Alfredo Apilánez
“El dinero, la sangre vital de la nación, se estanca e infecta en sus venas, a menos que una buena circulación garantice su movimiento y su calor”.
Jonathan Swift
El economista marxista Michael Roberts califica el capitalismo actual de ‘mundo fantástico’, irracional, carente de lógica incluso según sus propias premisas: “Ahora estamos en un mundo económico donde parece que hay una especie de ‘pleno empleo’, pero con estancamiento de los salarios reales, bajas tasas de interés e inflación y, sobre todo, una inversión productiva baja. Por el contrario, el mercado de valores de Estados Unidos se dirige a nuevos máximos. La deuda corporativa está aumentando rápidamente a nivel mundial con la emisión de obligaciones de las principales compañías a bajas tasas de interés con el fin de volver a comprar sus propias acciones y así aumentar su precio y continuar la fiesta”. ¿Ausencia de inflación tras la mayor inundación de liquidez en los circuitos financieros de la historia? ¿Pleno empleo con estancamiento salarial y acelerada precarización de las condiciones de trabajo? ¿Grandes multinacionales endeudándose para comprar sus propias acciones y repartirse los dividendos? ¿Tiene algo que ver esta surrealista operativa con la función asignada a la libre empresa por la teoría económica y por los apóstoles del libre mercado en las tribunas mediáticas? Hasta los oráculos de la ortodoxia expresan su incredulidad ante tamaña aberración. En un artículo muy detallado, The Economist, el tabloide de referencia de los gurúes de los sacrosantos “mercados”, constata preocupado que “los mercados son alcistas en todos los activos. Hay numerosas burbujas. En los mercados bursátiles pero también, una vez más, en el sector inmobiliario”. El tono es alarmista. “Pronto o tarde una o varias de estas burbujas van a estallar, tal vez simultáneamente”. Todo indica pues que la catástrofe acecha de nuevo irremisiblemente.
Las señales de inquietud se disparan: la fragilidad –remitiendo a la famosa hipótesis del economista poskeynesiano Hyman Minsky- del sistema financiero intimida incluso a sus partícipes y apologistas. La deuda global –un formidable 300% de la riqueza mundial-, principalmente deuda privada de las grandes corporaciones, es un enorme castillo de naipes a punto de colapsar. Los desconcertados predicadores de la música celestial de la teología económica observan aterrados la inversión de la curva de rentabilidad de los bonos soberanos, la congelación sine die en el 0% de los tipos de interés de la mayor parte de los bancos centrales y la extensión sin límites de la excepcionalidad en la política monetaria: en Dinamarca, un banco hipotecario está ofreciendo préstamos al -0.1%, en otras palabras, ¡está pagando para que usted se haga una hipoteca! “Está fuera de toda lógica pensar que un préstamo puede llegar a ser oneroso para el prestador”, expresaba estupefacto un directivo de Bankinter ante la surrealista situación de tener que pagar intereses a los prestatarios de hipotecas de tipo variable con un Euríbor situado actualmente ¡en el -0,4%! Más del 20% de todos los bonos gubernamentales y algunos corporativos tienen tasas de interés negativas. Roberts explica una vez más el trasfondo real del surrealista ‘mundo fantástico’ del capitalismo desquiciado: “¿Por qué los inversores en bonos están haciendo esto? Básicamente porque temen una recesión global que causaría un colapso en los mercados bursátiles y de otros activos financieros de riesgo”. Y todo ello en medio de graves tensiones comerciales y cantos de sirena prebélicos, aventados por el energúmeno de la Casa Blanca, en estéril pugna por exorcizar los malos augurios que anuncian los estertores imperiales.
Múltiples botones de muestra certifican el nivel de aberración económica alcanzado como consecuencia de los efectos colaterales de la política monetaria ‘no convencional’: “Por ejemplo, el anuncio de Ford Motor Company sobre el despido de 12.000 trabajadores en toda Europa a fines de junio de este año fue recibido con éxtasis en los mercados de acciones. Los precios de las acciones aumentaron inmediatamente en un tres por ciento, ya que los inversores financieros anticiparon que la mayor explotación de la fuerza laboral restante liberaría efectivo para mayores pagos de dividendos y recompras de acciones”.
Incluso los capos del cotarro con buena conciencia están preocupados porque los dones de la prosperidad no parecen derramarse sobre las capas menos favorecidas. Ray Dalio, uno de los gestores de fondos de cobertura más exitosos, expresa la jeremiada al uso: “Hay que rediseñar el capitalismo para que funcione para todos”. Según el multimillonario con ínfulas filantrópicas, desde 1980 no ha habido un crecimiento real del salario para la mayoría de los estadounidenses, un 40% de sus ciudadanos carecen de cualquier tipo de ahorro y la brecha entre los ricos y los que no lo son es muy similar a la de la década de los treinta, justo antes de la Segunda Guerra Mundial. Esta es una sociedad de dos direcciones: una minoría está sacando partido del capitalismo actual, y aumenta su riqueza, mientras que la gran mayoría está perdiendo pie”. Una abogada de un bufete especializado en asesoramiento financiero, McGee, lamentaba que “mucha gente se percibe estancada en sus empleos y ha de trabajar más horas sin que sus salarios aumenten, y al mismo tiempo ven cómo los directivos cada vez ganan más y más. De esta tensión entre las vidas de unos y otros nacería el impulso populista”.
Y, a despecho de su condición de beneficiarios de la máquina de succión de las finanzas globales, motivos de alarma no les faltan. La desigualdad social de rentas y de riqueza está en niveles record en todo el mundo; el desempleo, el subempleo y la precariedad siguen en valores elevados en muchos países; los precios de compra y, sobre todo, de alquiler de vivienda vuelven a ser prohibitivos y los niveles de deuda estratosféricos que provocaron la crisis de 2008 se han nada menos que duplicado.
Entonces, ¿para qué ha servido el pretendido ‘bálsamo de Fierabrás’ de la QE, que iba a derramar –los gurúes de la música celestial lo llaman ‘efecto goteo’- sus dones sobre el bendito emprendedor y el soberano consumidor reactivando el circuito virtuoso de la inversión y el empleo? ¿Realmente era capaz, como se preguntaba Summers, la ingeniería financiera de la “omnipotente” banca central de propulsar el capitalismo senil y sacarlo de su atonía crónica? O, por el contrario, como dice Paul Toynbee: “descubrimos que Ciudad Esmeralda no es sino un espejismo, gobernada por un mago, un hombre chiquito, que no sabe controlar sus propios trucos”. Resalta el hecho de que más de diez años después de la crisis financiera mundial, cualquier retorno a lo que antes se consideraba una política monetaria “normal” está más lejos que nunca, y la economía y el sistema financiero dependen completamente de la provisión de dinero ultra barato proveniente de los bancos centrales. Este es pues el papel real del demiurgo del capitalismo desquiciado y sus tempestades de dinero: servir de soporte de la colosal extracción de riqueza real que representa la máquina de succión de las finanzas globales, ampliando el abismo entre los ufanos especuladores rentistas y los crecientemente explotados asalariados y abriendo enormes fallas en las cada vez más frágiles placas tectónicas sobre las que se asienta el capitalismo senil.
¿Cómo se ha llegado a este estado de marasmo surrealista de las burbujas especulativas y la miseria rampante, en medio del descontrol irracional provocado por los trucos de la fábrica de dinero? ¿Cuáles son los rasgos que caracterizan esta tendencia degenerativa hacia la hipertrofia de la esfera financiera ante la atonía creciente de la productividad y la acumulación de capital, motores saludables del capitalismo ‘comme il faut’?