Por... Joakim Book
Joakim Book señala las razones por las cuales los impuestos verdes sobre los productos de plástico de un solo uso podrían ser contraproducentes.
Para ser un ítem tan pequeño, las fundas plásticas reciben una cantidad sorprendente de atención pública. En años recientes, muchos países han introducido impuestos punitivos a las fundas plásticas en general. En EE.UU., ocho estados y varias ciudades ya han prohibido los plásticos de un solo uso.
No solamente los países ricos están implementando la prohibición. En 2002, Bangladesh fue el primer país en vías de desarrollo en prohibir las fundas plásticas delgadas, y China ha revelado planes de prohibir las fundas no-biodegradables en las principales ciudades para finales de 2020. El año pasado, varios estados de la India prohibieron las fundas plásticas —adelantándose al plan nacional de eliminar todos los plásticos de un solo uso para 2022.
Hasta cierto grado, la pandemia del COVID-19 puso esta tendencia global en pausa, conforme los plásticos de un solo uso se volvieron a poner de moda, y las fundas reutilizables de hombro fueron prohibidas en los supermercados. La cadena de café Starbucks incluso prohibió los vasos reutilizables para limitar la propagación de la enfermedad. Parecería que la campaña en contra de los plásticos de un solo uso se había detenido de manera abrupta.
Pero no. En julio, Alemania optó por prohibir ciertos plásticos de un solo uso. Luego de haber “persuadido” a los supermercados de eliminar gradualmente el uso de fundas plásticas desde 2015, la actual ministra ambiental de Alemania Svenja Schulze fue incluso más allá, introduciendo una prohibición total de los cubiertos, sorbetes y contenedores alimenticios de plásticos de un solo uso. Comentando el anuncio, Schulze expresó su opinión acerca del plástico en términos muy claros, “Muchos productos de plástico de un solo uso son superfluos y constituyen un uso insostenible de recursos”.
Dos meses antes de eso, el baluarte del ambientalismo que es Suecia empezó un experimento profundamente confuso de cobrar impuestos a las fundas plásticas. Al agregar un impuesto punitivo de 3 krona ($0,35) a las fundas de plástico de un solo uso, el país nórdico mantuvo la lucha en contra del plástico en curso en medio de la pandemia. En un momento en que todo el mundo estaba acumulando gel antibacterial y evitaba tocas los rieles y maniguetas de las puertas por miedo al coronavirus, el precio de venta al público de las fundas plásticas se triplicó, provocando que mucha gente se pregunte que se tramaban realmente los políticos. ¿Por qué prohibir los plásticos de un solo uso en un momento en el que estarían en su punto máximo de utilidad?
Gastar recursos políticos y económicos para cobrarle impuestos a (o prohibir) las fundas plásticas siempre fue una apuesta extraña. Hay al menos tres razones por las que cobrarle impuestos a las fundas plásticas en nombre del medio ambiente tiene poco sentido.
Primero, el plástico encontrado en los océanos, ese ejemplo icónico del desperdicio plástico —que por sí solo podría ser un problema mucho más pequeño de lo que pensábamos— solo constituye 0,1% de la producción anual de plástico. La gran mayoría del plástico que usamos y consumimos hoy no acaba en la naturaleza. La mayor parte de la degradación de los ríos y océanos por parte del plástico se da en unos pocos países en vías de desarrollo con una recolección y procesamiento de deshechos que dejan mucho que desear. En vista de esto, los países ricos implementando impuestos punitivos sobre las fundas plásticas o prohibiéndolas totalmente pareciera un castigo mal dirigido: las fundas plásticas en los supermercados claramente no son el problema.
Segundo, es contraproducente. La guerra contra el plástico ha conducido a que las personas reemplacen los productos durables de plástico con fundas frágiles de papel, sorbetes de metal, fundas reutilizables de tela o lana, o incluso cepillos de dientes de bambú. El problema es que estos ítems de reemplazo usualmente son peores para el planeta. Un consumidor ambientalmente consciente que reemplaza sus sorbetes de plástico con uno de metal necesita utilizarlo como unas 150 veces antes de que su impacto ambiental sea igual al del plástico de un solo uso. Las fundas de papel, el sustituto más cercano de sus “abominables” primas de plástico, ocupan un espacio mucho más grande en los basurales y deben ser reutilizados al menos cuatro veces antes de que su impacto ambiental sea igual al de las fundas de plástico de un solo uso. Nadie hace eso. Estoy totalmente a favor de las fundas de hombro, pero dudo que haya usado las mías las 172 veces que necesitan ser usadas para igualar ambientalmente a sus pares de plástico —y tengo cinco fundas en total.
Irónicamente, fue precisamente para reducir desperdicio que los estadounidenses se cambiaron desde las fundas de papel hacia las de plástico en primer lugar. El periodista y escritor John Tierney, que ha escrito tanto acerca de la tontería que es el pánico en torno al plástico, rastrea la historia de la “sociedad descartable” en un reciente artículo para City Journal:
“Los comerciantes y consumidores estadounidenses se pasaron de los empaques de papel a los de plástico porque estos reducían el desperdicio. El plástico era más barato porque requería menos recursos para ser fabricado. Requería menos energía para ser transportado porque pesaba menos. El plástico ocupaba menos espacio en los basurales que el papel, y reducía todavía más el volumen de la basura porque preservaba la comida por más tiempo”.
Tercero, los argumentos del impuesto verde usualmente citados —que la recaudación lograda de tributar productos ambientalmente nocivos puede ayudar a pagar por los requeridos esfuerzos ambientales— se ha topado con el mismo problema que todos los impuestos verdes tienen. Estos alientan a la gente a sustituir el producto en cuestión, lo cual reduce la base imponible, y consecuentemente la recaudación total lograda. Cuatro meses después de haberse iniciado el experimento sueco, que el gobierno esperaba que contribuiría con 2 mil millones de pronas en recaudación ($225 millones) este año, solo 2 por ciento de esa cantidad se ha recaudado. Muchos expertos, académicos, y aquellos en el sector de ventas al por menor se quejan acerca del fracaso de la política: causa problemas innecesarios para los supermercados y los clientes, logrando muy pocas ganancias para el medio ambiente, si es que logra alguna.
Más devastador todavía es que el tipo de países cuya concientización ambiental más implora que cobren impuestos al plástico también son aquellos cuya huella de plástico suele ser la más pequeña. En parte debido a su concientización (y la riqueza para costearla), ellos ya han optimizado sus plantas de procesamiento de deshechos y reemplazado muchas fundas de plástico de un solo uso con sustitutos biodegradables. La ganancias adicionales de eliminar las fundas plásticas, mediante impuestos o prohibiciones como en Suecia o Alemania, tienen poco sentido ambiental.
Financiar cualquier cosa mediante impuestos estrictamente “verdes” nunca es una opción sostenible. Después de todo, el objetivo de esas políticas es reducir y remover la base tributaria en primer lugar. En cambio, cobrarle impuestos a las fundas plásticas es el ambientalismo en su peor momento (tal vez en su segundo peor momento, dado que desestabilizar la red eléctrica y hacer que la mezcla eléctrica sea más intensa en CO2 es mucho más dañino). La lucha política sobre el plástico es simbólica —empuja el comportamiento humano en una dirección que se siente bien en lugar de realmente mejorar las cosas que decimos que nos importan.