Por... BEATRIZ DE MAJO
China fue en 2011 el tercer inversionista en Amíérica. Dos años seguidos ha mantenido ese sitial y en el año que reciíén terminó, el volumen de recursos que fluyó superó los 23.000 millones de dólares.
Es exponencial el crecimiento de las inversiones de riesgo que el gigante asiático viene colocando dentro de las economías latinoamericanas, tanto que solo en el año pasado, China triplicó las inversiones que antes hiciera a lo largo de los 20 años que van de 1989 y 2009. En dos díécadas alcanzaron apenas a 7.500 millones de dólares.
Pero es igualmente resaltante que el grueso de tales fondos fueron dirigidos a desarrollar proyectos de explotación de recursos naturales.
Esta participación creciente de China en los sectores básicos presenta diferentes modalidades, todas con una dinámica creciente: o bien las empresas chinas con el apoyo del gobierno han estado adquiriendo participaciones en desarrollos de recursos naturales, o bien han estado financiando a bajos costos a empresas petroleras y mineras o han firmado acuerdos de largo plazo de compra de materias primas y productos básicos. Las autoridades chinas están atrapadas dentro de la propia dinámica de su crecimiento.
El íéxodo campesino a las ciudades ha sido indetenible en los últimos 10 años y ello representa una adición anual de cerca de 15 millones de consumidores a las grandes ciudades. El abandono del campo y de las empresas extractivas se ha vuelto crítico al tiempo que los mejores ingresos para toda la población han incrementado sensiblemente la demanda por alimentos y por productos que requieren de materias primas que el país cada vez produce en menor cuantía.
La crisis europea y sus efectos mundiales solo les agregan complejidad a las decisiones de planificación económica del país líder de Asia.
China debe continuar estimulando el consumo de los propios para paliar a la reducción de la demanda externa.
Cuanto más el chino de a pie consume, más se vuelve flagrante la dificultad de aprovisionamiento interno para la alimentación y para las industrias.
Por estas básicas razones es que China, en los años por venir, seguirá siendo el mayor inversionista en recursos naturales del planeta y ello explica su incremental interíés en quienes no solo disponen de ellos abundantemente sino que además tienen el nivel de desarrollo requerido para acometer su explotación de manera eficiente tecnológica y financieramente: los países latinoamericanos.
Pero es erróneo pensar que en el país asiático se está generando una dependencia perversa de nuestro continente: apenas lo está utilizando para sus propósitos legítimos.
La realidad es la inversa: son nuestros emergentes países los que se están prestando para ser explotados por una relación interesada que les está extrayendo despiadadamente sus recursos, al tiempo que los inunda de mercancía con la cual a las industrias locales les resulta casi imposible competir.
Pero no hay motivos para angustias tempranas, hay razones para planificar la relación. Esta avidez superlativa por nuestros recursos, bien controlada por los países receptores de las inversiones, puede darles buen aliento a nuestras economías.