Ya he escrito anteriormente sobre “el último contango en Washington“. La frase cubre la crisis del oro que se ha estado gestando bajo la superficie en el mundo durante los últimos 60 años debido a las alocadas políticas que ha hecho el Tesoro de EEUU sobre el oro.
El resultado de esto ha sido que todo el oro extraído desde 1947 hasta el día de hoy equivale al oro extraído desde la primitiva minería hasta ese año. Además, todo ese nuevo oro está atesorado en manos privadas y va a ser prácticamente imposible convencerles para que lo suelten. La forma de medir esta desaparición del oro es mediante la desaparición de la base, o el último contango.
En la jerga tíécnica del mercado de futuros, la base es el diferencial entre el precio futuro más próximo y el precio en efectivo en la misma localización. El mercado del oro ha sido siempre un mercado de cargar y llevar (un mercado en contango) debido a su estatuto monetario. Esto quiere decir que el diferencial ha reflejado siempre el coste de carga, el coste de oportunidad y el coste de transporte, algo conocido generalmente de antemano.
Pero se ha estado manifestando un extraño fenómeno en los últimos 35 años, desde el comienzo del mercado de futuros del oro. En vez de permanecer constante, la base en cuanto porcentaje del tipo de interíés se ha ido desvaneciendo paulatinamente y ahora ha caído hasta cero. Al mismo tiempo, el oro registrado en los almacenes aprobados por el Comex se ha ido extinguiendo. Ambos indicadores apuntan hacia un desabastecimiento del oro monetario que parece irreversible.
Se está comprometiendo el soporte que tiene el mercado de papel del oro. Sin oro efectivo para poderlo respaldar, el comercio en papel no es viable. En el momento en que la base del oro se vuelva negativa, será el final no sólo del contango sino tambiíén del mercado de futuros tal y como lo conocemos.
Nunca se ha experimentado una permanente backwardation en el oro (a no ser que imaginemos que hay un mercado de futuros del oro en Harare, la capital de Zimbabwe). El oro no está disponible a ningún precio en dólares de Zimbabwe. En este sentido, se puede decir que el último contango ya ha ocurrido por primera vez en Zimbabwe.
Cualquier comercio en papel sobre el oro que todavía está sucediendo en los EEUU va a ser en el mejor de los casos el ensayo general para el último contango en Washington, que será seguido a continuación por un ríégimen de permanente backwardation. El sentido de esto es que el oro ya no podrá ser comprado a ningún precio cotizado, en este caso, en dólares americanos.
¿Está el dólar americano compitiendo con el dólar de Zimbabwe?
Los economistas de la corriente dominante y los periodistas financieros se encogen de hombros y dicen: “¿Y quíé? Nosotros nunca hacemos un seguimiento de la base del comercio de la panceta cuando hacemos política monetariaâ€. Pero estos caballeros muestran una enorme falta de comprensión de la naturaleza de la presente crisis financiera y económica.
Cualquier cosa que sea esta crisis es ante todo, una crisis del oro con un periodo de incubacíón medido en veintenas de años. Pero ya está próximo a alcanzar su clímax. El mundo parece estar completamente desprevenido para este suceso, siendo testigo del silencio que rodea al nexo del oro.
Aún en los sitios de Internet que se llaman a sí mismos de dinero sano están interpretando mal esta situación. Hablan de un inminente salto del precio del oro en dólares desde su patrón por debajo de los 1.000 dólares la onza. Este salto ha ocurrido de vez en cuando desde 2001, cuando se rompieron los “niveles de resistencia†de los 300 ó 400 dólares, etc.
El próximo salto no se va a distinguir por serlo a partir de los 1.000 dólares, que es una cantidad tan redonda como las anteriores que ya han sido superadas. Se va a distinguir por el hecho de que nos enfrentamos con un acontecimiento mundial como nunca antes ha sucedido. En efecto, va a ser la primera vez que el oro no estíé disponible a ningún precio. Pues nunca ha sucedido que los gobiernos hayan impagado sus obligaciones de deuda de forma simultánea.
Todavía tenemos que explicar la relevancia de todo esto para la actual crisis del críédito. Ha dejado de ser un secreto que los bonos, los billetes, lo recibos y cualquier otra obligación del gobierno americano o de cualquier otro gobierno no son canjeables. Es decir, sólo son canjeables en algo que sea lo mismo.
Por ejemplo, los bonos del Tesoro sólo son canjeables por el críédito de la Reserva Federal, que a su vez está respaldado por los mismos bonos del Tesoro americano. ¿Cómo puede ser que la deuda del Tesoro siga demandándose cuando uno debe darse cuenta que el ser irredimible es lo característico de su emisión? ¿Quíé es lo que hace que la gente participe en este juego de trileros? ¿Cómo puede ser que este esquema de giro de cheques sin fondos [check-kiting] haya hipnotizado a toda la población? Piensen en ello, la visión de este esquema de Ponzi haría estremecer a los Padres Fundadores de nuestra gran República.
No es una cuestión fácil de responder, pero repasando una por una todas las posibles explicaciones, hemos llegado a la conclusión de que la deuda del gobierno americano es todavía redimible en un sentido, a pesar de lo limitado o restrictivo que pueda ser. La deuda del gobierno americano tiene un mercado líquido en el que puede ser intercambiado por el críédito de la Reserva Federal [billetes nominados en dólares].
El último contango
A su vez, el críédito de la Reserva Federal todavía puede ser cambiado en mercados líquidos por oro físico, que es el último extintor de la deuda, aunque a un precio variable. Pero si se rompe este último vínculo, es decir si el oro deja de ser vendido a ningún precio en dólares americanos, entonces se retirará la alfombra que está debajo del castillo de naipes y el sistema monetario internacional colapsará como las torres gemelas del World Trade Center. Y es esta la situación con la que nos estamos enfrentando.
Mírese de este modo. Hay un casino donde unos afortunados jugadores están apostando sin ningún riesgo. Sus apuestas están “en la casaâ€. Ese casino es el mercado de bonos americano. Sólo hay una partida y los montones de fichas ganadas delante de cada jugador pueden volverse no canjeables a la salida cuando el melenudo padrino agite su varita mágica.
En cuanto el mercado del oro entre en su fase de permanente backwardation, desaparecerán las bases racionales de los tenedores de la deuda del Tesoro americano (o cualquier otra deuda, pues llegados a ese punto ya no importa). Entonces, todo el mundo correrá de forma alocada hacia las salidas y los poseedores de la deuda se atropellarán unos a otros para terminar muriendo mientras intentan convertir en efectivo sus ganancias.
En julio asistí a la Conferencia de Santa Colomba de 2009 en el Palazzo Mundell cerca de Siena, Italia. Había 50 personas que asistieron previa invitación de la Universidad Robert Mundell de Columbia, galardonada con el Premio Nobel de economía hace 10 años. Los invitados eran principalmente directivos de varios departamentos del tesoro y bancos centrales, embajadores, banqueros, profesores de economía monetaria, autores de monografías y editores de revistas financieras. Estaba presente Paul Volcker, antiguo funcionario del Tesoro y presidente del Consejo de la Reserva Federal.
Antes de la conferencia distribuí un par de escritos entre los participantes. Les intentaba demostrar que la naturaleza catastrófica de la crisis de críédito actual no se podía comprender si no se intentaba comprender el oro, el último extintor de la deuda.
Todos nosotros somos pasajeros de un tren que marcha en una pendiente cuesta abajo, cuyos frenos (el oro) han sido desmantelados en la cima de la colina. El tren está alcanzando una velocidad por encima de cualquier límite de seguridad y la colisión parece inevitable.
Nuestro amable anfitrión y presidente, el profesor Mundell, hizo dos referencias al oro durante los dos días de la conferencia, afirmando que excepto en los momentos de guerra, el patrón oro había sido el principal elemento que había evitado las crisis en la historia. Por supuesto, todos los sistemas monetarios tienen la costumbre de venirse abajo durante las guerras.
Ningún otro participante golpeó la pelota lanzada por Mundell. Los discursos de los otros ponentes fueron sobre los “brotes verdesâ€, la recuperación de la bolsa y los próximos rescates y paquetes de estímulos. Como en los escritos que había entregado a los asistentes afirmaba que esta crisis era una crisis del oro, conseguí que unas pocas personas me hicieran algunos comentarios en privado.
Aparentemente, el resto de participantes quedaron disuadidos por las tres letras de la palabra “oroâ€. No les merecía la pena leer las divagaciones de este personaje solitario sobre el problema de “volver a poner la pasta de dientes gastada dentro del tuboâ€.
Uno de mis escritos era una carta abierta dirigida a Volcker. En ella le preguntíé si había algún plan de contingencia en el Tesoro o la Reserva Federal para enfrentarse con la crisis que viene con el oro en permanente backwardation.
Volcker no respondió a mi pregunta ni en público ni en privado. Me inclino a pensar que no hay ningún plan de contingencia, excepto el de confundir a todo el mundo, igual que se hizo en las anteriores crisis monetarias. Ninguno de los que toman las decisiones políticas ve la singularidad de la predecible crisis que está en marcha, o la necesidad de enfrentarse a ella con un plan global.
Hay una abrumadora indisposición para admitir que el actual sistema monetario está construido sobre arena y que tiene su origen en la improvisada maniobra que tuvo lugar en la última crisis del oro en 1971. Todas las crisis anteriores han sido cubiertas con papeles pintados en cuanto aparecían, y así hasta la siguiente crisis.
No hay un plan de contingencia
Se han dejado pasar todas estas oportunidades para sentarse y trabajar por una solución de carácter permanente. Como esta actitud parece haber funcionado bastante bien en el pasado, los políticos no ven razón alguna para que de nuevo no vuelva a funcionar en el futuro.
El último contango en Washington va a ser diferente a todas las crisis anteriores. Será elemental, devastador y apocalíptico. Va a destruir prácticamente toda la riqueza en papel y dejará prácticamente todo el capital físico improductivo. Provocará hordas de desempleados vagando por las calles, sin importarles ni la ley ni el orden, dedicados al pillaje de los hogares y las instituciones. Destrozará nuestras libertades y, finalmente, tambiíén nuestra civilización a no ser que comencemos a tomar acciones que lo eviten.
Por el lado positivo, destruirá completamente la complacencia en los que dirigen este ríégimen de monedas inconvertibles y fundamentalmente terminará debilitando el señorío de la economía keynesiana y friedmanita que atenaza toda la enseñanza de la ciencia económica. El último contango en Washington eclipsará la Gran Depresión de los años 30. Estíé preparado.