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Autor Tema: El futbolista poeta  (Leído 1207 veces)

sapakondi

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El futbolista poeta
« en: Enero 01, 2008, 01:48:00 pm »
JOSí‰ LUIS MERINO - Bilbao - 31/12/2007

 
Federico Bilbao nació en Getxo el dí­a de Reyes de 1935. Este año que termina ha publicado uno de los veinte libros de poesí­a que lleva escritos hasta el momento. Se titula Amanecer en el muelle de Ereaga. No es un poeta convencional, pero sí­ vocacional. Lo que le singulariza es que llegó a la poesí­a desde el cíésped de los campos de fútbol y despuíés de conocer los aplausos como jugador del Athletic.


"En mi juventud me salvíé por el fútbol y escribiendo"
En efecto, Fede Bilbao alternó con los legendarios Zarra, Panizo, Gainza, Iriondo. Ellos rondaban los treinta años cuando íél, con apenas 18, entró al vestuario del viejo San Mamíés. Figuraban en el equipo de aquellos años, como relevo generacional, jugadores tan renombrados como Maguregui, Arteche, Carmelo, Mauri, Uribe y Marcaida, entre otros. En aquel entonces, Fede Bilbao ya escribí­a novelas y cuentos, e incluso se atrevió con un guión de cine. Pero ninguno de sus compañeros del equipo sabí­a sobre esta actividad literaria. Ni siquiera su familia lo sabí­a. Para que no le consideraran un bicho raro, se lo guardaba para sí­.

Recuerda que en sus primeros años pudo haber fichado por el Real Madrid y el Barcelona, pero asegura que el Athletic tiraba mucho y al final decidió quedarse en Bilbao. "Más que un equipo, el Athletic era un sentimiento", señala. En la Liga que ganó el Athletic (1955-56), estando Fernando Daucik como entrenador, jugó 12 partidos y marcó seis goles. De todos modos, dice que es como si nunca hubiera jugado en el Athletic. Su nombre como jugador del equipo bilbaí­no no aparece en ningún sitio. No le duele. Lo acepta como una cosa más de la vida. Se lesionó gravemente a los 22 años (fractura de tibia y peroníé). Las lesiones le partieron la vida.

Empezó a escribir porque no conectaba con la sociedad. "Escribí­ una novela para contar lo que a mí­ me pasaba", asegura. La escritura fue, junto con el fútbol, la forma de poder estar integrado con esa sociedad, para íél hostil. A los trece años leyó un libro, titulado El secreto del íéxito, que hablaba de los jóvenes privilegiados, los puros, los limpios y sin pecado, en contraposición a los jóvenes impuros, considerados en ese libro como viciosos, escoria de la pubertad y peores cosas. Dado que para íél los libros eran como la palabra de Dios, se consideró a sí­ mismo esa escoria descrita. Y eso le llevó a creerse un ser inferior y repudiable. "Me salvíé por el fútbol y escribiendo", confiesa sesenta años despuíés.

Cuando a los veintisíéis años se vio forzado por las lesiones a alejarse del fútbol de alto nivel, tuvo que adaptarse a otra clase de vida. Fue a vivir a Madrid. Trató de buscarse un porvenir a travíés de la literatura. La editorial Aguilar aceptó publicarle su segunda novela. Se trataba de un diario juvenil. Cuando estaba en esas, unos directivos del Santurce, que militaba entonces en tercera regional, fueron a proponerle que fichara por el equipo. Les dijo que aceptarí­a si le proporcionaban un puesto de trabajo. Se lo ofrecieron y así­ regresó a la costa vasca. Entre otros trabajos, al final pudo colocarse como administrativo en el Puerto de Bilbao, donde acabó su vida laboral con la jubilación.

A la pregunta de cómo surgió en íél escribir poesí­a, dice que fue en Madrid. Viví­a en una casa de posadero. Hizo buena amistad con los dueños del piso. En una ocasión se cruzaron unos regalos. "Yo les regalíé unos pañuelos y ellos me regalaron un libro de Antonio Machado". Dice que en aquel tiempo odiaba la poesí­a, o creí­a odiarla, hasta que se tropezó con los poemas de Machado. Para íél fue un descubrimiento. "Ese fue el flechazo de la poesí­a; desde entonces no he dejado de escribir poesí­a", dice con rotundidad.

Pero su pasión por la literatura no le lleva a desentenderse de las precariedades y desventuras del Athletic. Dice dolerle mucho el momento que está viviendo el club en estos últimos años y lanza su impresión de que a los jugadores les falta oficio y espí­ritu de lucha.