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Autor Tema: Las escaleras cósmicas  (Leído 1589 veces)

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Las escaleras cósmicas
« en: Noviembre 10, 2008, 09:16:04 pm »

El hombre y el cosmos

Diferentes peldaños y escaleras

Seres extrahumanos

¿Superiores en sus valores morales?

Resumen de sus cualidades

Leyes del Cosmos

 

El hombre y el cosmos

El Cosmos es muchí­simo más complejo de lo que a primera vista se nos muestra. Y aunque parezca una paradoja, muchos de los que se llaman a sí­ mismos cientí­ficos, son los que menos se percatan de esta gran verdad, pues tienen la mente demasiado tecnificada y creen que sólo lo que ellos pueden comprobar con sus aparatos o con sus cálculos, es lo que es «real» o posible. Pero no es así­.

 

Del Cosmos apenas si conocemos una infinitíésima parte, debido fundamentalmente a que el instrumento con el que contamos para conocerlo —nuestro cerebro— a pesar de ser un formidable instrumento en relación con su tamaño, es en fin de cuentas muy limitado, sobre todo comparado con la vastedad y la complejidad del Cosmos.

Los hombres, infantilmente y ayudados o engañados en esto por las religiones —por los Dioses—, pensamos que somos el centro del Universo. Así­ nos lo han hecho creer y así­ lo hemos venido repitiendo por los siglos.

«Todas las criaturas fueron hechas para el hombre» leemos en la Biblia.

Pero... El hombre es sólo otro de los infinitos seres inteligentes, semi-inteligentes y carentes de inteligencia, que pueblan el inconmensurable Universo. Nuestra infantilidad al enfrentarnos y al enjuiciar las otras realidades del Cosmos es patente y además lastimosa. Somos unos autíénticos niños en cuanto nos ponemos a enjuiciar las cosas que no podemos percibir clara y directamente por nuestros sentidos.

 

Hablamos de nuestra realidad como si fuese la única realidad existente; dividimos los seres en inteligentes y no inteligentes juzgando únicamente de acuerdo a las coordenadas de nuestras mentes y a los mecanismos que nuestros cerebros tienen para aprehender lo que nosotros llamamos «la realidad»; y hasta nos atrevemos a dictaminar que algo no existe o no puede existir porque «repugna» a nuestros engramas cerebrales. Somos unos perfectos niños pueblerinos aseverando muy seriamente que «la fuente de nuestro pueblo es la fuente más grande del mundo»; sencillamente porque echa mucha agua.

Sólo en relación con el tíérmino «inteligente» podrí­amos llenar muchas páginas analizando nuestra infantilidad y superficialidad al aplicar este tíérmino. Decimos que los animales no son inteligentes y sin embargo, debido a procesos cerebrales, muchos de ellos son capaces de hacer cosas que los hombres no somos capaces de hacer. No sólo eso sino que existen muchas colonias de animales que —debido siempre a procesos cerebrales— logran unirse, organizar su trabajo y vivir, armónica y «civilizadamente» .

Y no es que los hombres pensemos que esta manera gregaria de vivir ya ha sido superada por nosotros; la verdad es que los hombres quisiíéramos poder lograr el orden y la armoní­a que las termitas tienen en sus colonias, pero no somos capaces de lograrlo y a lo más que llegamos es a organizarnos «democráticamente» a travíés de eso que se llama partidos polí­ticos, en donde muchos buscones acomplejados hacen su caldo gordo jugando con el bienestar de millones de conciudadanos y dándonos como resultado final estas tambaleantes sociedades de hormigas locas amontonadas y robotizadas. (Y no digamos nada de los regí­menes totalitarios, fruto de la mente primitiva de algún militar o de la paranoia comunista).

Al entrar a enjuiciar el Cosmos, tenemos que ser mucho más prudentes de lo que somos al juzgar las cosas que nos rodean, de las que más o menos tenemos datos precisos y muchí­simo más inmediatos de los que tenemos acerca de las enormes realidades del Universo. Los hombres, en cuanto dejamos de ver, de oí­r y de palpar, entramos ya en el mundo de sombras del que nos habla Platón en sus diálogos. Y ni siquiera podemos estar muy seguros de los datos que los sentidos nos proporcionan, ni de la manera cómo íéstos son computados por nuestro cerebro.

 
Las grandes realidades del Universo y las leyes que las rigen, escapan en gran manera a la comprensión de nuestro cerebro, por más que a veces algunas de estas realidades las tengamos constantemente a la vista y hasta sepamos utilizarlas en nuestras vidas diarias; pero desconocemos casi completamente su esencia. Tenemos como ejemplo la luz y la gravedad, dos realidades omnipresentes en nuestras vidas, que por otra parte son dos misterios que la ciencia apenas si ha comenzado a desentrañar.

Y si no es cierto que «todas las criaturas han sido hechas para el hombre», es aún menos cierto que nosotros seamos el centro del Universo.

 

El Universo es como una infinita escalera que asciende de seres menos perfectos a seres más perfectos; y el hombre habitante de este planeta no es más que uno de los innumerables peldaños de esa escalera. Los miles de especies de plantas y los cientos de miles de especies de animales no son sino otros peldaños de esa mismas escalera. Una inmensa escalera cuya base está formada por eso que medio despectivamente llamamos materia, y cuya cima está formada por lo que, sin comprenderlo bien, llamamos «el reino: del espí­ritu».
 



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Re: Las escaleras cósmicas
« Respuesta #1 en: Noviembre 10, 2008, 09:28:08 pm »
Diferentes peldaños y escaleras


Pero dejíémonos de hablar del «Incomprensible» y del único que en realidad «ES», y fijíémonos en algunos de los peldaños de esa infinita escalera que constituye el Universo.

Como acabamos de decir, el hombre no es más que uno de los infinitos peldaños de esa escalera, y de ninguna manera es el más alto o el centro del Universo, por mucho que se empeñe en pensar que «el Hijo de Dios se ha encarnado en nuestro planeta y se ha hecho como uno de nosotros».

Pero al hablar de una escalera estamos dando pie a que el lector se haga una idea falsa. Porque en realidad no se trata de una única escalera sino de muchas escaleras.
 

 Llegarán los hombres  a ser unos seres superevolucionados y espiritualizados.
Naturalmente al hablar así­ no podemos presentar pruebas de las que les gustan a los cientí­ficos y ni siquiera podemos apoyarnos en textos incuestionables.  Hablamos así­ por pura deducción lógica ante hechos que no podemos negar; hechos que por otra parte son desconocidos por la mayorí­a de los humanos debido a sus prejuicios y a la tenacidad con que han sido ocultados por la religión y por la ciencia.

 

Y hablamos así­, porque así­ han hablado tambiíén muchos grandes pensadores de la antigí¼edad y contemporáneos, cuyas voces en su mayor parte han sido silenciadas o ridiculizadas por los intereses creados de los poderes constituidos.

En cuanto a los otros peldaños que componen la escalera en la que está colocado el hombre, si reflexionamos un poco sobre la naturaleza y sus diversos reinos (mineral, vegetal, animal, humano, orgánico, inorgánico, etc.) veremos que entre ellos hay una gradación nada abrupta, de modo que nos encontramos con muchas criaturas que dan la impresión de pertenecer a dos reinos o de ser una especie de puente entre ellos. Tal sucede por ejemplo con los aminoácidos, ciertos hongos, los corales, las proteí­nas, etc.

Y bastará asimismo que analicemos la composición fí­sica del cuerpo humano, que no es sino un compendio de todo lo que compone la naturaleza; desde los elementos simples que estudian la fí­sica y la quí­mica, hasta las profundidades psicológicas que investiga la psicologí­a o las alturas mí­sticas de que nos hablan las religiones.

Aunque a algún lector le pueda parecer extraño, hay muchas escuelas de pensamiento —algunas de ellas anteriores al cristianismo— que sostienen que el alma de los animales, tras mil evoluciones, llega a convertirse en el alma de un ser racional. Y en un nivel inferior, podemos ver cómo los minerales son absorbidos por los vegetales y cómo a su vez íéstos son absorbidos por los animales, formando todos ellos, junto con el hombre una escala ininterrumpida de vida atómica, molecular, celular, psí­quica y espiritual.

Cuál puede ser el próximo peldaño para el hombre tras su vida en este planeta, no podemos decirlo con seguridad. Los defensores de la reencarnación nos aseguran que volveremos a aparecer en la Tierra en íépocas futuras y en otras circunstancias
Sea lo que sea, casi toda la humanidad está segura de que a la hora de la muerte, lo único que se interrumpe es la vida protoplásmica, pero la esencia de nuestro ser —nuestro espí­ritu inteligente— pasa a otro nivel de existencia o a otra dimensión en la que seguiremos viviendo de una manera más consciente.
 


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Re: Las escaleras cósmicas
« Respuesta #2 en: Noviembre 10, 2008, 09:58:01 pm »
Seres extrahumanos

Existencia   Â«elementales» duendes, gnomos, elfos, «espí­ritus» y toda suerte de entidades legendarias que tanto hace sonreí­r a los cientí­ficos y que tanto incomoda a los religiosos: a los primeros, porque tales entidades no quieren someterse a sus pruebas de laboratorio y actúan de una manera completamente independiente de las leyes que ellos han estatuido para la naturaleza (!), y a los segundos porque les rompe todo su tinglado dogmático, dejando un poco en paños menores algunas de sus creencias fundamentales.

 

(No incluimos entre estos seres a las clásicas hadas, porque íésta ha sido en muchí­simas ocasiones, la apariencia que los Dioses han adoptado para manifestarse. Los miles de «apariciones marianas» —sin excepción— no han sido otra cosa que manifestaciones de hadas, pero en un contexto cristiano).

Lo cierto es que, gústenos o no, la humanidad ha creí­do siempre —y sigue creyendo— que existen ciertos seres misteriosos, con un cierto grado de inteligencia y con muy diversas apariencias y actuaciones, que en determinadas circunstancias se manifiestan a los hombres.

 

Una prueba circunstancial de la existencia (aunque sólo sea temporal) de estas misteriosas entidades, es el indiscutible hecho de que en todas las razas, en todas las culturas, en todas las íépocas, en el seno de todas las religiones y en todos los continentes, los hombres han acuñado siempre una variadí­sima cantidad de nombres para designar las diversas clases de entidades con las que sus asombrados ojos se encontraban en las espesuras de los bosques, en las revueltas de los caminos, en lo alto de algún arbusto, junto a una fuente, en medio del mar o invadiendo la intimidad de sus hogares.

Muchos idiomas de tribus primitivas carecen casi por completo de nombres y verbos abstractos, pero sin excepción, son ricos en tíérminos para designar a los diversos tipos de estas entidades con las que tienen más facilidad de encontrarse debido al primitivo sistema de vida y a los apartados lugares en los que de ordinario habitan.

 

Es sumamente extraño que todos los pueble por igual tengan tantas maneras de designar algo que no existe. Estas entidades procedentes de otras dimensiones o planos de existencia pertenecen tambiíén a otras escalas cósmicas diferentes de la humana; es decir su evolución y ascensión hacia mayores grados de inteligencia se hace por caminos diferentes, aunque en cierta manera paralelos a los de los hombres. Y íésta es posiblemente la razón de por quíé en algunas ocasiones hay una cierta tangencia de sus vidas con nuestro mundo y de las nuestras con el suyo.

 

Los recuentos y las visiones de Mme. Blavatski pueden muy bien ser —entre muchí­simas otras— un ejemplo de esto último. Podrí­amos llenar muchas páginas acerca de la existencia de estos misteriosos seres, pero esto nos llevarí­a muy lejos. íšnicamente queremos dejar en la mente del lector la idea de que todo este tema es mucho más profundo de lo que la gente piensa, y por supuesto, mucho más real de lo que la ciencia cree.


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Re: Las escaleras cósmicas
« Respuesta #3 en: Noviembre 10, 2008, 10:05:07 pm »
Leyes del Cosmos


Veamos ahora algunas de las leyes generales del Cosmos a las que tanto nosotros como los Dioses —y por supuesto las criaturas inferiores a nosotros— estamos sometidos:

Hay un perpetuo movimiento y cambio; nada en el Cosmos está quieto. En el pedrusco «muerto» y aparentemente inerte, todo está en movimiento; un movimiento vertiginoso de trillones de partí­culas con un orden pasmoso. Y lo mismo que el electrón se mueve incansable alrededor de su núcleo en la entraña de la piedra, y que las galaxias desmelenan en los abismos siderales sus espirales como ingentes cabelleras, las ideas y los «sentimientos» del reino del espí­ritu tambiíén cambian sin cesar, con un movimiento que no necesita espacio ni tiempo.

 

En el Cosmos todo se renueva constantemente.


Este movimiento, considerado en conjunto, tiene una tendencia ascendente, aunque no precisamente en un sentido geográfico o geomíétrico. Es una tendencia de lo que infantilmente llamamos material, hacia lo que, tambiíén infantilmente, llamamos espiritual; de lo menos inteligente hacia lo más inteligente; de lo pequeño, imperfecto y díébil, a lo grande, perfecto y fuerte.

 

Cuando el ser ha llegado en su evolución a la etapa consciente o inteligente, parece que esta ascensión tiene que ser voluntaria, y el no hacerla, supone algún retraso o acaso conlleve alguna clase de sanción.


Este movimiento, no es siempre uniforme o de una ascensión constante, sino que más bien parece realizarse —por lo menos en muchas ocasiones— en escalas, por etapas o por impulsos, considerado desde otro punto de vista, se podrí­a decir que es un movimiento ondulante o en espiral, en el que a perí­odos de máximo avance se siguen perí­odos de calma y hasta de aparente retroceso.

 

Esta podrí­a ser la explicación de la muerte de todo aquello que vive. Considerada por el individuo desde dentro de la etapa vital que estíé viviendo, la muerte le parece algo malo; pero considerada desde fuera, la muerte no es más que el fin de una etapa en la existencia de ese individuo, y el paso a una etapa superior (en caso de que ese individuo haya cumplido con la ley enunciada anteriormente de ascensión o evolución). Considerada en el conjunto de todo el Cosmos, la muerte es sólo un sí­ntoma del constante latir de la vida en todo el Universo.


Digamos por fin, que entre las diversas escalas y entre las diversas etapas de una misma escala, hay unas fronteras bien definidas. Por lo general parece que existe una prohibición de transgredir esas fronteras, sobre todo entre criaturas pertenecientes a escalas diferentes. Entre las criaturas pertenecientes a niveles o peldaños diferentes (pero dentro de una misma escala), parece que esa prohibición se limita sólo a ciertos actos de destrucción abuso irracional.


Esta prohibición de transgredir fronteras, podrí­a ser la causa de lo mal visto que es en casi todas las religiones y en escuelas de pensamiento que no se consideran religiones (como son el espiritismo y la teosofí­a), el suicidio, ya que íéste es una salida violenta y antinatural de la etapa que en ese momento de la existencia le ha sido asignada a uno por la inteligencia que rige el orden del Universo.