Por... Bernardo Corro Barrientos
En la reciente Cumbre del Foro de Asia Oriental realizada en Nueva Delhi el 12 y 13 de noviembre pasado, el primer ministro chino Wen Jiabao afirmó en una conferencia de prensa que “el siglo XXI pertenece a Asiaâ€. El primer ministro de la India, Manmohan Singh le respondió que “no hay absolutamente ningún obstáculo para nuestra colaboración en una serie de áreas bilaterales, regionales y globalesâ€, y se comprometió a desarrollar “la mejor de las relaciones.†(agencia AP, 18/11/2011).
Este diálogo ilustra no solo el dinamismo contrastante de las economías asiáticas en el contexto de la crisis y recesión que afecta a las grandes economías del planeta, sino que tambiíén indica sobre el trasfondo causal de la crisis económica y financiera mundial que sacude actualmente a las economías de Estados Unidos y de Europa Occidental.
La crisis en estos países, sobre todo en Estados Unidos desde 2008, se tradujo en la rápida desaceleración de la actividad económica y comercial, la quiebra de grandes bancos y empresas industriales, la insolvencia y el cierre de cientos de miles de empresas sobre todo de tamaño medio y chico y el desempleo de ingentes cantidades de trabajadores. En la zona euro sucedió algo similar, pero con el aditamento de la elevada deuda pública contraída durante los últimos diez años por países como Grecia, Italia, Islandia y España. En estos, las políticas económicas y sociales de inspiración keynesiana para estimular el consumo y la producción mediante deuda externa, no dieron los frutos esperados.
Las soluciones no parecen fáciles de encontrar. Desde hace más de tres años los grandes economistas estadounidenses discuten intensamente. Las escuelas económicas neoliberal y neokeynesiana se enfrentan. Parece existir cierto consenso sin embargo en cuanto al diagnóstico de la crisis, al considerar que la causa sería reciente y sobre todo de carácter financiero y de deuda de la banca y de las grandes empresas. El consenso desaparece, sin embargo, en cuanto a la terapíéutica.
Los economistas neokeynesianos, piensan, como hace tres años, que sería suficiente la expansión monetaria mediante la otorgación de nuevos príéstamos de rescate a los grandes bancos y empresas en dificultad, elevar los impuestos a los estratos ricos y ejecutar grandes trabajos públicos. Estas medidas deberían apoyarse, además, en la reevaluación de las monedas de los países denominados “emergentes†como China, India, Brasil, Rusia y Sudafrica (BRICS), así como con el incremento de sus importaciones desde los Estados Unidos y Europa. Los estímulos internos y externos permitirían a las empresas reactivar sus actividades productivas y comerciales y aumentar el empleo.
Los economistas neoliberales, por su parte, recomiendan lo contrario, es decir, la austeridad fiscal, no expandir la moneda mediante príéstamos de rescate, no incrementar los impuestos y dejar que la economía por sí sola efectúe las “purgas internas†necesarias. Recomiendan en particular no tocar el libre funcionamiento de las empresas que, con los recursos propios no confiscados por el gobierno mediante el incremento de los impuestos, podrán posteriormente efectuar las inversiones capaces de elevar la producción, el empleo y los ingresos de los consumidores. Existe el peligro, sin embargo, de que puedan transcurrir muchos años antes de lograr la reactivación esperada y a costa de una peligrosa recesión e incluso de un retroceso de la economía.
Por otro lado, el problema que presenta la propuesta neokeynesiana es que, como lo mostraron los efectos de las medidas de hace tres años, los estímulos financieros, por más gigantescos que sean, no lograrán impactar con la profundidad y amplitud necesarias la reactivación productiva de un grupo sustancial de empresas. Solo algunas cúpulas empresariales de algunas ramas productivas podrían reactivarse y solo por algunos años. Los impuestos recaudados de los sectores ricos, si bien podrán beneficiar a la inversión pública en infraestructura y aumentar en el corto plazo la demanda agregada en beneficio de algunas grandes empresas y de algunas ramas productivas mencionadas, esta demanda tendría límites temporales y espaciales internos y externos y, sobre todo, no podría enfrentar a la competencia internacional. Estos límites no permitirían tampoco reactivar a los diferentes componentes de las cadenas y ramas productivas en el sentido de elevar en el largo plazo su capacidad de innovación tecnológica y de productividad interna, su competitividad interna y externa y el rendimiento interno de la inversión. La propuesta neokeynesiana no sería suficiente como para que la gran economía estadounidense pueda enfrentar en mejores condiciones los retos que plantean los países emergentes y otros países del mundo. Este es el fondo del problema.
El los últimos cincuenta años la economía estadounidense enfrentó dos grandes retos a su capacidad productiva y a su competitividad interna y externa. La primera se registró en los años 60 y 70 luego del resurgimiento de la capacidad productiva de Europa occidental y Japón despuíés de la Segunda Guerra Mundial. Este reto fue pesimamente diagnosticado por los economistas de la íépoca. En lugar de efectuar las “reformas regulatorias internas†necesarias, las recomendaciones de la Comisión Trilateral y luego del Consenso de Washington en los años setenta y ochenta simplemente impulsaron “reformas desregulatorias externasâ€, es decir, la liberalización comercial y de capitales de las economías del mundo en beneficio de las inversiones de las empresas transnacionales estadounidenses. Esta medida se tradujo simplemente en la consolidación de las grandes concentraciones monopólicas internas en proceso de obsolescencia, en la sangría consecutiva de inversiones desde el territorio estadounidense hacia el exterior y en un beneficio interesante para algunas economías como China, Rusia, Brasil, India, Míéxico y Sudáfrica. Las recomendaciones mencionadas beneficiaron inicialmente a las grandes transnacionales desreguladas internas, pero perjudicaron a las cientos de miles de empresas más pequeñas prisioneras internamente de barreras monopólicas infranqueables.
Las ideas neokeynesianas se muestran ahora demasiado díébiles e impotentes como para poder contribuir a la solución profunda y durable de la crisis estadounidense. Estas propuestas no serían lo suficientemente capaces como para elevar el rendimiento interno de la inversión, la innovación tecnológica, la productividad interna y la competitividad interna y externa. Tampoco serían suficientes para contribuir a resolver los problemas de la zona euro.
Bernardo Corro Barrientos es economista.