FRANCISCO PASCUAL.-
El informe macroeconómico de un financiero suele ser de todo menos conmovedor. Pero el relato que hace Mar Gudmundsson, gobernador del Banco de Islandia, sobre la crisis que despeñó a su país desde la cúspide del bienestar mundial (con el paro más bajo de Europa y la natalidad más alta) hasta la ciíénaga de la quiebra del Estado deja a uno con ganas de consolar hasta un cubito de hielo.
Gudmundsson narra cómo el sistema bancario islandíés estaba sustentado sobre tres florecientes entidades con nombre de vikingos -el Landsbanki, el Kaupthing y el Glitnir-. í‰stas concedían críéditos por medio mundo. Tanto era así, que los beneficiarios de dos terceras partes de los príéstamos eran extranjeros (muchas entidades españolas invirtieron los ahorros de sus no menos españoles clientes en ellos). Lo hacían, porque podían, ya que recibían ingentes cantidades en depósitos con el que las instituciones extranjeras buscaban sus atractivos intereses (el precio del dinero estaba fijado en el 15%).
La caída de Lehman Brothers y el estrangulamiento del mercado interbancario provocaron que los tres bancos islandeses, como casi todos los demás, se quedasen sin recursos para hacer frente a sus pagos más urgentes. ¿Quíé hizo que el Landsbanki, el Kaupthing y el Glitnir se fuesen a desguace? Pues que tenían un tamaño que duplicaba el PIB de su país y el Estado no pudo rescatarlos.
La corona está sustentada por el Banco Central de Islandia, que tambiíén carecía de suficientes recursos. "Un gran número de bancos hubieran seguido el mismo camino si los gobiernos de todo el mundo no hubieran lanzado sus planes de rescate", recuerda Gudmundsson, que añora los esfuerzos conjuntos de emisión de liquidez de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, a los que su país no se pudo acoger al estar fuera de su órbita.
"No sólo no llegó el apoyo internacional", insiste el gobernador ártico, "sino que la respuesta a la crisis islandesa estuvo caracterizada por el apremio y la hostilidad". Posiblemente Gudmundsson se refiera sin nombrarla a la actitud del poco piadoso gobierno de Gordon Brown, que aplicó una intimidatoria normativa antiterrorista para obligar a Reikiavik a liberar los depósitos con titulares británicos.
Las crisis suelen servir para remover recuerdos contenidos, para purgar la nostalgia. En demasiados foros se lamenta que España pertenezca a la Eurozona y no tenga competencias monetarias para devaluar su moneda, como hicieron Solchaga y Solbes en anteriores recesiones. Cierto es que esta medida permitiría activar las exportaciones y espabilar algo el deprimente PIB. Pero cabe preguntarse dónde estarían muchas cajas si no hubiesen podido acudir a la ventanilla del Banco Central Europeo para empacharse de liquidez cuando no había otra manera de captarla en el mercado.
Los que amamos el ajedrez siempre hemos idealizado Islandia como el paraíso ártico que organizó con elegancia glacial la final entre Spassky y Fischer en 1972 (más nostalgia). Hoy el país se sobrepone con rocosa disciplina a su ocaso económico a base de príéstamos del Fondo Monetario Internacional. A los niños que están naciendo en estos años, los llaman los Kreppa (crisis). Seguramente a los españoles que hayan perdido todos sus ahorros en los bancos vikingos les dará menos pena, y más rabia.