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Autor Tema: Confesiones de un espí­a del Mossad en el Vaticano  (Leído 1028 veces)

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Confesiones de un espí­a del Mossad en el Vaticano
« en: Noviembre 09, 2011, 07:40:21 pm »
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Antonio Hortelano: confesiones de un espí­a del Mossad en el Vaticano

Estas “confesiones” de un sefardita infiltrado en la Curia son de suma importancia para entender y confirmar la realidad de la Nueva Iglesia Conciliar.

La infiltración hebrea en el Vaticano, como agentes de la Sinagoga de Satanás, es un tema ampliamente tratado por varios autores católicos, protestantes y sin fe.

Pero este testimonio libre, sin parcialidad “antijudí­a”, brinda al lector un argumento contundente para abrir los ojos ante la verdad que padece la otrora Roma Cristiana desde hace varias díécadas.

CONFESIONES DE UN CURA ESPíA DEL
MOSSAD ISRAELí
Tomado originalmente del periódico El Mundo.es



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EL CURA ESPíA LO CUENTA TODO

POR JOSí‰ MANUEL VIDAL

Religioso redentorista, especialista en Moral. Trabajó como espí­a para los principales servicios de inteligencia. Los míédicos le han diagnosticado un cáncer terminal de pulmón. Sus memorias. Está escribiendo «El abuelete», un libro donde cuenta, con toda su crudeza, su experiencia como ESPíA DEL VATICANO Y DE ISRAEL.

«Soy espí­a y no lo niego», reconoce a sus 90 años sin rubor. Y lo cierto es que, según revela a Crónica, perteneció a los servicios secretos vaticanos, fue miembro del Mossad israelí­, quiso ficharlo la CIA y estuvo detenido por el KGB. Parece el retrato de un 007, pero Antonio Hortelano Alcázar es un religioso redentorista, especialista en Moral y con un extraordinario recorrido evangelizador a sus espaldas. Y una historia de pelí­cula. Porque el cura espí­a vivió de cerca, directa o indirectamente, todos los grandes acontecimientos de los últimos tiempos y se codeó con los grandes personajes que han pasado o pasarán a la Historia. Desde Golda Meir o Moshe Dayan a Salvador Allende o monseñor Romero. Y, por supuesto, los papas de las últimas díécadas.

Pelo blanco, nariz aguileña («de judí­o», dice con orgullo), encorvado por el peso de los años, el padre Hortelano sigue conservando una mente absolutamente lúcida, una gran capacidad dialíéctica y pedagógica y unos ojos azules que las vieron de todos los colores. Hasta la radiografí­a de su propia muerte, que le diagnosticaron hace unos meses, de improviso. «Como llegaba de Míéxico, me llevaron al Carlos III y me hicieron todo tipo de análisis para ver si tení­a la gripe A. Cuando terminaron, el míédico me dijo: ‘Tengo que darle dos noticias. Una buena y otra mala. La buena es que no tiene la gripe A. La mala, que tiene un cáncer de pulmón en fase terminal’». Pero hasta eso asume con una enorme dignidad. «Me muero. Me quedan unos dos meses de vida. Pero no he querido quimio ni radio. Sólo cuidados paliativos».

-¿Sin miedo a la muerte?

-Ninguno.

-¿Por quíé?

-Porque tengo fe y creo en el más allá.

-¿Cómo le gustarí­a morir?

-Con una sonrisa en los labios.

-¿Y de epitafio?

-La frase de Zubiri: «Pienso, luego existo y existo, no colgado de la nada, sino de Dios».

Son las 10 de la mañana del miíércoles 29 de julio. El padre Hortelano nos recibe en su habitación del convento redentorista de la calle Fíélix Boix de Madrid. Un cuarto pequeño y tan humilde como el de un monje. Una camita a la izquierda, una mesa de escritorio, llena de libros; dos estanterí­as y una puerta que da a un servicio, tambiíén pequeño. Huele a desprendimiento y austeridad. Se sienta en su sillón, se pone su mantita en las rodillas y se prepara para anticiparnos parte de un libro de memorias que ya está casi terminado. Se va a titular El abuelete.

-Un tí­tulo poco comercial.

-Sí­, pero como voy a contar en íél cosas duras, prefiero revestirlo de un halo de ternura. Como algo entrañable y familiar.

-Su testamento.

-Mi verdad y una mirada a lo mucho que he vivido.

En general, el padre Hortelano dice no tener mucho de quíé arrepentirse. «A veces, no he tenido demasiadas vivencias religiosas y, en ocasiones, he sido egoí­sta y muy terco». En cualquier caso, no teme al juicio de Dios en absoluto. «Dios cuenta con eso. Pronto llegaríé ante íél y le diríé: ‘Aquí­ está Antonio reportándose’». Además, en su vida tambiíén hubo infinidad de cosas buenas. «De lo que más orgulloso me siento es de lo que he trabajado por los demás».

Una vida entregada y repleta de penas y tristezas, como corresponde. Al echar la vista atrás, recuerda que nació en el número 80 del paseo de Colón de Irún. «A 500 metros de donde viví­amos estaba Francia». En el seno de una familia acomodada. De las fuerzas vivas del pueblo. «Mi abuelo materno, Antonio, murió a los 96, siendo el farmacíéutico más viejo de España». A los 7 años, la familia de Antonio se traslada a Madrid. «Mi padre tení­a leucemia y mi madre pensaba que en Madrid serí­a más fácil atenderlo. Le dieron un tratamiento de rayos X y fue un íéxito para aquella íépoca, pues duró hasta principios de 1931».

Y en Madrid vivió, de niño huíérfano, la íépoca de la República. «En el instituto, donde fui compañero de Fernando Fernán Gómez, los jóvenes católicos llevábamos una cruz en la solapa y los rojos, un diablo con cuernos y rabo». Despuíés vino la Guerra Civil y en su casa, se celebraban «eucaristí­as clandestinas con el padre Ibarrola».

El padre Hortelano echa pestes de Rafael Alberti: «Metí­a a los prisioneros en cabinas de telíéfonos con las paredes electrificadas con alta tensión». Y de Santiago Carrillo, que mandó fusilar a su tí­o. En cambio, alaba «la genialidad estratíégica de Franco».

Excelente estudiante, Antonio Hortelano profesa en los redentoristas el 24 de agosto de 1939. Y con sus extraordinarias dotes humanas y religiosas, pronto se convierte en una de las estrellas de la congregación. Alto, delgado y bien parecido, con sus gafas de pasta, parecí­a intelectual. Y lo era. Brillante, dicen que hablaba muy bien, que predicaba mejor y que daba clases como los ángeles. «Siempre fui muy popular entre los alumnos, porque, en mis clases, nunca leí­a. Siempre era esquemático, corto y creativo». Y, encima, sabí­a seis lenguas. Entre ellas, el alemán a la perfección.

ESPíA DEL VATICANO

En la Curia romana se fijaron en íél y entró a formar parte de los servicios secretos vaticanos. «Con misiones especiales y de una forma eventual», dice. Pero la verdad es que el propio cardenal Montini, entonces secretario de Estado del Vaticano y futuro Papa Pablo VI, le encomienda muchas misiones especiales. Un dí­a le llama al Vaticano y le dice: «Sospechamos que el cardenal Mindszenty de Budapest ha sido drogado y, por eso, ha hablado por radio a la población a favor del comunismo. Queremos mandar orientaciones a los responsables de la Iglesia. Sabemos que es valiente y arrojado y quiero saber si podemos contar con usted para esta misión».

Aceptó de mil amores, a pesar de los riesgos que corrí­a. Viajó con pasaporte italiano a la Hungrí­a comunista y cumplió su misión. Pero cuando va a coger el tren de vuelta a Viena, lo detectan los espí­as del KGB, lo detienen, lo someten a un interrogatorio de horas y lo acusan de espionaje. Pero, a las 48 horas y «tras tocar los palillos adecuados, me soltaron y pude regresar». Los palillos son el Vaticano e Israel, los dos Estados para los que trabajaba.

- HE TRABAJADO INCLUSO MíS CON EL MOSSAD QUE CON EL VATICANO.

-¿Por quíé con los judí­os?

-Se ve claro en mi cara: soy descendiente de judí­os.

-¿Se casa bien el sacerdocio católico con el ser un espí­a judí­o?

-Perfectamente. Jesús fue judí­o de raza y de religión. Y nunca se salió del judaí­smo. No se puede ser cristiano sin ser judí­o.

A travíés de Roma y del Mossad recibió información privilegiada. Mucha y muy abundante. Cuenta, por ejemplo, que el almirante Canaris, jefe del espionaje de Hitler, era «descendiente de judí­os sefarditas expulsados de España en 1492, que se refugiaron en Salónica. Se infiltró en los servicios secretos alemanes y le dictó a Franco la estrategia a seguir en el famoso encuentro con Hitler en Hendaya».

Un encuentro del que tambiíén tiene información privilegiada. Por el Mossad y porque el traductor que acompañaba a Franco, Antonio Tovar, era amigo í­ntimo de los Hortelano. Canaris habí­a convencido a Franco de que «serí­a un desastre para todos que Hitler ganase la guerra, y le aconsejó lo siguiente: ‘Usted dí­gale amíén a todo, pero pí­dale lo que no tiene. Es decir, cañones de costa para defenderse de los ingleses, petróleo y alimentos. Como es muy orgulloso, no le dirá que no lo tiene, pero no lo obligará a entrar en la guerra’. Y Franco, con esa estrategia, nos salvó de la guerra».

Para hacer frente al comunismo que amenazaba con extenderse por toda Europa y, sobre todo, a Latinoamíérica, Hortelano se dedica a «aprender las tíécnicas subversivas». De la mano del ex agitador francíés G. Sauge. A su lado, se infiltra en las juventudes comunistas alemanas y austriacas y vive, en Parí­s, la revolución de mayo del 68, donde conoce al que despuíés serí­a cardenal de Parí­s, Jean-Marie Lustiger, el primer purpurado católico de origen judí­o.

Por sus contactos descubre, asimismo, que, «para conquistar Latinoamíérica, los soviíéticos iban a aplicar la teorí­a de Gramsci: ni bombas ni elecciones, sino infiltraciones en la Universidad y en la Iglesia. Y de ahí­ nace la Teologí­a de la Liberación».

-¿Una teologí­a marxista?

-En la Teologí­a de la Liberación hay gente buena, como el cardenal Pironio o Helder Cámara. Pero otros, como Hugo Assman, son totalmente marxistas y partidarios de la lucha armada.

-¿Y Gustavo Gutiíérrez, el llamado padre de esa teologí­a?

-Cambió y ahora somos amigos.

-¿Y Leonardo Boff?

-Es un bluf, que preconizaba el comunismo cientí­fico.

Una idea muy extendida entre las bases católicas más comprometidas. Cuenta el Padre Hortelano que una vez se le acercó una monja en Bolivia y le dijo: «Los problemas de Latinoamíérica se arreglan con la Biblia en una mano y con la Biblia en la otra». Y el religioso le contestó: «Cómo se nota que no ha estado usted en la guerra, porque la metralleta hay que agarrarla con las dos manos y no queda mano libre alguna para la Biblia». Y, tras la aníécdota, concluye: «es encomiable la opción por los pobres de la Teologí­a de la Liberación, pero su pecado ha sido coquetear con el comunismo y la violencia».

Por tenerlo así­ de claro, lo quiso fichar la CIA. «El jesuita Veeckmans se me acercó para contratarme para la CIA con un importante sueldo. Pensaron que era el candidato ideal para denunciar a los teólogos radicales. Mandíé a la CIA por el tubo de desagí¼e, con lo que me ganíé muchos enemigos». Eso sí­, pasó más de 30 años paseándose por Latinoamíérica, uno de los principales teatros de operaciones del cura espí­a. Y participando en todos los grandes acontecimientos del continente.

Vivió, por ejemplo, todo el proceso que condujo al asesinato de monseñor Romero, obispo de San Salvador. «Habí­a dos candidatos para el arzobispado salvadoreño: Rivera Damas, abierto, y Romero, conservador. Roma eligió al conservador, que pronto se pasó con armas y bagajes a la izquierda». Además, «sus misas se convirtieron en autíénticos mí­tines revolucionarios contra el gobierno militar y por eso lo mataron».

De ahí­ que Hortelano crea que monseñor Romero «nunca será canonizado». Y añade: «Como tampoco subirán a los altares Ignacio Ellacurí­a y sus compañeros jesuitas de la UCA. Demasiada polí­tica de por medio».

Hortelano estuvo en Chile desde la llegada de Allende al poder hasta su derrocamiento y asesinato. Recuerda que a su toma de posesión «llegaron Castro y los demás dirigentes de la izquierda marxista leninista del continente». El redentorista español, sentado al lado del cardenal Silva Henrí­quez, carismático arzobispo de Santiago de Chile, le comentó:

-Monseñor, debe de ser muy interesante ser cardenal de Santiago en estos momentos.

-Ojalá, padre Hortelano, no lo fuese tanto. Replicó el purpurado.

El cura español sostiene que «el Chile de Allende se fue convirtiendo en el imán de todos los revolucionarios del continente y, cuando estalló el golpe de Pinochet, mi impresión es que el 70% de los chilenos estaba a favor. Eso sí­, creí­an que los militares iban a poner orden y se irí­an, pero se instalaron en el poder, tras cometer muchas atrocidades». Estuvo en el estadio «donde habí­a más de 5.000 personas detenidas» y recuerda que, en medio de la atroz dictadura, «la Iglesia fue la voz de los que no la tení­an y organizó la Vicarí­a de la Solidaridad, presidida durante un tiempo por mi alumno el sacerdote Juan de Castro».

Hortelano se relacionaba con todos los bandos. Tanto civiles como eclesiásticos. Fue amigo de Camilo Torres, el cura revolucionario colombiano. Pero tambiíén tuvo trato con dictadores como Fujimori o Videla. «Un dí­a, el entonces presidente de la Junta Militar argentina asistí­a a una boda que celebraba yo y se acercó a comulgar. En el convite me tocó a su lado y le preguntíé a bocajarro»:

-Presidente, ¿cómo se atreve a comulgar?.

-No sea ingenuo, padre Hortelano. Si Rusia ataca con bombas atómicas, Estados Unidos responde con bombas atómicas. Si los montoneros nos atacan con el tiro en la nuca, nosotros les respondemos con el tiro en la nuca. Ustedes, en cambio, dentro de 30 años seguirán soportando a los asesinos de la ETA con el tiro en la nuca.

-¿Quíé harí­a usted para acabar con ETA ?

-Cinco por uno, incluidas mujeres y niños y el embargo de sus bienes.

Como cura que es, el padre Hortelano no está de acuerdo con el cinco por uno de Videla. Pero propone una «receta» cuando menos sorprendente para acabar con la banda terrorista: «Llevarí­a a todos los presos de ETA a Fuerteventura. Nada de acercamientos. Y si la banda comete atentados materiales, los presos aislados a agua y bananos. Y si mata a alguien, a pan y agua durante cuatro meses».

Hortelano admira a los vascos. Aunque dice que íél es un «vasco cósmico», asegura que el pueblo vasco «siempre ha sido un pueblo triunfador, hasta que perdió las guerras carlistas». Pero se muestra muy crí­tico con los obispos vascos y con la Iglesia católica del Paí­s Vasco. «ETA la fundó la Iglesia. Y, tras tantos años de terrorismo, es lamentable que no haya muerto ni un solo cura. Mientras ETA no mate a un cura, no creo en los curas ni en los obispos ni en la jerarquí­a vasca». Lo dice el cura al que el entonces obispo de San Sebastián, Jacinto Argaya, querí­a que fuese su obispo auxiliar. Y se lo propuso en una reunión secreta que celebraron en el santuario de Loyola.

-Quiero que seas mi auxiliar con derecho a sucesión

-No puedo, Don Jacinto. No síé vasco y, además, no soy sacerdote diocesano.

-Eso no importa. El vasco se aprende. Y eres el único que puede parar la sangrí­a de mis curas, que se están pasando a los abertzales y a ETA.

-Lo siento mucho, monseñor, pero no puedo aceptar. No soy la persona idónea.

Don Jacinto le confiesa, entonces, que «la alternativa es Setiíén». Y Hortelano precisa: «Entonces, Setiíén tení­a fama de conservador y daba clases en Salamanca. Pero el conservador Setiíén les salió abertzale».

-¿Quíé tal se lleva con monseñor Setiíén?

-Fatal, cada vez que me ve me mira con ojos de hiena.

El padre Hortelano aprovecha el caso para criticar la polí­tica de nombramientos episcopales de la Iglesia. «Se hacen muy malos nombramientos de obispos. Por eso son tan malos y tan grises los que tenemos. Además, deberí­an elegirse sólo para nueve años. Lo que no se hace en ese tiempo, ya no se hace».

Profundo conocedor de los entresijos más ocultos de la Santa Sede, Hortelano habla sin pelos en la lengua de los papas.

-¿Su Papa preferido?

-Juan XXIII.

-¿Quíé opina de Benedicto XVI?

-Es un profesor de teologí­a sin chispa ni carisma.

-¿Y de Juan Pablo II?

-Teológicamente, era malí­simo y, además, relegó a los religiosos.

Pero tambiíén reconoce los míéritos de Wojtyla. «El Muro de Berlí­n cayó gracias a Juan Pablo II, aliado con Reagan». Y desvela un secreto de su pontificado. En su intento por acabar con el comunismo, «el presidente de los EEUU y el Papa se intercambiaban a diario todos los informes más reservados que cada uno de ellos recibí­a. Todas las mañanas, Reagan mandaba sus informes al Papa y íéste le enviaba la información más caliente que recibí­a de todas las nunciaturas». A juicio del sacerdote-espí­a, «íése fue un gran error de Juan Pablo II».

SECRETOS VATICANOS

Y sobre todo le reprocha el escándalo del IOR, el Banco del Vaticano y el haber confiado las finanzas de la Iglesia a monseñor Marcinckus. «Se lo ofreció el arzobispo de Baltimore, pero ya en USA Marcinckus estaba relacionado con la mafia. Por eso, cuando se produjo la quiebra del Banco Ambrosiano, que dejó un agujero en el IOR de más de mil millones de dólares, Marcinckus quiso taparlo negociando la deuda con la mafia. Al final, tras varios muertos, el Vaticano pidió a los religiosos que se hiciesen cargo de la deuda. Aceptaron pero con la condición de quedarse con la gestión de las finanzas vaticanas. El Papa no quiso y, entonces, apareció el Opus Dei que, a travíés de Rumasa, tapó el agujero de Roma a cambio de la prelatura personal y de la canonización del fundador de la Obra».

Pasadas esas turbulencias y desde su atalaya de hombre de Iglesia, el padre asegura que la institución «necesita cambios estructurales, pero sin dinamitarla». Es decir, «hay que hacer lo mismo que con las viejas catedrales: limpiarlas, pero conservando todo lo demás».

En esta clave se atreve a escribir una «última carta al Papa». En ella le propone «con humildad» una serie de consejos concretos para reformar la Iglesia. Le pide una Iglesia «más equilibrada y más femenina». Con curas casados y mujeres sacerdotes. Con obispos elegidos por un perí­odo de 9 años y la supresión del colegio cardenalicio. Porque al Papa lo elegirí­a «una representación de todo el pueblo de Dios». Y, por último, le pide que «promueva la integración de la Iglesia con el judaí­smo».

ROTA, GIBRALTAR Y LAS MEMORIAS

Torrente inagotable de informaciones, el padre Hortelano deja la Iglesia y pasa a asuntos de la actualidad. Y asegura que «Gibraltar, ahora de moda por el viaje de Moratinos, es una bobada, que se solucionaba haciendo esperar ocho horas diarias en la frontera a los llanitos que pasan a España, donde suelen vivir». A su juicio, el problema es la base de Rota.

-¿Por quíé?

-Porque Rota es un enorme almacíén de bombas nucleares, por si estalla una guerra atómica en Oriente Medio.

-¿Con quíé datos asegura eso, padre?

-Con las bases documentales del Vaticano y del Mossad, y con la información privilegiada de muchos servicios secretos.

Posa con paciencia para las fotos, nos estrecha la mano y nos dice, a guisa de despedida: «Como seguramente no os vuelva a ver, que Dios os bendiga». Y se vuelve a su cuarto apoyado en su andador. El cura espí­a ha testado y su testamento saldrá pronto en forma de libro de memorias. Porque, como le gusta decir, «sólo la verdad nos hace libres». Y para conseguir algo de dinero para la niña de sus ojos: el kibutz que fundó, hace años, en Queríétaro, Míéxico (llamado comunidades EAS).

ANTONIO HORTELANO ALCíZAR
- Religioso redentorista, especialista en Moral.- Trabajó como espí­a para los principales servicios de inteligencia.Los míédicos le han diagnosticado un cáncer terminal de pulmón.Sus memorias.Está escribiendo «El abuelete», un libro donde cuenta, con toda su crudeza, su experiencia como espí­a del Vaticano y de Israel.Falleció el 15 de octubre de 2009, ver esquela: