https://elpais.com/elpais/2018/06/01/eps/1527868750_381484.htmlMasones: la hermandad del misterio
Quino Petit
Los masones han sido perseguidos desde su fundación y llevan 300 años viviendo entre sombras. En pleno siglo XXI, la vertiente ortodoxa aún custodia arcanos, practica ritos medievales y no acepta mujeres en sus filas. ¿Sobrevivirán al futuro? Entramos en su territorio secreto en busca de respuestas
Rubén tiene 42 años y es aprendiz de masón. Por eso, esta noche su papel consistirá en escuchar, hablar poco y servir la mesa a sus hermanos de la logia Phoenix durante el ágape. Hijo de taxista y ama de casa, soltero, sin pareja, gestiona pequeños negocios familiares. Hace tres meses, emprendió el viaje iniciático en uno de los dos templos que albergan los sótanos de la Gran Logia de España. Su sede ocupa la planta baja de un inmueble madrileño a un corto paseo del estadio Santiago Bernabéu. Protegida por un portón de seguridad, solo dos columnas a cada lado de la entrada y las iniciales de la institución grabadas en piedra —“G. L. E.”—, bajo la figura de una escuadra y un compás entrelazados, apuntan desde la calle lo que oculta su interior. Dos noches al mes, este espacio queda reservado a los integrantes de la logia Phoenix, una de las 19 que hay en Madrid. Hacia las ocho de la tarde de un martes casi veraniego, Rubén y sus hermanos descienden las escaleras de camino al templo. Todos son hombres. Visten de riguroso luto como marca la etiqueta del cónclave, llamado tenida en su jerga. Camisa blanca con corbata y traje oscuros. Estrechan sus manos cubiertas con guantes blancos, subrayando con gestos sus estatus de aprendiz, compañero o maestro, grados fundamentales de la masonería. Mientras anudan los mandiles a la cintura, repiten la misma broma al profano intruso. “¿También vienes al entierro?”.
Los mandiles blancos delatan a los aprendices. Rubén brujulea entre ellos, colocando cestas de pan en la gran mesa en forma de U para el ágape que abrochará la reunión. Solo vendrán una veintena de los 40 miembros de la logia Phoenix. Los ausentes —y muchos asistentes— manifiestan pánico a salir en un reportaje. Tienen miedo de lo que puedan pensar sus familiares o sus jefes. En España, la mayoría oculta su condición. Pesan las leyendas negras y la memoria de la represión durante la dictadura franquista. Muy pocos lo confiesan en el trabajo, al contrario que en EE UU, donde se menciona en el currículo. Para muchos son una secta. Ellos lo niegan. “No tenemos dogmas y defendemos la libertad de pensamiento”.
Trescientos años después de su fundación en una taberna de Londres, la fraternidad universal de los masones sigue envuelta en misterio. Viven entre sombras durante el día. Celebran cónclaves en la noche. Practican rituales medievales en los templos, custodiados por vigilantes que defienden espada en mano la entrada de cualquier profano intruso. Nadie, salvo ellos entre sí, sabe lo que son. Se reconocen mediante gestos. Tienen su propio lenguaje, preñado de simbología. Cuentan con un calendario y con una jurisdicción paralela para dirimir sus cuitas y, llegado el caso, dictar la expulsión. En pleno siglo XXI, la vertiente ortodoxa o “regular”, mayoritaria de la institución y reconocida por las grandes logias internacionales, mantiene entre sus reglas la creencia en un dios creador y la prohibición de admitir mujeres. Unas exigencias obviadas en las heterodoxas “obediencias irregulares”. Todos siguen asociados a cenáculos de poder y conspiraciones. “Soy consciente de la parte oscura que muchos ven en nosotros”, dice Rubén, el aprendiz. “Tendrán que pasar en España un par de generaciones para que desaparezcan los estigmas”.
Los mandiles de los más veteranos de Phoenix lucen símbolos del rito por el que funciona esta logia: el llamado “de emulación”, de origen británico, uno de los muchos que se practican en la masonería. Rosetones azules sobre fondo blanco, borlas plateadas y cruces de tau invertidas marcan grados de compañero o maestro, así como los oficios que ejercen. Tesorero, secretario, oficial, guardatemplo… El aspirante a formar parte de la logia pisa por primera vez el suelo ajedrezado del templo con los ojos vendados. Además de ciego, cruza ni vestido ni desnudo el umbral flanqueado por dos columnas salomónicas. Lleva la camisa abierta dejando medio torso al descubierto, con el pecho izquierdo al aire y una soga alrededor del cuello. Otro hermano que ejerce de Lázaro conduce sus pasos hacia el sillón del venerable maestro de la logia, siempre situado al oriente, por donde sale el sol, y le susurra al oído las respuestas a las preguntas del compromiso que ha de jurarse sobre los tres principales símbolos: la escuadra, el compás y el libro sagrado. Antes de ser despojado de la venda y empezar a ver la luz del misterio, el iniciado en el rito de emulación siente la punta de un puñal oprimiendo su pecho, prueba de que el incumplimiento de su palabra traerá consigo el desprecio de sus semejantes. Se le anuncia la prohibición de desvelar cualquier misterio de la Orden. Mantener secretos durante siglos les ha permitido confabularse al margen del orden establecido. “La sensación que tienes al iniciarte es la de estar ante el examen de un tribunal”, dice Rubén. “Llegas nervioso. No sabes lo que te va a pasar. Si entras es porque el resto de hermanos te han dado un voto de confianza. No es una única cosa la que te trae hasta aquí. Es la mezcla entre buscar un crecimiento personal y querer encontrarlo en una comunidad sin dogmas. Aquí hay normas, pero no dogmas. Desde pequeño he prestado atención a mi forma de relacionarme con los demás. Quizás esto es algo que busqué siempre: un espacio de fraternidad donde compartir asuntos relacionados con el pensamiento”.
Antes de ser despojado de la venda, el iniciado siente la punta de un puñal en el pecho desnudo
Entre los hermanos de Rubén está Jesús, profesor universitario de economía a punto de jubilarse y maestro en Phoenix. “A mí me habló de la masonería una antigua novia”, cuenta Jesús. “A los 65 años, dije: o me meto ahora, o no lo haré nunca. Buscaba un refugio de elevación personal”. Eduardo, aprendiz madrileño de 43 años, se inició en Lima, donde vivió una temporada. “Soy católico, no muy practicante. Aquí he encontrado un sistema para mejorarme y practicar la libertad de pensamiento en grupo”. Roberto, ingeniero de 41 años, soltero y sin pareja, también lleva el mandil blanco de aprendiz. “Siempre he tenido presente la parte esotérica de las cosas. Soy introspectivo y aquí he encontrado solemnidad. Rechacé otras obediencias simbólicas para entrar en la masonería regular. Ya que decidí meterme, he buscado la ortodoxia”.
Exactamente a las 20.30, Javier Escalada, a la sazón gran maestro de la Gran Logia Provincial de Madrid, ordena en voz alta a las puertas del templo: “¡Hermanos! ¡Prestad atención a la entrada del venerable maestro acompañado de sus oficiales!”. Unos bafles cascados escupen una pieza de música clásica que acompaña al cortejo. Sus miembros giran a paso marcial en torno al damero central del suelo. El venerable maestro es el primero en llegar al oriente de la sala para ascender tres peldaños y ocupar su trono. Sobre su mesa, un ejemplar de la Biblia, un compás y un mallete que marcará el ritmo de la ceremonia. A su espalda, las siglas ALGDGADU (A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo). La formación sigue girando por la sala a paso castrense. Los oficiales son llevados de la mano hasta sus asientos mientras ejecutan una suerte de baile circular. Tras el cierre de la puerta del templo suenan Las cuatro estaciones, de Vivaldi. Se anuncian las excusas de los ausentes. Con tres golpes de mallete, queda abierta la sesión.
Fernando Castilla, empresario de 53 años, casado y con hijos, ejerce hoy de guardatemplo exterior. Vigila desde fuera la puerta cerrada para impedir, armado con una espada, que ningún profano irrumpa mientras se desarrollan los trabajos de la tenida. Maestro instalado de Phoenix, se inició en 2001. “Acabas tus estudios, encuentras un trabajo, formas una familia. ¿Y ahora qué? Y esto de la masonería, ¿qué será? Ahí empezó mi curiosidad. Tras muchos años, a veces da pereza ponerte el traje oscuro y dejar otros planes para venir. Pero merece la pena pasar con mis hermanos un par de martes al mes desde el ocaso hasta la madrugada. Somos personas normales, salvo durante el ritual. Este es nuestro jardín secreto”.
La semilla de la masonería prendió en el verano de 1717, cuando un puñado de caballeros londinenses fundó la Gran Logia de Inglaterra. Un espacio de fraternidad por encima de las creencias, donde cristianos, judíos y musulmanes compartían inquietudes y podían contrastar ideas en libertad. En 1723, las conocidas como Constituciones de Anderson establecieron su corpus jurídico. El primer artículo exige la creencia en el Gran Arquitecto del Universo. Sus seguidores heredan el conocimiento simbólico del Arte Real de la Construcción de los albañiles (maçons, en francés) que levantaron las catedrales medievales. Así nació la francmasonería o freemasonery, originaria de los gremios donde los free masons eran albañiles, constructores, pedreros o canteros con libertades o privilegios. El sistema basado en el simbolismo de la construcción aspira a que sus miembros desarrollen la capacidad de aprendizaje, reflexión y diálogo para transmitir a su entorno la misión perfeccionadora que anhelan mediante la construcción del templo simbólico de cada ser humano. El esoterismo, el misterio y el secreto forman su esencia, y los grados marcan el avance en el conocimiento. Como analizaba un reciente artículo de The Economist, “la francmasonería puede parecer incomprensible porque no lleva aparejada ideología o doctrina algunas, y en cambio se define por un acuerdo de hermandad universal y un desarrollo personal. No existe un único cuerpo gubernativo. Está compuesto por una libre red de grupos, conocidos como logias, bajo la autoridad regional y nacional de las grandes logias”.
La Orden ha servido de refugio a liberales y demócratas. Desde su fundación ha sido perseguida por regímenes totalitarios y hoy sigue suscitando rechazos. En Italia, el borrador del acuerdo de Gobierno populista entre la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas incluía este mandato: “No pueden formar parte del Gobierno los sujetos que pertenezcan a la masonería”. El Gran Oriente de Italia exigió la intervención del presidente de la República contra la medida, catalogada como “discriminación odiosa que recuerda a las leyes fascistas”.