Raices Ocultas: Elementos paganos.
Uno de los primeros en advertirlo fue el historiador de la Iglesia, Eusebio (260-340). En su obra Historia eclesiástica asegura que los evangelios del Nuevo Testamento son, en realidad, obras dramáticas de los esenios, un grupo de letrados anteriores a Jesucristo. Justino Mártir, teólogo del siglo u, dice por su parte que "muchos de los conocimientos antiguos son ahora propiedad de los cristianos", y revela sus dificultades para distinguir a la fe católica de cultos ajenos y anteriores.
Para Tom Harpur, escritor del libro The Pagan Christ, la evidencia de esas semejanzas es "abrumadora, detallada y muy específica", y abarca elementos variados: desde la sabiduría víédica de la India hasta los mitos nórdicos. Uno de los paralelismos más interesantes surge de la comparación de la vida de Jesucristo con otras figuras de tradiciones diferentes, como el profeta persa Zoroastro -Zaratustra-, que nació de una virgen tocada por un rayo luminoso, similar al Espíritu Santo. Otra comparación se establece con la religión egipcia. En una pintura del año 1425 a.C. llamada Amduat se menciona la idea cristiana del Dios encarnado en una figura humana. La historia de un dios que desciende a la Tierra, cobra forma humana, vive una pasión, muere y se levanta de entre los muertos para triunfar sobre sus enemigos y ascender a una esfera superior, es frecuente en las antiguas mitologías. La imagen de Jesús encuentra equivalencias con al menos 50 figuras previas de múltiples culturas, como Osiris y Horus (Egipto); Adonis, Baco. Orfeo y Híércules (Grecia); Balder y Thor (mitologías nórdicas) y Mitra (Persia), por citar algunas. La gran diferencia de Cristo es la historicidad: mientras esas figuras tuvieron una existencia legendaria, nadie puede poner en duda que Jesús fue un hombre real.
Otro punto interesante se halla en la transición entre las religiones paganas y la adopción del cristianismo. Por ejemplo, aunque el emperador Constantino adoptó la fe cristiana en 313 a travíés del cíélebre Edicto de Milán, íél y muchos de sus ciudadanos seguían rindiendo culto a Mitra -muy popular entre las tropas romanas- el dios de la luz solar o Sol Invictus. Tal como hacía referencia el Papa León el Grande, en el Siglo V, los mismos cristianos que acudían a la Basílica de San Pedro, en Roma, adoraban al Sol Victorioso, religión que siempre fue monoteísta. Antes de convertirse al cristianismo, el Emperador Constantito tambiíén le rendía culto. Al unificar el imperio en una sola religión, la cristiana, determinó que el 25 de diciembre, día en el que se celebra el nacimiento del Sol Invictus (Natalius Solis Invicti), tambiíén fuera la fecha del nacimiento de Cristo, como el verdadero Sol Victorioso. Con respecto a la Cruz, es curioso advertir que ya estaba presente en la religión egipcia. Solía ponerse sobre el pecho de las momias o en las manos de los cadáveres como emblema de la encarnación y la vida eterna en el otro mundo.
El hecho de que muchos elementos presentes en la Biblia hayan aparecido antes en otros contextos religiosos no tiene mayor impacto para los católicos, especialmente porque está documentada la estadía de la Sagrada Familia en Egipto. Ni siquiera los historiadores más críticos consideran que estas semejanzas pongan en duda el peso y significado de las tradiciones cristianas. Sólo demuestran que la Biblia y la religión católica no surgieron de la nada, que son un producto de múltiples tradiciones previas y que quizás por ello lograron consolidarse y perdurar en el tiempo.