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Autor Tema: Transhumanismo, los arquitectos del futuro  (Leído 511 veces)

Scientia

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Transhumanismo, los arquitectos del futuro
« en: Abril 06, 2017, 07:38:23 pm »
http://naukas.com/2012/03/13/transhumanismo-los-arquitectos-del-futuro/

Transhumanismo, los arquitectos del futuro

Cuenta la mitologí­a que ícaro fue uno de los primeros humanos en volar. Y lo hizo gracias a la habilidad de su padre: Díédalo construyó unas alas a base de plumas y cera para que ambos pudieran escapar de la torre de Creta en la que estaban presos. Esta historia demuestra que la tecnologí­a ha estado unida a la humanidad desde hace milenios. Los seres humanos siempre han buscado ir más allá de sus posibilidades y para lograrlo han utilizado todos los medios a su alcance, modificando su entorno y, tambiíén, sus cuerpos.

Hoy ya no fabricamos alas pero sí­ trasplantamos órganos de otras personas, fecundamos a nuestros hijos fuera del útero o implantamos dispositivos para aliviar la sordera. Pero todaví­a no hemos llegado a nuestro lí­mite, todaví­a podemos mejorar. Eso es lo que opinan los cientí­ficos, ingenieros y filósofos adscritos a una corriente de pensamiento llamada transhumanismo.

En pocas palabras, los transhumanistas sostienen que gracias a la tecnologí­a y los avances míédicos los seres humanos podrán mejorar sus capacidades, tanto fí­sicas como mentales, y corregir los aspectos negativos de la vida (como el sufrimiento, la enfermedad o el envejecimiento). La consigna de este movimiento es “liberar a la raza humana de sus limitaciones biológicas” y su objetivo llegar a la posthumanidad, el siguiente estadio de la evolución.



Los profetas del transhumanismo describen un futuro en el que moriremos a los 1000 años, tendremos un cociente intelectual de 200 y podremos eliminar gran parte de las enfermedades gracias a la selección geníética. Ante estas afirmaciones caben dos preguntas: ¿están en lo cierto o son teorí­as sin fundamento? y, en caso de que se cumplan sus predicciones ¿el resultado será positivo o se desvirtuará la esencia del ser humano?

Antes de abordar estas cuestiones veamos a quíé nos referimos exactamente al hablar de transhumanismo. Primero vamos a examinar los aspectos de la vida que según los transhumanistas serán modificados y despuíés descubriremos a los principales promotores de este movimiento.

LOS CAMBIOS

Longevidad

Se calcula que hasta el siglo XIX, la esperanza media de vida al nacer no superaba los 40 años. Hoy llega a los 80 años en los paí­ses desarrollados. Las razones de esta evolución se deben a los progresos míédicos y sanitarios, a la conjunción de higiene y antibióticos. Surge entonces una duda: ¿existe un lí­mite biológico para la extensión de la vida humana?

Los transhumanistas aseguran que es posible sobrepasar los 150 años, incluso hay quien afirma que igualaremos a Matusalíén, que según el Gíénesis vivió casi un milenio. La clave reside en actuar en los genes que producen el envejecimiento; si se desactiva su función, dicen, se abre la puerta a vivir eternamente.

Modificación geníética

En el año 1997 se logró secuenciar el primer genoma humano; costó 1 millón de dólares. Hoy es posible secuenciar tu propio ADN por lo que cuesta un iPad.

El diagnóstico y tratamiento de enfermedades mediante terapia geníética ya no es una utopí­a. En las últimas semanas hemos conocido un caso de curación de ceguera mediante la inserción de un gen y el nacimiento en España del segundo “bebíé–medicamento”, un niño concebido con la misión de salvar a su hermano de una enfermedad mortal. Tambiíén es posible modificar los genes de un embrión para que no padezca ciertas dolencias mediante el diagnóstico geníético preimplantacional.

Los transhumanistas auguran que la ingenierí­a geníética será una tíécnica común en el futuro. No sólo podremos evitar enfermedades, tambiíén elegir las caracterí­sticas fí­sicas de nuestros hijos. Y cuando cada paciente pueda secuenciar su genoma con la misma naturalidad que hoy nos hacemos un análisis de sangre se podrán elaborar fármacos a medida de la estructura genómica de cada persona; así­ se potenciarí­an los efectos de la medicación y se evitarí­an rechazos.



Aumento de la inteligencia

Actualmente existen míétodos de estimulación craneal que modifican la actividad cerebral; se utilizan, por ejemplo, en enfermos de Parkinson. Esta tíécnica tambiíén ha demostrado mejorar la neuroplasticidad, facilitando las conexiones entre neuronas.

Tambiíén hay fármacos destinados al tratamiento de enfermedades o problemas mentales y que si se aplicann a cerebros sanos aumentan la capacidades cognitivas. Son el metilfenidato y el modafinilo. El primero se prescribe para la narcolepsia pero los soldados del ejíército de Estados Unidos y numerosos estudiantes en íépoca de exámenes lo utilizan para no dormir y estar en alerta más tiempo de lo normal. El modafinilo se diseñó como tratamiento en niños con díéficit de atención y muchos universitarios lo consumen para aumentar su concentración. El periodista Jonathan Hari escribió un reportaje sobre su experiencia con esta droga.

Como en otros campos, los transhumanistas argumentan que este tipo de tíécnicas serán comunes dentro de unos años. Las smartdrugs serán tan frecuentes como las las pastillas de hierro o la pí­ldora anticonceptiva y nuestro cerebro evolucionará.



Cyborgs

En realidad, ya existen. Neil Harbisson es el primer cyborg reconocido por un gobierno. Nació sin la facultad de ver los colores y a los 20 años se instaló un dispositivo en la cabeza que traducí­a los colores del mundo a notas musicales.

El transhumanismo afirma que en un futuro cercano la implantación de chips en el cuerpo será la norma. Ya no llevaremos la tecnologí­a con nosotros (como un reloj, unas gafas o un móvil) sino dentro de nosotros; la integración entre las partes fí­sicas y las partes ciberníéticas será total. ¿Llegará el dí­a en que tengamos instalado un navegador web en el cerebro?



LOS “PROFETAS”


Ray Kurzweil
A los 17 años creó un ordenador capaz de componer música; hoy dirige varias compañí­as dedicadas, entre otras cosas, a inventar productos de reconocimiento de voz que puedan ser utilizados por invidentes y en instalaciones míédicas.

Su principal contribución al movimiento transhumanista es el concepto de Singularidad Tecnológica, desarrollado en su libro La era de las máquinas espirituales. Kurzweil sostiene que llegará un momento en que las máquinas serán más inteligentes que los humanos; entonces podrán mejorarse a sí­ mismas y transformarán el entorno hasta tal punto que alguien nacido antes de ese momento no comprenderá la realidad. ¿Cuándo será eso? Según Kurzweil alrededor del año 2040.


Nick Bostrom
Filósofo sueco asociado a la Universidad de Oxford. En 1998 fundó la World Transhumanist Association, hoy renombrada como Humanity+. Sus trabajos son especulativos y abordan cuestiones como el fin de la Tierra o de la Humanidad (lo que denomina “riesgo catastrófico”) o la hipótesis de que nuestra realidad no sea más que una simulación creada por un ser superior (algo parecido a Matrix).

Ya en un terreno más concreto, es partidario de mejorar las capacidades fí­sicas y cognitivas del ser humano, tal y como expone en su libro Human Enhancement. En esta fábula se acerca a la posibilidad de impedir o retrasar el envejecimiento.


Aubrey de Grey
Este gigante barbudo está convencido de que llegaremos a vivir mil años. Estudió ingenierí­a de software y se introdujo en la biologí­a gracias a su esposa; el dominio de estas dos disciplinas le faculta para aproximarse al tema del envejecimiento desde un punto de vista único.

Según de Grey, el envejecimiento y la muerte no son necesarios; por lo tanto, no debemos resignarnos a ellos. Cinco son las causas del envejecimiento, todas relacionadas con la degeneración y mutación de las cíélulas. Reparando estos tejidos, nos dice, lograremos retrasar la decadencia fí­sica de forma extraordinaria.

Pero el verdadero reto, argumenta de Grey, no es alcanzar la destreza cientí­fica y tíécnica necesaria para retrasar el envejecimiento (algo que llegara más pronto que tarde), sino organizar una nueva sociedad en la que las vidas se miden en siglos y no en díécadas.


Gregory Stock
Es el abanderado de la modificación geníética. Stock sostiene que “estamos empezando a comprendernos a un nivel tan í­ntimo que empezamos a controlar los procesos de la vida y nuestro propio futuro evolutivo”. No cree que estemos en el punto final de la evolución, sino que nos queda mucho camino por recorrer; y gracias a la tecnologí­a podemos decidir cómo lo recorremos. Stock desarrolla sus argumentos en el libro Redesigning Humans: Our Inevitable Genetic Future.

Stock se muestra partidario de poder seleccionar los genes de nuestros hijos para mitigar las enfermedades y aumentar las capacidades fí­sicas y cognitivas. Dentro de 200 años seremos más guapos, más fuertes y más listos. Conocer nuestra estructura geníética, dice, tambiíén servirá para personalizar todaví­a más los tratamientos míédicos y aumentar su efectividad.

Se ha acusado a Stock de jugar a ser Dios, pero íél responde que es normal querer lo mejor para nuestros hijos. Tambiíén aparta el argumento de que el futuro habrá dos clases de humanos (los ricos, guapos y listos frente a los pobres, feos y tontos); la tecnologí­a se estandarizará, igual que ha sucedido con los móviles o los ordenadores.


Kevin Warwick
Profesor de Ciberníética en la Universidad de Reading. Es conocido por probar los experimentos del Proyecto Cyborg en sus propias carnes. Literal.

Hace 15 años se implantó un chip en el brazo y durante unos dí­as lo usó para controlar las puertas, luces y temperatura de su casa. Poco despuíés, introdujo en su muñeca un dispositivo más complejo el que podí­a controlar objetos a distancia, desde una mano robótica a una silla de ruedas. El tercer experimento consistió en conectar el sistema nervioso de su esposa con el suyo, cuando ella moví­a la mano, Warwick lo sentí­a. Todas estas experiencias han sido relatadas en su libro I, Cyborg.

Warwick preconiza que dentro de un tiempo las personas con algún tipo amputación o parálisis podrán utilizar un miembro o un exoesqueleto biónico, conectado directamente a su sistema nervioso. En última instancia, será posible conectar nuestro cerebro a un ordenador y llegar a descargar o subir información entre ambos.

EL DEBATE

Las crí­ticas al transhumanismo se pueden agrupar en 3 bloques, atendiendo a su carácter tecnológico, social o moral.

Hay voces que consideran inviables muchas las predicciones de este movimiento; dentro de unos años, aseguran, los libros y artí­culos sobre transhumanismo formarán parte del paleofuturo, el futuro imaginado que nunca llegó a suceder. Entre los propios transhumanistas tambiíén hay debates tíécnicos. Gregory Stock, por ejemplo, no confí­a en la integración hombre máquina; los cambios vendrán, dice, del lado de la modificación geníética.

La desigualdad en el acceso a estas tecnologí­as y avances míédicos centra el segundo bloque de crí­ticas. Según autores como Bill McKibben, las tecnologí­as de perfeccionamiento humano sólo estarí­an disponibles para los ciudadanos con más recursos. Esta desigualdad tendrí­a un carácter distinto a la puramente económica; aquellos con medios serí­an en cierto modo superiores a los humanos que no pudieran costearse un mapa geníético o pastillas para aumentar su intelecto. A muy largo plazo, aseguran los más crí­ticos, existirí­an dos clases de humanos: los ricos, guapos y listos frente a los pobres, feos y tontos. Tambiíén existe preocupación ante la posibilidad de que los gobiernos o las grandes corporaciones puedan controlar las tecnologí­as de modificación geníética o de control del cerebro y, a travíés de ellas, a nosotros mismos.

Pero el grueso de las crí­ticas tienen un marcado componente moral, íético y religioso. El ser humano, dicen muchos, es demasiado importante como para jugar con íél, casi sagrado. De llevarse a cabo todos esos hipotíéticos avances ¿cuál serí­a el resultado? Una criatura diseñada geníéticamente, alimentada con pastillas para aumentar su intelecto y conectada a un ordenador a travíés de una entrada de USB implantada en su nuca ¿es un ser humano?



EL DEBATE: A FAVOR

La tecnologí­a no es buena o mala per se; lo importante es el uso que queramos darle. Es necesario abandonar los argumentos apocalí­pticos y discutir serenamente las posibles implicaciones de la biotecnologí­a. Sobre todo porque íésta parece inevitable y cuanto más preparados estemos, mejor. Aunque, como dice Gregory Stcock, la sociedad nunca está preparada para ningún cambio.

Parece que es correcto tomar pastillas para retrasar la evolución del alzheimer o tratar el díéficit de atención pero no lo es tomar medicación para aumentar la inteligencia. Algo similar ocurre con los fármacos que quitan el sueño; ¿pero acaso no tomamos cafíé cada mañana? ¿Dónde está el lí­mite? Hoy las smart drugs, todaví­a presentan importantes efectos secundarios; una vez eliminados o reducidos, no veo por quíé no utilizarlos.

Se suele argumentar que el cerebro humano puede modificar su estructura y funciones si se toman ciertos fármacos. Pero tambiíén la lectura modificó nuestro cerebro hace unos cuantos siglos, y tambiíén existen indicios de que Internet lo está modificando. Si todos los órganos deben evolucionar ¿porquíé nuestro cerebro no?



Están en lo cierto quienes afirman no todos los ciudadanos tendrán acceso a la tecnologí­a, que habrá brecha entre humanos y “superhumanos”. Pero el problema aquí­ no es la tecnologí­a sino la desigualdad. Tambiíén hoy hay brecha entre ricos y pobres; la clave está en erradicarla, no en detener las investigaciones míédicas. En la actualidad resultarí­a ridí­culo prohibir la fabricación de ordenadores bajo el argumento de que sólo un porcentaje de la población puede acceder a ellos; la misma lógica deberí­a aplicarse a otros avances.

El diseño geníético es el aspecto del transhumanismo que produce un rechazo casi unánime. Los crí­ticos advierten del peligro de seleccionar a los hijos no sólo para evitar enfermedades, algo que cada vez está más aceptado, sino para conseguir unas caracterí­sticas fí­sicas e intelectuales determinadas. Se teme que en 50 años una pareja pueda acudir a una clí­nica a “pedir” un hijo guapo, rubio, atlíético y con un coeficiente intelectual de 150. Se teme, en definitiva, que juguemos a ser Dios.

Mi pregunta es: ¿por quíé va a ser peligrosa esta situación? Todos los padres quieren lo mejor para su hijo. Ya desde su concepción, la madre trata de cuidar su alimentación, deja de fumar y beber y toma los fármacos que le aconseja su míédico; una vez nacido, los padres lo alimentan con comida sana, le matriculan en una buena escuela y controlan sus amistades… Los avances geníéticos simplemente extenderí­an este cuidado hasta el instante previo a la concepción.



El argumento definitivo contra los avances míédicos y cientí­ficos es que es antinatural. ¡Quíé paradoja! Vivimos en una sociedad tecnificada y muchos sienten un extraño deseo de volver al estado “natural”. Pero lo cierto es que casi nada es natural. No es natural el coche, los antibióticos o Internet; tampoco la gastronomí­a y el erotismo; la lectura y la escritura, claves de la cultura y el progreso, son actividades sumamente artificiales.

TS Elliott se preguntaba: “¿Dónde está la sabidurí­a que perdimos con el conocimiento?” A veces se olvida que la humanidad ha llegado donde ha llegado porque ha limitado y arrinconado su naturaleza, porque ha sustituido el instinto y la tradición por el pensamiento cientí­fico.

Cada vez que se ha producido un avance en ciencia o medicina, han surgido voces que aseguraban que aquello (rotación de la Tierra, autopsias, Teorí­a de la Evolución, fecundación in vitro…) iba contra natura. Tambiíén hubo quienes no quisieron mirar a travíés del telescopio de Galileo; hoy nos parece absurdo. Quizá la frontera se vaya moviendo, quizá siempre haya crí­ticos. Tal vez en 100 años nos burlemos de quienes eran reticentes a implantarse un chip en su nuca o elegir los genes de sus hijos.



Por último, se ha argumentado que los seres que habitaran este hipotíético futuro no serí­an humanos. Los propios transhumanistas están de acuerdo: serí­an posthumanos. Pero las crí­ticas van en otro sentido. ¿Hasta quíé punto llevar un chip en la nuca o ser diseñado geníéticamente no desvirtuarí­a nuestra esencia? Para eso, claro, hay que saber quíé nos hace humanos. No es tarea fácil.

¿Se es menos humano por llevar un chip? ¿Y por llevar un corazón de una persona muerta? Los transplantados ¿son cyborgs? Yo tengo una placa de metal anclada en mi pierna; ¿soy menos humano? El atleta Oscar Pistorius no tiene piernas; en cambio, corre a velocidades asombrosas gracias a unas prótesis. Este año hubo un serio debate sobre su aceptación en los Juegos Olí­mpicos, no en los Paralí­mpicos; muchos adujeron que sus prótesis le daban ventaja sobre los atletas no discapacitados. ¿Es Pistorius un cyborg?

Hay quien afirma que, en realidad, todos somos cyborgs, que nuestra interacción con ordenadores y móviles nos convierte en una especie algo diferente al Homo Sapiens: el Homo Interneticus.

De nuevo, la pregunta se repite: ¿dónde está el lí­mite? Quizá exista un punto de no retorno, una lí­nea divisoria entre un humano y… otra cosa. Pero todaví­a no sabemos dónde está.



Un estudio del Instituto Max Planck afirma que los humanos nos diferenciamos de los simios, entre otros factores, porque tenemos genes que hacen nuestro cerebro más plástico. Es decir, que puede formarse y cambiar durante más tiempo (hasta los 5 años) que el de los simios (sólo hasta el año). Así­ que quizá al modificar nuestro cerebro ya de adultos únicamente estemos llevando la función de estos genes más lejos. Quizá la posibilidad y el deseo de mejorar nuestros cuerpos y nuestras mentes sea lo que nos hace humanos.

En cualquier caso, debemos recorrer con precaución este camino. No nos pase como a ícaro y el Sol queme nuestras alas.