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Autor Tema: La felicidad de todos los dí­as: sobre la voluntad de ver positivamente las cosas  (Leído 256 veces)

Scientia

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La felicidad de todos los dí­as: sobre la voluntad de ver positivamente las cosas


Imaginemos por un momento que somos periodistas y, como nos ha tocado cubrir un móvil de TV en el Dí­a de la Felicidad, realizamos una encuesta callejera preguntando a cada uno cómo creerí­a alcanzarla. Así­, nos topamos con respuestas del tipo: con unas vacaciones en una playa del Caribe, con una suma grande de dinero, a travíés de un prestigioso premio o de una impresionante conquista amorosa. Pero, a la quinta respuesta, traicionados por nuestra vocación, agregamos una consigna para otorgarle mayor intriga y fervor al asunto: ¿Y despuíés de eso quíé? ¿Cuánto crees que te durarí­a esa felicidad? En esta breve postal imaginaria se despliegan tres de claves que podemos abordar para reflexionar hoy en estos breves renglones sobre el valor de la felicidad: ¿De quíé se trata? ¿Por quíé nos ocurre? ¿De quíé manera se nos da?

Sabemos que el cerebro dicta toda nuestra actividad mental. Es por eso que, aunque resulte recurrente, debemos decir que tambiíén la felicidad depende de íél. Aunque la felicidad y el bienestar son conceptos í­ntimos y personales podemos comenzar dando cuenta de lo que le pasa a nuestro cerebro cuando estamos felices. Hace tiempo se sabe que el deseo y el placer evidencian cambios en la actividad neuronal y el flujo de ciertos neurotransmisores (como la dopamina) en los sistemas de recompensa del cerebro. Diversos estudios demuestran que, cuando disminuye la dopamina en el cerebro, puede experimentarse una píérdida de la capacidad de deseo y placer. Asimismo, cuando el cerebro no recibe estí­mulos placenteros, se produce un díéficit de dopamina, provocando un estado de anhedonia, polo opuesto a la felicidad. Los niveles de dopamina inferiores a lo normal, que pueden estar relacionados con escasos momentos de satisfacción, provocan trastornos en los mecanismos de atención y concentración. Tambiíén puede observarse falta de motivación y escasa respuesta a las recompensas.

Ahora bien, más allá de lo que nos pasa en la cabeza, la pregunta es cómo logramos que esa felicidad nos ocurra. Todos tenemos proyectos y motivaciones que nos producen preocupaciones cotidianas, esfuerzos y, en algunos casos, angustia: esto es lo que denominamos “circunstancias de la vida”, es decir, factores del mundo externo. Muchas personas logran sus objetivos y creen (quizá por eso lo persigan) que por el hecho de conseguir el objetivo ansiado van a ser más felices y se van a relajar sus preocupaciones y angustias. Lamentablemente, esto no suele suceder: logramos un objetivo e inmediatamente despuíés de la satisfacción de un tiempo (puede ser una hora, un dí­a, un año), empezamos a desear algo más: el que ganó uno quiere dos, el que pasó una quincena en la playa ahora desea un mes, el que recibió el premio nacional quiere el continental y el del continental, quiere el mundial. Una buena opción es, más que pensar que uno va a ser feliz cuando consiga lo que le falta, sea pensar que se es feliz por todo lo que se tiene. Pero esto, aunque parezca sencillo, tambiíén requiere de cierta predisposición y entrenamiento.

más que pensar que uno va a ser feliz cuando consiga lo que le falta, quizá sea buena opción pensar que se es feliz por todo lo que se tiene. esto, aunque parezca sencillo, tambiíén requiere de cierta predisposición y entrenamiento
Diversos investigadores del nuevo campo de la Psicologí­a Positiva han avanzado mucho en la respuesta mediante investigaciones cientí­ficas medibles, controladas y reproducibles. La felicidad no equivale al hedonismo, a la presencia de placer y a la ausencia de dolor. Martin Seligman de la Universidad de Pennsylvania, pionero de la Psicologí­a Positiva, propuso una teorí­a del bienestar –una descripción de lo que significa la felicidad– a partir de decenas de investigaciones, en la que lo describe como un constructo con cinco elementos. Cada uno de estos contribuye al estado de felicidad y tiene tres propiedades: favorece el bienestar, las personas lo buscan como fin en sí­ mismo (otorga placer o sentido a la vida) y se pueden medir independientemente de los otros elementos. Hagamos un breve repaso de estos cinco elementos:

La emoción positiva. Esto es el placer, el íéxtasis, la comodidad y el aspecto más hedónico de la vida (por ejemplo, lo que nos produce la comida, el sexo, descansar, mirar la televisión, sentir el agua caliente de la ducha caer en el cuerpo). La mayorí­a de las personas suelen asociar esto a la felicidad y, sin embargo, es solo un aspecto.
El fluir (flow). Es un estado psicológico especí­fico que experimentamos cuando hacemos una tarea que nos apasiona (conversar con un amigo, practicar un deporte o jugar en la computadora). Durante esas actividades suceden sobre todo dos cosas: una es que perdemos la noción del tiempo; la otra cosa es que perdemos noción de nosotros mismos. Esto sucede porque baja la ansiedad y el estado de alerta. Para que exista el flow tiene que haber un desafí­o u objetivo, que no sea muy grande, porque nos abrumarí­a, ni un desafí­o muy bajo, porque nos aburrirí­a.
El sentido. Este resulta de hacer una tarea significativa por los demás, desde pasar tiempo con la familia hasta involucrarse en una ONG o ayudar al prójimo en el dí­a a dí­a. Significa encontrar un sentido o proposito a la vida más allá de uno.
Los logros, el íéxito y la experticia. Esto, sin dudas, es algo que ocupa la mente de muchas personas durante gran parte del dí­a. Como ya vimos, ciertos logros no traen necesariamente el aumento de felicidad que se espera, aunque la ciencia encontró que hay personas para las cuales sí­ funciona y es porque pueden venir acompañados, aunque no siempre, de emoción positiva, flow y sentido.
Relaciones positivas. El estudio más largo de la psicologí­a es de la Universidad de Harvard y se trata justamente sobre la felicidad. Se hicieron encuestas a distintas personas cada dos años para ver quíé circunstancias y actitudes hací­a que mejorara o empeorara su calidad de vida. Los resultados del 2015 (quíé reúne los resultados de los 75 años) arrojaron que uno de los factores más importantes es cuánto disfrutaban de las relaciones más í­ntimas.
Somos animales sociales, por lo cual las cosas que más nos dan sentido, flow, placer, orgullo y confianza suelen involucrar a otras personas. Sonja Lyubomirsky, profesora de la Universidad de California en Riverside, ha dedicado su carrera a medir cientí­ficamente el impacto de distintas estrategias y tareas en el aumento de la felicidad. En su libro “La ciencia de la felicidad” resume un programa especí­fico para aumentar la felicidad duradera. Según las investigaciones, a partir de estudios que comparan gemelos y mellizos, aproximadamente un 50% de la felicidad de una persona suele deberse a predisposiciones geníéticas. Estos estudios muestran que las influencias geníéticas generan personalidades con distintos niveles de optimismo, alegrí­a, neurosis, extroversión, etc.

Por lo tanto, todos solemos desarrollar personalidades que tienden más o menos al bienestar, ya que deben existir ciertas condiciones ambientales para que los genes se pongan de manifiesto. Por otro lado, un 10% de nuestra felicidad puede ser mejorada por la circunstancias de la vida que vimos anteriormente como ganar más dinero o conseguir un logro profesional (mucho menos de lo que nos hubiíéramos imaginado, ¿no?). El 40% restante está influido por las intenciones y la voluntad, la manera de encarar la amplia variedad de cosas que nos suceden en el dí­a y en la vida: la voluntad de ver positivamente las cosas, de hacer las tareas que incrementan el flow y ayudan a los demás.

En relación a esto, Lyubomirsky esboza una serie de actividades que han probado aumentar el nivel de felicidad cuando son practicadas frecuentemente. Por ejemplo, como dijimos al principio, en vez de preocuparnos sobre quíé nos falta o quíé nos puede pasar, debemos pensar por quíé cosas estamos agradecidos. La biologí­a seleccionó animales con una fuerte dosis de ansiedad y preocupación, ya que aquellos que más intentaban anticipar los riesgos del mundo más sobreviví­an. Los avances de la medicina, de la tecnologí­a y de la psicologí­a deberí­an permitir comenzar a relajarnos y disfrutar de lo que conseguimos hasta acá. El ejercicio fí­sico tambiíén es fundamental, ya que reduce el estríés. El estudio longitudinal de Harvard mostró que el 78% de las personas más felices dicen que ejercitan por lo menos tres veces por semana. Los deportes además pueden ser una fuente para construir un sentido de pertenencia a un grupo y un factor para desarrollar confianza. Sin duda, entrenar el cuerpo sirve para entrenar la mente.

Por último, otra habilidad a entrenar es el optimismo: tiene que ver con pensar que uno es suficientemente bueno e inteligente y que, además, está aprendiendo, por lo que hay espacio para cometer errores. Este optimismo, a su vez, lleva a que efectivamente logremos mejores resultados. Desde los estudios neurocientí­ficos tambiíén se plantea la relevancia de vivir con alegrí­a y así­ trabajar en pos de modular nuestra propia neuroplasticidad dirigida hacia la felicidad.

Un cerebro infeliz es un cerebro menos inteligente, menos creativo y menos productivo
Un cerebro infeliz es un cerebro menos inteligente, menos creativo y menos productivo. La felicidad, además, es un factor de protección contra enfermedades de diversa í­ndole: los niveles más altos de emociones positivas se asocian a menores posibilidades de ansiedad o depresión asociados al estríés. Las personas, cuando se sienten bien, se enferman menos, viven más y tiene una mejor calidad de vida. Hagamos de la felicidad un ejercicio cotidiano.

 

Por Facundo Manes, neurólogo y neurocientí­fico (PhD in Sciences, Cambridge University). Presidente de la World Federation of Neurology Research Group on Aphasia, Dementia and Cognitive Disorders y Profesor de Neurologí­a y Neurociencias Cognitivas en la Universidad Favaloro (Argentina), University of California, San Francisco, University of South Carolina (USA), Macquarie University (Australia). Columna publicada en El Paí­s.