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Autor Tema: Anibal  (Leído 1284 veces)

pajamon

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Anibal
« en: Octubre 10, 2008, 12:19:07 am »
Cartago, una de las más ricas ciudades-estado de la Antigí¼edad, soberana de los mares, madre de las artesaní­as y el comercio, patrona de las artes y el amor, fue la cuna de uno de los estrategas y estadistas más celebres de todos los tiempos, Aní­bal.

Estudiosos de las tácticas militares e historiadores están de acuerdo en reconocer a Aní­bal como el mayor estratega de todos los tiempos. Partir de Hispania con un gran ejíército y conseguir conducirlo sin grandes percances a travíés del sur de la Galia, atravesar con íél los Alpes y derrotar una vez tras otra a los romanos en su propio territorio es un reto al que no es fácil hallar equivalentes en la Historia. Despuíés, Aní­bal consigue mantenerse mucho tiempo en el sur de la pení­nsula Italiana sin apenas ayudas de su metrópoli. A su talento propiamente militar hay que sumar siempre un genio diplomático que le hace buscar las alianzas necesarias para lograr la mayor eficacia en esa pugna con Roma que fue el eje conductor de su vida. Otra particularidad de Aní­bal cuando se le compara con otros grandes estrategas es que íél, a diferencia de ellos, nunca tuvo el poder polí­tico que sin duda le hubiera permitido fácilmente dotarse de los medios que precisaba para destruir a Roma. Su lucha no es en realidad contra los romanos sólo, sino tambiíén contra el Consejo de Cartago, la vieja casta terrateniente que veí­a con recelo el ascenso de los bárcidas y les regateaba su ayuda.

Todos estos hechos, históricamente bien asentados, son presentados en el libro de Haefs de una forma rigurosa y amena, tejiendo alrededor de ellos una ficción literaria que se basa en el relato de Antí­gono, un banquero heleno establecido en Cartago y que a lo largo de su vida es amigo y mentor primero de Amí­lcar Barca y luego de su hijo Aní­bal. Revivimos así­ la primera guerra púnica y la guerra de los mercenarios que la siguió. Despuíés, la segunda guerra púnica nos muestra las proezas de Aní­bal y el amargo final de Zama. La obra se cierra con la narración de los últimos años de íéste y su suicidio para no ser capturado por los romanos. La gran ciudad que fue Cartago, comercial y cosmopolita, es la otra gran protagonista de la novela, y a la descripción de su puerto y sus barrios, y de las luchas por el poder que se suceden en ella, se dedican muchas páginas memorables.

La obra encierra tambiíén una tesis bastante atrevida, pero que resulta realmente sugestiva. En la pugna entre Roma y Cartago por el control del Mediterráneo, el autor no ve dos contendientes similares cuya victoria hubiera producido en cualquier caso un imperio igualmente opresivo y explotador. Para íél, Roma y la Cartago “liberal” que representaban los bárcidas, defendí­an principios netamente diferentes. Roma significaba un poder tiránico y uniformizador, mientras que la polí­tica de los bárcidas era mucho más tolerante, y tendí­a sobre todo a la creación de un gran imperio comercial. Aní­bal se dirigí­a casi exclusivamente contra objetivos militares, y salvo contadas excepciones utilizó el terror y la devastación, mientras que esto formaba parte habitual de la estrategia romana.

Gisbert Haefs, nacido en 1950 es, además de traductor de Borges, Twain y Flaubert entre otros grandes novelistas, autor de una amplia obra policí­aca, entra la que destaca “La carcajada del general”; pero debe su fama a sus impresionantes frescos históricos como Anibal, Alejandro: El conquistador de un imperio, Troya, Cíésar....



pajamon

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Re: Anibal
« Respuesta #1 en: Octubre 27, 2008, 12:03:04 am »
Algunos autores han descrito ciertos paralelismos entre las guerras de Esparta y Roma con la Segunda Guerra Mundial:

Por poner un ejemplo, el periodo de entreguerras anterior a la Segunda Guerra Mundial, vemos que la polí­tica seguida por Roma, fue según algunos autores, una suerte de  apaciguamiento similar al que practicó Neville Chamberlain con Hitler: los romanos se podí­an consolar pensando que, el tratado del Ebro del año 226, que limitaba el ámbito de actuación ambas potencias en el rí­o Ebro, era sólo un recurso temporal; sin embargo, como lo aclara Polibio, fue un intento de apaciguamiento en un momento de debilidad y temor. El apaciguamiento es un instrumento de la polí­tica perfectamente respetable y, a menudo, útil y efectivo cuando se aplica desde una posición de fuerza, pero es un mecanismo insuficiente y peligroso cuando se recurre a íél por miedo y por necesidad.

De modo que, al igual que la guerra de Aní­bal, la Segunda Guerra Mundial surgió a partir de errores en la paz que le precedió y en el fracaso de los vencedores para alterar o defender atenta y eníérgicamente los acuerdos que habí­an impuesto. Por esta razón el estudio de la Segunda Guerra Mundial ha de comenzarse por el final de la Gran Guerra y los acuerdos de 1919 que los vencedores establecieron en Versalles.

Las guerras no se hacen por nada. Y por mucho que nos maravillemos por las gestas de Aní­bal (el paso de los Alpes en un ambiente invernal, las victorias en suelo italiano en los dos primeros años, el aguante de su ejíército sin refuerzos durante 15 años en Italia), detrás de todo hay un objetivo. Una invasión no se improvisa mientras se desayuna. Y la Segunda Guerra Púnica (como la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX), fue consecuencia de las rencillas no resueltas y los odios desencadenados tras la Primera. Aunque posiblemente la Segunda Guerra Púnica estaba decidida casi en el mismo momento en que acabó la Primera, y desde luego ya estaba cantada desde que Roma arrebató Córcega y Cerdeña a Cartago tras la Guerra de los Mercenarios (241-237 a.C.).

Las guerras púnicas fueron, una guerra a escala mundial, eso sí­ de su íépoca, ya que involucró a una gran mayorí­a de territorios y estados de su tiempo, y la consecuencia más importante de la misma, fue que la victoria de Roma en la segunda guerra púnica la convirtió en potencia universal, al igual que Estados Unidos tras la segunda guerra mundial…