Por... Mario Rivera Ortiz
El lector comprenderá fácilmente por quíé Jean Valjean, el híéroe de la novela Los miserables de Víctor Hugo, ya en sus tiempos, tuvo que enterrar 630 mil francos que había retirado de la Casa Laffitte de París, en un claro del bosque Montfermeil, prefiriendo para su seguridad, el bosque, a las manos de ciertos banqueros franceses, o quizá, tambiíén, asustado, más que por la persecución del inspector Javert, por la crisis económica que azotaba entonces Europa, en el periodo de 1825-1833.
Cuando salió publicado El capital ya hacía muchos años que Europa era golpeada por las crisis económicas, sin embargo, fue Carlos Marx quien explicó científicamente este fenómeno. í‰l escribió que la forma más abstracta y sencilla en la que se expresa la posibilidad de la crisis es la separación de C-M y M-C, donde C=mercancía y M=dinero. En otras palabras, la crisis es una fase del ciclo capitalista de producción que se caracteriza por el estallido de todas las contradicciones del sistema, especialmente entre la superproducción de mercancías y la reducción drástica del consumo.
Durante el siglo XIX, en el periodo del capitalismo premonopolista, las crisis se presentaban cada 10 u 11 años aproximadamente, la más profunda de ellas fue la de 1873-1882. En la fase del capitalismo monopolista las crisis se hicieron más frecuentes y los periodos de auge más breves. Despuíés de la Primera Guerra Mundial y de la aparición de los primeros estados socialistas se instaló la crisis general del capitalismo que abarcó todos los aspectos de la vida económica, política e ideológica del sistema. El triunfo militar sobre el eje Berlín-Roma-Tokio y luego el desplome del campo socialista trajo una breve etapa de bonanza debido al nuevo reparto del mercado internacional; no obstante la maldición de Marx reapareció con más fuerza, despuíés de la irrupción vigorosa y masiva de las mercancías chinas, alemanas, japonesas y rusas, en el mercado internacional, ensombreciíéndose así, paradójicamente, el futuro del capitalismo. La crisis es ahora más profunda y continua que nunca y sin perspectivas de una etapa de prosperidad.
El presidente del Banco Mundial (BM) dijo recientemente que la economía mundial entró en una nueva zona de peligro y externó una dura crítica a las grandes potencias, al sugerir que Europa, Japón y Estados Unidos necesitan tomar decisiones difíciles para evitar empujar al planeta a una recesión. “Si Europa, Japón y Estados Unidos no pueden enfrentar las responsabilidades, no sólo se arrastrarán ellos mismos, sino tambiíén a la economía globalâ€, indicó Robert Zoellick en un discurso en la Universidad George Washington.
Lo dicho por el funcionario mencionado se ilustra con el colapso del mercado de la deuda, las quiebras, la especulación, las trasfusiones de liquidez para reanimar bolsas maltrechas, los robos descarados de capital a países como Libia, los fondos de rescate, las reuniones sin ningún acuerdo, la histeria financiera, los encontronazos entre la UE y EU.
Ante esta situación preagónica del sistema, los terapeutas financieros dicen que han diagnosticado la enfermedad general pero no saben por dónde empezar a aplicar la cura. El presidente Obama acaba de lanzar un plan dizque para subir los impuestos a los ricos y resolver el problema del díéficit, los liberales españoles y los conservadores chilenos amenazan con privatizar la enseñanza, Grecia afronta inminente quiebra, etcíétera, mientras que los ricos yanquis chantent í plein gosier que están ganando la guerra de clases.
No cabe duda, la situación ha cambiado radicalmente desde que a las viejas potencias industriales les han salido rivales poderosos en el mercado mundial. Si las crisis se transforman de agudas en crónicas y ganan en intensidad sin vislumbrarse ningún periodo de bonanza aunque sea corto, ¿en quíé se terminará esto?
Ciertamente, esperar que los trabajadores europeos y norteamericanos participen en la lucha de clases con una conciencia cabal de la teoría elaborada por los creadores del socialismo científico, es esperar lo imposible. En este momento las masas carecen de una comprensión cabal de la situación real, nacional e internacional, y por supuesto de aquellos elementos indispensables para elaborar, ahora mismo, un programa internacionalista doctrinariamente perfecto. Hay que considerar que el nuevo proletariado todavía no ha tomado conciencia de sí mismo, como clase independiente, pues pesa sobre íél, todavía, la herencia de la corrupción ideológica dejada por las íépocas de bonanza. Pero es hoy que se presentan las condiciones óptimas para que se ponga en marcha como clase y participe consecuentemente en la guerra de clases declarada por los ricos; una vez logrado esto, ella pronto hallará la dirección correcta sin necesidad de notables y filisteos pequeñoburgueses. Todo error cometido, todo revíés sufrido en ese camino, será consecuencia de las concepciones teóricas equivocadas, pero serán superados en el desarrollo de la lucha. A este respecto, afirmaba Federico Engels que no hay mejor camino para llegar a la claridad y a la comprensión teórica que el de aprender por los propios errores.
Los míédicos sabemos que el pronóstico es el terreno más resbaladizo e inseguro del míétodo científico, pero es, pese a los riesgos, un momento ineludible en el trabajo de elaboración teórica. Por ahora cuatro cosas son seguras:
1. El mundo ha entrado a un periodo incomparablemente más peligroso para la existencia de la vieja sociedad que el que prevaleció durante más de dos siglos, debido a la incorporación reciente de grandes masas a la guerra de clases en Europa y Estados Unidos.
2. La burguesía de las grandes potencias parece incapaz de imaginar ninguna propuesta económica que genere un nuevo periodo de auge económico y estabilidad social por la vía pacífica.
3. Para las grandes potencias ya no es posible guerra alguna que no sea mundial.
4. Despuíés o durante una confrontación de ese tipo, sobrevendría el agotamiento general y la creación de las condiciones para la victoria final del proletariado. La guerra podría, quizá, arrojar temporalmente a la humanidad a la oscuridad, podría despojarla de más de una posición conquistada. Pero una vez que se hayan desencadenado fuerzas incontrolables, las cosas marcharán como ellas quieran. Al final de la tragedia el sistema quedará destrozado y la victoria del proletariado se habrá consumado o bien sería inevitable.