes para trasladar sus operaciones a Polonia. Las negociaciones comerciales con Estados Unidos no van a ninguna parte. Y la última encuesta de opinión muestra que una mayoría en Irlanda del Norte pide reunificarse con Irlanda y abandonar la soberanía británica.
En 2029, Gran Bretaña se siente aún más enfadada y más insegura de su lugar en el mundo que aquella nación que votó por el Brexit hace 13 años. Si aquella votación reflejó el deseo de "recuperar el control", el divorcio de la UE no parece estar funcionando. Lo más preocupante es que los hilos que mantienen unido al reino parecen debilitarse. La encuesta de los norirlandeses solo alentará a los nacionalistas escoceses ahora que se alistan para un referéndum por la independencia en 2030. Todos prevén que ganen.
En tiempos de crisis, se supone que el monarca debe unir a la nación. Pero conforme atraviesan los suburbios del oeste de Londres, Guillermo se pregunta si alguien sería capaz de lograrlo.
Todos tienen su propia opinión sobre la maraña de acontecimientos que condujeron a la salida de Gran Bretaña de la UE en 2019. Algunos lo llaman un acto de traición nacional. Otros elogian el realismo que evitó el desastre económico. Pero la mayoría de la gente simplemente recuerda el caos. La temporada final de la serie The Crown se emitió a principios de 2029 y capturó bastante bien el estado de ánimo actual, con una desconcertada reina Elizabeth II observando con desagrado apenas velado cómo Reino Unido se acercaba más y más a la catástrofe.
Al final, el pragmatismo se impuso. Theresa May se mantuvo por más tiempo de lo que la gente pensaba después de negociar su odiado acuerdo de Brexit con la UE a fines de 2018. Pero después de sortear repetidos intentos de golpe de su propio partido conservador, aceptó que su versión del Brexit nunca sería aprobada por el Parlamento. Le dejó el sitio a un nuevo primer ministro para que remediara el impasse. Y cuando el reloj marcó el 29 de marzo de 2019, el día en que Gran Bretaña debía abandonar la UE, los mercados comenzaron a caer.
En el último minuto, se alcanzó un acuerdo. El nuevo líder británico se vio obligado a aceptar un pacto no muy distinto al que May había negociado. El país quedó dentro de la Unión Aduanera de forma indefinida, pero sin voz sobre las regulaciones de la UE.
Los antieuropeos más acérrimos acusaron al nuevo primer ministro de traicionar el Brexit. Pero muchas cosas han cambiado desde el acuerdo original de May con Bruselas. La libra se desplomó 20 por ciento frente al dólar en las primeras semanas de 2019. La presión para un segundo referéndum cobraba más y más fuerza. Y en todos los partidos políticos crecía la sensación de que el país enfrentaba una crisis y que el Brexit sin acuerdo debía evitarse a toda costa.
Y se evitó. A pocas horas de que se cumpliera el plazo, el sucesor de May atrajo suficiente apoyo para sacar el acuerdo adelante, con un voto de diferencia. El país dejó escapar un suspiro de alivio. La interminable distracción del divorcio había terminado. La libra se recuperó un poco. May desapareció del ojo público, y Boris Johnson abandonó la primera línea de la política para lanzarse a una lucrativa gira mundial como conferenciante. La esperanza era que las mentes más inteligentes del gobierno pudieran enfocar su atención a otras cosas.
Pero la realidad demostró lo contrario. El rencor que desató el Brexit envenenó la política durante años. Los principales partidos se dividieron en una multitud de facciones: unos querían volver a solicitar el ingreso a la UE; otros querían romper el acuerdo por entero y todos los vínculos con el bloque. Lejos de resolver la cuestión del papel de Gran Bretaña en Europa, el Brexit solo la sembró en la psique política.
Mientras tanto, el mundo siguió adelante. Las compañías de Silicon Valley con planes de expandirse en Europa se cuestionaban si Londres era realmente el lugar adecuado para invertir y dirigían la vista a Berlín, Dublín y París. Una guerra cada vez más fría entre Estados Unidos y China consumía la mayor parte del tiempo de Washington. El acuerdo de libre comercio con Estados Unidos prometido por los partidarios del Brexit seguía siendo una perspectiva lejana. El declive económico asomó su feo rostro.
El nuevo primer ministro no duró mucho. Indignado por sus compromisos con el Brexit, el núcleo duro de su partido lo depuso. Se convocó una elección general y el caos político post Brexit le allanó el camino a un solo hombre: Jeremy Corbyn.
Mientras que el Partido Conservador y buena parte de su propio Partido Laborista se enzarzaron en un ciclo de recriminaciones, Corbyn argumentó que era hora de que Gran Bretaña abordara lo que llamó la raíz causal del Brexit: la creciente desigualdad. La desigual distribución de la riqueza había sido una cicatriz en la sociedad desde la era de Margaret Thatcher, dijo, y era hora de hacer algo al respecto. Aunque hubo preocupación por las medidas que tomaría, no era nada comparado con la ira dirigida contra el Partido Conservador después de años de caos político.
Corbyn fue elegido primer ministro por un apretadísimo margen a fines de 2019, luego de armar una mayoría con el apoyo de los nacionalistas escoceses, que pidieron a cambio un nuevo referéndum de independencia en la fecha que ellos eligieran.
De vuelta en 2029, el chofer del Bentley se vuelve hacia Guillermo y le dice que tendrán que desviarse debido a otra gran protesta de Occupy London, encabezada por Corbyn. El viejo socialista todavía sigue al pie del cañón años después de dejar Downing Street.
Guillermo recuerda cuando diez años atrás Corbyn asumió como primer ministro. En ese momento aún segundo en la sucesión al trono, Guillermo había bromeado con su esposa la noche anterior sugiriéndole que el antimonárquico declarado podía exiliar a toda la familia real a Canadá. Pero Corbyn parecía bastante afable en su traje arrugado. Incluso llevaba corbata. Hay una frase que Guillermo recuerda bien: cuando la audiencia terminó, Corbyn miró a Guillermo a los ojos y murmuró: "Los ricos lo han pasado demasiado bien durante demasiado tiempo. Las cosas van a cambiar".
Y cambiaron. En sus primeros cien días, Corbyn nacionalizó la industria hídrica y la ferroviaria e incrementó los impuestos a las empresas y los ricos. Anunció planes para recuperar las mansiones en manos de acaudalados propietarios extranjeros. Los precios de las propiedades en Londres cayeron un 30 por ciento en seis meses. Los críticos trazaron similitudes con los primeros días del gobierno bolchevique, pero Corbyn argumentó que simplemente estaba corrigiendo las enormes desigualdades de la sociedad británica.
Guillermo levanta la vista y descubre que han llegado a Kensington, el patio de recreo de su infancia. Recuerda que Corbyn fue muy popular por un tiempo. La Ley de Recuperación de Mansiones fue aclamada como uno de los símbolos más radicales de la redistribución de la riqueza en un siglo. Conductores de taxis, enfermeras y maestros podían alquilar departamentos subsidiados en edificios donde antes retozaban los oligarcas rusos. Incluso su cuñada, Meghan Markle, y Romeo Beckham, patrocinaron un programa que ofrecía alquileres baratos a artistas, lo que desató una explosión creativa que igualó a la de la década de 1990, cuando Damien Hirst y Tracey Emin irrumpieron en la escena.
La luna de miel de Corbyn no duró mucho. La deuda nacional se disparó y la libra reanudó su caída frente al dólar, los analistas pronosticaron que alcanzaría la paridad al final de su primer mandato en 2024.
El empeoramiento del clima internacional no ayudó. La hostilidad entre China y Estados Unidos se profundizó después de la reelección de Trump en 2020, sumiendo al mundo en una recesión. A Trump se le metió en la cabeza que Corbyn era un espía chino y ordenó a sus funcionarios de comercio no hacer tratos con la "Gran Bretaña socialista".
El primer ministro tampoco recibió ayuda de Bruselas para renegociar los términos del Brexit. La UE, sin un verdadero líder tras la partida de Angela Merkel, pasó la mayor parte de su tiempo tratando de enfrentar a Washington contra Beijing en un mundo cada vez más dominado por tres superpotencias económicas. La pesadilla predicha por los opositores al acuerdo original del Brexit de Theresa May parecía haberse hecho realidad, Gran Bretaña estaba atrapada dentro de un sistema en el que se veía obligada a aceptar las reglas de la UE sin tener el poder de influir en ellas. La prensa británica comenzó a hablar de "subordinación" y "servidumbre". Muchos le pedían a Corbyn que reculara del acuerdo firmado con la UE.
Mientras tanto, un dinosaurio se agitaba en la costa del mar Egeo. Poco se sabía de Boris Johnson desde que se retiró a su casa en Grecia dos años antes, supuestamente para escribir la historia definitiva del Mundo Antiguo. Pero comenzó a tuitear acerca de que había llegado la hora de poner fin a esta humillación nacional. Churchill había regresado una vez del exilio para salvar a su país del peligro… Gran Bretaña necesitaba otro salvador. ¿A quién podría referirse?
El gobierno de Corbyn cayó en 2023, y los siguientes seis años fueron un carrusel de ineficaces gobiernos de minoría. El poder iba y venía en la Cámara de los Comunes, y nadie pudo ponerse de acuerdo sobre cómo sacar a Gran Bretaña del limbo. El malestar dio paso al luto cuando la reina Isabel murió en 2028 a la edad de 102 años. Otro golpe llegó cuando el príncipe Carlos, que tenía 80 años en ese momento, se hizo a un lado para dejarle la Corona a su hijo Guillermo.
Al acercarse al centro de Londres, Guillermo ve el Big Ben. Su torre fue construida en 1859, cuando la ciudad era la capital del imperio más grande que el mundo había conocido. Las cosas son muy diferentes ahora.
El Brexit no solo cortó los vínculos del país con el proyecto europeo, también debilitó los vínculos que unían a Escocia e Irlanda con Londres. Los nacionalistas escoceses nunca habían podido explicar de qué forma su país podría sostenerse por sí mismo. Ahora pueden. La independencia, dicen, permitiría a Escocia separarse del letargo que envuelve al resto de Gran Bretaña, reintegrarse a la corriente económica mundial y cumplir su destino histórico. Todo al mismo tiempo. Los sondeos muestran una mayoría consistente del 70 por ciento a favor de la independencia.
Irlanda del Norte también está alejándose. Los católicos ahora constituyen la mayoría de la región después de años de lento cambio demográfico. No solo eso, sino que la vecina República de Irlanda está prosperando gracias a la inversión que llega de Estados Unidos y del resto de la UE. Elon Musk acaba de anunciar planes para construir una de sus gigafábricas de baterías cerca de Dublín. Muchas personas que alguna vez se opusieron a la reunificación ahora se preguntan si es una opción tan mala si significa reincorporarse a la UE.
En 2016, fueron los votantes en Inglaterra quienes inclinaron la balanza hacia el Brexit. Poco sabían que podrían haber estado votando por la eventual disolución del Reino Unido.
Cuando el Bentley entra en el Palacio de Buckingham, Guillermo revisa su agenda para el día siguiente. Por la mañana recibirá las credenciales del nuevo embajador de China, un lance un tanto incómodo después conocerse unos días atrás que Volkswagen AG vendió la marca británica Bentley al gigante chino de los autos eléctricos Geely Automobile Holdings Ltd. Su próximo Bentley, pensó Guillermo, bien podría estar fabricado en Beijing. Después de ese encuentro, se reunirá con su nuevo primer ministro, quien sin duda querrá discutir esa compra china.
Al primer ministro no le gustan para nada los derroteros que tomó el Brexit. Su cabello no es tan abundante como antes, y definitivamente no es tan rubio. Pero sigue siendo una fuerza de la naturaleza, y tiene una propuesta para un referéndum final que cortará todos los lazos con la UE. Boris está de vuelta. Finalmente es primer ministro.
Y esta vez, Gran Bretaña realmente será independiente.