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Autor Tema: La crisis que se curó sin intervención del Estado…  (Leído 172 veces)

OCIN

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La crisis que se curó sin intervención del Estado…
« en: Enero 04, 2015, 12:40:23 pm »
Por… Lawrence White



The Forgotten Depression—1921: The Collapse that cured Itself (La depresión olvidada—1921: El colapso que se curó solo)
Por James Grant
Simon & Schuster, $120.97, 272 páginas


Usted pensarí­a que un libro acerca de un ciclo económico no podrí­a ser muy entretenido, pero piíénselo nuevamente. James Grant, de Grant’s Interest Rate Observer (antes era un columnista de Barron’s), convierte “la última depresión no medicada de EE.UU.” de 1920-21 en una aníécdota emocionante e instructiva.
Grant construye un drama en el que figuran los principales jugadores de los negocios y del Estado en un escenario construido sobre las sólidas base de la teorí­a y las estadí­sticas económicas. Pero como íél revela en el prefacio, “El híéroe de mi narrativa es el mecanismo de precios, la mano invisible de Adam Smith”.

Aunque no ha sido precisamente la depresión olvidada del tí­tulo del autor, la depresión de 1920-21 no ha recibido el escrutinio que merece. La lección instructiva de la historia es que el gobierno federal “enfrentó la recesión aparentemente ignorándola —o implementando polí­ticas que el economista promedio del siglo 21 considerarí­a desastrosas” —y esa estrategia de no meterse parece haber funcionado.

A los precios se les permitió caer rápidamente —14% al año según un cálculo— entre junio de 1920 y diciembre de 1921, más rápido de lo que caerí­an al inicio de la Gran Depresión. Aún así­, la producción real se contrajo por mucho menos en la primera recesión, contracción luego de la cual vino una “recuperación vigorosa y llena de empleos”.

Esto contradice la creencia popular, prácticamente un mantra para el anterior gobernador de la Reserva Federal Ben Bernanke, de que los precios que caen son una fuente de problemas. Esto en cambio respalda una perspectiva menos popular, desde hace mucho expuesta por el economista Leland Yeager, de que una vez que la demanda agregada ha caí­do, la caí­da más rápida de los precios reduce la píérdida de producción real. En otras palabras, los precios que caen no son una calamidad, sino una cura.

Como explica Grant, la polí­tica económica en 2910 se volvió “laissez-faire por accidente”. El presidente Woodrow Wilson no ordenó medidas federales anti-recesión porque estaba afectado por un derrame cerebral. Benjamin Strong, el influyente gobernador de la Reserva Federal de Nueva York, creí­a que una polí­tica monetaria restrictiva se requerí­a para que la economí­a vuelva a estar sobre fundamentos sólidos luego de la orgí­a de maniobras financieras para financiar la Gran Guerra que habí­a culminado dos años antes.

Warren G. Harding, que sucedió a Wilson como presidente en marzo de 1921, estaba comprometido con “un retorno a la normalidad” luego de la inflación y los príéstamos sin precedentes que se dieron durante la guerra. Como observa Grant, Harding era un “candidato de la disposición en lugar de las ideas. Conciliador, atractivo, humilde, sereno, evidentemente ordinario —sobre todo, ‘normal’— íél era el antí­doto ante figuras impresionantes que recientemente habí­an ocupado la Casa Blanca hasta abrumarla”. El escenario estaba por lo tanto alistado para un evento “importante y grandioso”. A “la maldad que llamamos deflación” se le permitió operar.

Lo “pegajoso” de los precios y los salarios es un factor asumido en el mundo de modelos keynesianos en el que vive la gobernadora de la Reserva Federal Janet Yellen. El único remedio oportuno para una recesión deflacionaria en ese mundo es estimular la demanda agregada. En la economí­a de 1920-21, Grant nos muestra, las cosas funcionaron de otra forma. La Reserva Federal no redujo las tasas de interíés ni disparó la oferta monetaria. Las autoridades fiscales, Harding y su Secretario de la Tesorerí­a Andrew Mellon, redujeron el gasto federal en alrededor de un 50%, disminuyeron los ingresos tributarios, y duplicaron el superávit en el presupuesto federal entre 1920 y 1922. Luego de 18 meses de ajustes y liquidaciones, los precios y los salarios habí­an caí­do a niveles que mejor equilibraban los mercados laborales y de productos. La economí­a se recuperó de manera vigorosa.
Al final del libro, el autor contrasta la reacción pasiva a la depresión de 1920-21 con la reacción activista ante la Gran Depresión que empezó en 1929 y persistió a lo largo de la díécada de 1930. Porque la Fed mantuvo el nivel de precios casi constante entre 1922 y 1929, la deflación inicial llegó como una sorpresa. El Presidente Herbert Hoover, que sin merecerlo ha recibido dentro de la mitologí­a popular la reputación de ser como Harding en sus polí­ticas económicas, actuó de manera vigorosa.

Como escribe el autor, “Hoover se movió ahora para detener una potencial depresión económica antes de que esta pueda empezar. ‘Las palabras no son de alguna gran importancia en momentos de disturbios económicos’, declaró el presidente a ví­speras del colapso de 1929. ‘Es la acción lo que cuenta’”. Hoover estuvo determinado a presionar para mantener altos los sueldos en un momento en que los precios caí­an. Desafortunadamente los altos salarios nominales dejaron fuera del mercado a muchos trabajadores, resultando en un desempleo masivo.
Grant llama a su historia el “triunfo de la mano invisible”. Una vez leí­do, La recesión olvidada será difí­cil de olvidar.



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