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Autor Tema: Una introducción a la subcontratación en el extranjero...  (Leído 165 veces)

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Una introducción a la subcontratación en el extranjero...
« en: Julio 21, 2012, 09:29:29 am »
Por...  Daniel J. Ikenson
 



En una era con una sobrecarga de información errónea, es desalentador ver al Washington Post (en inglíés) perpetuando la ignorancia alrededor del tema de la subcontratación en el extranjero o outsourcing. Seguramente, al abordar el tema en una publicación reciente, los escritores Tom Hamburger, Carol D. Leonnig y Zachary A. Goldfarb se limitaron a presentar los argumentos de los crí­ticos de Obama ubicados "sobre todo en la izquierda polí­tica", quienes afirman que el presidente no ha podido cumplido con su promesa de reducir el "enví­o de empleos al extranjero".

Esta conclusión podrí­a estar en lo correcto. Sin embargo, la repetición en el artí­culo de mitos acerca del outsourcing y del comercio, difundidos por aquellos que se benefician de restringirlo, da a los lectores una perspectiva parroquial que los deja confundidos y desinformados sobre las manifestaciones, causas, consecuencias, beneficios y costos del outsourcing.
 
El outsourcing es un tíérmino —cargado de cierta connotación polí­tica— para referirse a la inversión directa de EE.UU. en el exterior. Aunque la mayorí­a de esta inversión se dirige a paí­ses ricos, el artí­culo del Post afirma que los "empleos de EE.UU. han ido trasladándose a paí­ses con salarios bajos por años, y la tendencia ha continuado durante la administración de Obama". Mientras que eso podrí­a ser objetivamente cierto, los números tambiíén son relativamente pequeños. Se han perdido muchos más trabajos por la adopción de tíécnicas de manufactura más productivas y nuevas tecnologí­as que requieren menos mano de obra. Y, en general, somos más ricos gracias a esto.
 
El artí­culo atribuye la píérdida de 450.000 empleos en EE.UU. a las importaciones de China entre 2008 y 2010 —una cifra sacada de un "modelo económico" del Institute for Economic Policy, que ha sido criticado por todo el mundo en Washington, excepto por Chuck Schumer (Senador de Nueva York, Partido Demócrata) y Sherrod Brown (Senador de Ohio, Partido Demócrata). Esa cifra es el producto de supuestos simplistas y erróneos que igualan el valor de las exportaciones e importaciones para establecer el número de puestos de trabajo creados y destruidos, respectivamente, como si existiese una relación lineal entre las variables y como si las importaciones no generaran ningún empleo en EE.UU., como lo hace en, por ejemplo, las operaciones portuarias, la logí­stica, el almacenaje, la venta al por menor, el diseño, la ingenierí­a, la manufactura, la abogací­a, la contabilidad, etc. No obstante, las importaciones si generan trabajos en lo alto y bajo de la cadena de producción (en inglíés). Sin embargo, los inquebrantables del Institute for Economic Policy están tan comprometidos con la afirmación de que las importaciones destruyen empleos en EE.UU. que incluso sugieren que el número de píérdidas de empleos serí­a aún mayor que 450.000 si la desaceleración económica de EE.UU. no hubiera reducido las importaciones. De acuerdo a esa lógica torturada, la desaceleración económica salvó o creó empleos en EE.UU. Pero estoy divagando.
 
Contrario a las ideas falsas que son reforzadas a menudo por los medios, el outsourcing no se da porque las empresas estadounidenses persiguen salarios bajos o díébiles normas ambientales y laborales en el extranjero. Las empresas están preocupadas por la totalidad del costo de producción, desde la concepción del producto hasta su producción. Los estándares y salarios extranjeros son apenas unos de los factores que influyen en la decisión final de producir e invertir. Estas consideraciones fundamentales incluyen: La calidad y habilidades de la fuerza laboral; el acceso a los puertos, ferrocarriles y otras infraestructuras; la proximidad de la producción a la siguiente fase en la cadena de suministro o al mercado final; el tiempo de lanzamiento al mercado; el tamaño de los mercados cercanos; el entorno económico general del paí­s o la región; el clima polí­tico; el riesgo de una expropiación de los activos; el marco regulatorio; los impuestos; y la confiabilidad del imperio de la ley, por nombrar algunos.
 
La prioridad de la empresa no es maximizar el empleo nacional, sino maximizar las ganancias. La empresa, por lo tanto, intenta reducir al mí­nimo los costos totales, no los salarios, y es por eso que estos diversos factores se encuentran entre los elementos cruciales que determinan las decisiones de inversión y de producción. Los lugares con salarios bajos y estándares flexibles tienden a ser lugares costosos para la producción de todo, excepto de bienes más elementales porque, tí­picamente, esos ambientes están asociados con una baja productividad laboral y otros obstáculos económicos, polí­ticos y estructurales para operar sin problemas y de manera rentable. La mayorí­a de estas consideraciones cruciales favorecen la inversión en paí­ses ricos sobre los pobres.
 
En efecto, si los salarios bajos y la normativa laxa fueran el verdadero atractivo, entonces las salidas de inversión de EE.UU. no estarí­an tan concentradas en paí­ses ricos. Según las estadí­sticas publicadas por el Buró de Análisis Económico (BEA, por sus siglas en inglíés), 75% de los $4,1 billones en inversión directa de EE.UU. en el extranjero a finales de 2011 se encontraba en Europa, Canadá, Japón, Singapur, Australia, Nueva Zelanda, Taiwán, Corea y Hong Kong (es decir, paí­ses ricos). En contraste, sólo el 1,3% de la inversión directa total de EE.UU. se encuentra en China.
 
Del mismo modo, si los salarios y los estándares laxos fuesen los imanes de la inversión, no habrí­an las grandes sumas de inversión directa extranjera en EE.UU. que existen, y EE.UU. no serí­a la nación manufacturera más prolí­fica (en inglíés). A finales de 2010, la inversión directa extranjera en EE.UU. ascendí­a a $2,3 billones, un tercio de esta cantidad se invirtió en fábricas de manufacturas en EE.UU. Cuando el presidente y sus crí­ticos (incluyendo al candidato Romney) hablan acerca de los estragos de "enviar empleos al extranjero", deberí­an tomarse un momento para notar que 5,3 millones de estadounidenses trabajan para las filiales estadounidenses de empresas extranjeras (puestos de trabajo que empresas de otros paí­ses subcontratan a  estadounidenses). Además, deberí­an tener en cuenta que Airbus de Europa anunció la semana pasada que invertirá $600 millones en una planta de ensamblaje de aviones de 1.000 trabajadores en Mobile, Alabama. Esta planta estará cerca de la planta de producción de acero de 1.800 trabajadores —inversión de alrededor de $5.000 millones— de la empresa alemana Thyssen-Krupp, que se encuentra a unas cuantas horas de una docena de plantas de producción de autos, casi todas extranjeras. Estas últimas emplean decenas de miles más trabajadores estadounidenses y generan actividad económica que mantiene a miles más. Estas inversiones, empleos y la actividad relacionada a estos son el resultado del outsourcing de empresas extranjeras.
 
¿Por quíé estas empresas extranjeras vienen a EE.UU. para producir en lugar de producir en su paí­s y exportar? Porque cada compañí­a ha determinado que esto tiene sentido desde una perspectiva comparativa de los costos agregados. No están aquí­ por los salarios bajos o una regulación laxa o los estándares ambientales, sino porque todos los factores que afectan los costos que cada empresa considera de manera singular, favorecen —una vez considerados todos los factores— a la inversión en EE.UU. Un factor muy importante para un número creciente de compañí­as es la proximidad al mercado. El enví­o de productos a larga distancia puede ser costoso, particularmente para los productos y partes sensibles al tiempo. Para una empresa, tener una presencia productiva en su mercado más grande o con crecimiento más rápido es un factor que tiene un peso significativo. Exportar no siempre es la mejor manera de satisfacer la demanda extranjera.
 
Sin embargo, el outsourcing ha sido estigmatizado como un proceso mediante el cual las fábricas estadounidenses se desmontan viga por viga, máquina por máquina, perno por perno y luego se rearman en algún lugar en el extranjero con el propósito de producir bienes que luego son vendidos en EE.UU. Puede haber algunos casos en que esa esta es una descripción precisa de lo que sucedió, pero es simplemente inexacto generalizar a partir de esos casos. Según la investigación del Buró de Asuntos Económicos descrita en estos dos artí­culos (Griswold y Slaughter, ambos en inglíés), entre el 90 y el 93% del outsourcing estadounidense —inversión en el extranjero— tiene el propósito de servir a la demanda extranjera. Solo entre el 7 y el 10% de tal inversión es con el propósito de realizar ventas en EE.UU.
 
En 2009, las multinacionales de EE.UU. vendieron alrededor de $6 billones en bienes y servicios en los paí­ses extranjeros en los que operan, cifra que casi cuadruplica el valor de todas las exportaciones de EE.UU. en ese año. El outsourcing ayuda a que las compañí­as multinacionales de EE.UU. sean más competitivas, y las ganancias que obtienen en el extranjero (incluso si no son repatriados) financian la inversión y la contratación de sus casas matrices en EE.UU. Por lo general, las compañí­as de EE.UU. que están invirtiendo en el extranjero son las mismas que están invirtiendo en EE.UU. por razones como el hecho de que la inversión de multinacionales estadounidenses en el extranjero tiende a estimular las inversiones y la contratación complementarias de las casas matrices en EE.UU.
 
La capacidad de subcontratar en el extranjero tambiíén cumple otra función importante pero subestimada: nos protege en contra de malas polí­ticas en EE.UU. (en inglíés). Al igual que la competencia fiscal, el outsourcing ofrece alternativas para las empresas, que ayudan a disciplinar polí­ticas sub-óptimas o punitivas del gobierno. Debido a la globalización y al outsourcing las empresas pueden decidir operar en otro paí­s, donde la atmósfera polí­tica y económica podrí­an ser más favorables. A medida que más compañí­as realizan estas evaluaciones comparativas del costo agregado de producción, los gobiernos tendrán que tener más cuidado al momento de seleccionar polí­ticas.
 
Los gobiernos ahora están compitiendo entre sí­ para atraer el capital financiero, fí­sico y humano necesario para nutrir las economí­as de alto valor agregado e impulsadas por la innovación del siglo XXI. Restringir o gravar el outsourcing como una forma de capturar la inversión no serí­a prudente. Esto harí­a a las estadounidenses menos competitivas y, en última instancia, reducirí­a el empleo, la remuneración y la actividad económica. En esta economí­a globalizada, los polí­ticos no pueden conjurar la inversión, la producción y la contratación mediante amenazas o mandatos sin matar a la gallina de los huevos de oro. Pero pueden incentivar a las compañí­as estadounidenses para que devuelvan algunas de sus operaciones a EE.UU. y atraer a empresas extranjeras a invertir más en EE.UU., adoptando y manteniendo polí­ticas favorables.
 
De acuerdo con los resultados de una encuesta de más de 13.000 ejecutivos de alrededor del mundo, publicada en el Reporte de Competitividad Global 2011/12 (en inglíés) del Foro Económico Mundial, hay 57 paí­ses con regulaciones menos onerosas que EE.UU. Esa misma encuesta reveló que los ejecutivos están cada vez más preocupados por el capitalismo de compadres en EE.UU., ubicando a EE.UU. en la posición 50 de 142 economí­as en tíérminos de la habilidad del gobierno para mantener una relación adecuadamente distante del sector privado. Luego considere el hecho de que EE.UU. tiene la mayor tasa de impuesto corporativo entre todos los paí­ses de la OCDE. Sume a eso la prevalencia de demandas frí­volas, la incertidumbre polí­tica, un desmedido gasto público, la escasez de trabajadores calificados, la incertidumbre sobre la carga fiscal en 2013, y se comienza a entender por quíé las empresas estadounidenses podrí­an considerar invertir y producir en el extranjero. Sin embargo, los polí­ticos pueden mejorar las polí­ticas —en teorí­a, al menos.
 
Todo se reduce a esto: Alrededor del 95% de los consumidores y trabajadores del mundo viven fuera de EE.UU. Vivimos en un mundo donde las empresas estadounidenses tienen mucha más competencia en el lado de la oferta, mucha mayor oportunidad en el lado de la demanda, y un potencial todaví­a mayor para aprovecharse de la división mundial del trabajo (es decir, colaborar a travíés de las fronteras en la producción) que hace 50, 20 o incluso 5 años. Despuíés de un largo letargo, el resto del mundo ahora está conectado. Deberí­amos celebrar, y no maldecir, este desarrollo.
 
En una economí­a globalizada, el outsourcing es una consecuencia natural de la competencia. Y la competencia entre polí­ticas es la consecuencia natural del outsourcing. Fomentemos este proceso.


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