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Autor Tema: El nuevo orden mundial. Por Eugenio Fernández Barallobre  (Leído 945 veces)

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El nuevo orden mundial. Por Eugenio Fernández Barallobre
« en: Septiembre 20, 2021, 07:03:38 pm »
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El nuevo orden mundial. Por Eugenio Fernández Barallobre

Desde hace mucho tiempo venimos escuchando a políticos de uno y otro signo, de uno u otro país, referirse al llamado “Nuevo orden mundial”, ¡qué tufillo totalitario tiene esta frase al más rancio estilo comunista/bolchevique o nazi!, ¿no creen?
Estos que preconizan este nuevo orden, pretenden, sin recatarse, que todos seamos unos títeres cuyos hilos se muevan desde las sombras globalistas, desde un siniestro poder, muy a lo masón, que nadie ha puesto ahí, que nadie ha elegido y que nadie conoce a ciencia cierta.
Y así, en pocos años, a los niños se les enseñará en los colegios -ya se está haciendo, merced a esa ideología lgtbijk… enferma y perversa- que podrán elegir el sexo que quieran; estaremos invadidos por la emigración ilegal;  comeremos lo que ellos quieran, más concretamente lo que fabriquen en sus industrias; leeremos lo que ellos no proscriban, el resto estará vedado; andaremos en bicicleta o monopatín; viajaremos en el medio de transporte que ellos elijan para nosotros; seremos encerrados en nuestras casas cuando lo determinen; nos vestiremos con los tejidos que ellos consideren apropiados; pasaremos grandes calores en el verano y gélidos fríos en los inviernos poniéndonos como justificación la salud del planeta; nos vacunarán tantas veces como quieran con lo que a ellos les dé la gana y con el pretexto que se inventen; nos exigirán pasaportes o salvoconductos especiales donde figuren más allá de nuestros datos filiativos; estaremos controlados en nuestros movimientos, en nuestros gastos, en nuestras opiniones; incluso algunos seremos condenados, en el mejor de los casos a la muerte civil, cuando no al gulag; decidirán quienes pueden ser padres, cuando pueden serlo y el número de hijos que podamos tener y, al final, determinarán el día en que tengamos que abandonar este mundo, cuando ya supongamos una carga para la sociedad, al grito de ¡adiós mundo cruel!
La primera fase de esta operación de gran calado comenzó a principios del 20, después de aquella siniestra reunión del “Evento 201”, con la sorpresiva aparición del virus de los chinos y con la subsiguiente inoculación de terror, que tan bien ha calado en nuestra Patria hasta el punto de convertirnos en una masa acobardada y aterrada. Con ello y con la amenaza permanente y omnipresente del famoso virus, que puede cobrar más o menos virulencia al gusto de los que mandan, poco a poco, se nos ha ido limitando nuestra libertad y restringiendo nuestros derechos más elementales sin que nadie levante la voz para evitarlo.
De esta suerte, ahora mismo, estamos a expensas de los partes diarios emitidos por la medicina oficial, en muchos casos corrompida por una serie de intereses de tipo político y económico, y así, sus informes, casi nunca contrastados por estamentos independientes, permiten al político de turno -nacional o autonómico- determinar el nivel de incidencia y, con ello, disponer si tenemos que llevar mascarilla o no; si nos tenemos que encerrar en casa; hasta que hora podemos salir a la calle; cuántos nos podemos reunir; si tenemos que proveernos de algún pasaporte especial para mostrar al camarero o al matón de discoteca de turno, convertido en una suerte de policía sin oposición de ingreso; por dónde podemos viajar y qué lugares podemos visitar; etc., etc. Una merma absoluta de nuestros derechos y libertades.
Aquí, en mi Galicia natal, por ejemplo, el sátrapa de los Peares, con la aquiescencia emocionada de la asociación de hosteleros coruñeses y de Santiago, podrá exigir que para entrar en bares, restaurantes y discotecas tengamos que proveernos del correspondiente pasaporte para mostrar ante cualquier camarero/a que tenga a bien solicitárnoslo. ¿Qué afán puede haber en todo esto?
Qué algo huele muy mal en todas estas operaciones y que el único fin que se persigue es el de llegar a la vacunación obligatoria, por medio de la acción individual y consentida o de la burda coacción ejercida por parte del sistema, lo demuestra el hecho de que semejante situación no la habíamos vivido nunca.
¿Es qué alguien se imagina, antes de marzo del 2020, que para entrar en un bar o en una discoteca nos pidiesen que mostrásemos los resultados de nuestro último análisis de sangre o un certificado de nuestro estado de salud?
Sí, ya sé, ya sé, siempre hay papanatas que dirán, con la boca llena, aquello de “estamos en tiempos de pandemia” o “vivimos una emergencia sanitaria” o “el virus es altamente contagioso”. Y yo, me pregunto ¿la tuberculosis no es altamente contagiosa?; ¿el sida no lo era también?, ¿cualquier enfermedad que pueda transmitirse por el aire o por la manipulación de objetos, incluso la gripe estacional, no es contagiosa? Entonces, ¿por qué no se pedía antes ninguna prueba de nuestro estado de salud y ahora sí?
Que el objetivo de la vacunación universal es un hecho lo demuestra lo que vendrá en unos días, cuando llegue el otoño. En ese instante se iniciará lo operación de acoso y derribo a los no vacunados. Algún portavoz, de la medicina oficial, debidamente “motivado” por el poder político, aducirá que las nuevas cepas, a cada cual más mortífera, se propagarán debido a los no vacunados, con ello -ya nos lo está advirtiendo alguna de estas listillas sabelotodo de las emisoras radiofónicas de más audiencia- se iniciará una feroz persecución de los no vacunados que comenzarán a sentirse aislados e incluso perseguidos. ¿Qué razón real hay para estas aseveraciones?, ¿qué fundamento científico las respalda?, ¿no suena todo esto a lo sucedido con los judíos en la Alemania nazi?
Nadie parece querer dar respuesta a estas preguntas y a muchas más ya que todos, al menos la mayoría, prefieren mirar para otro lado y ponerse de perfil ante esta alarmante e indiscriminada pérdida de derechos y libertades que parece no importarle a nadie y, mucho menos, a aquellos que salían otrora a las calles a exigir libertad para poder llevar adelante sus tropelías políticas, aquellos que incendiaban las calles por encerrar en la cárcel un tipejo que se lo merecía o por la muerte de un perro que hubo que sacrificar.
Ya hemos visto, en el colmo de la represión más totalitaria y de la perversión de los que ejercen el poder, como en algunos países -Canadá, Nueva Zelanda y Australia, especialmente, “grandes ejemplos históricos del humanismo más acendrado”-, estas mermas de libertades se están llevando a límites insospechados. Desde la exigencia de la vacunación universal, pasando por la amenaza de encerrar en campos de concentración a los que se nieguen a vacunarse, hasta la instalación de muros de la vergüenza -los nuevos muros de Berlín- para separar a los vacunados de los no vacunados, incluso la quema de libros al más rancio estilo del nazismo y del marxismo, todo es posible en las mentes de esos políticos perversos entregados al globalismo internacional, con tipos deleznables como al viejo Soros o Gate a la cabeza, y recibiendo, muy probablemente, pingües remuneraciones procedentes de las grandes farmacéuticas y de otras instancias internacionales, algo que, a buen seguro, algún día se sabrá.   
Igualmente, llevo días reflexionando sobre un asunto. Se trata de un hecho que, a mi modo de ver, echa por tierra la ley de probabilidades. Ignoro cuantos Jefes de Estado, Presidentes de Gobierno/Primeros Ministros, Ministros, parlamentarios, Presidentes de gobiernos territoriales, grandes magnates, altos dirigentes globalistas, grandes fortunas, grandes mandatarios, Alcaldes de ciudades importantes, etc., a los que hay que añadir los mismos cargos en su versión de terminados en “a” -se trata de ser inclusivos-, hay en el mundo. No tengo ni idea, pero supongo que muchos/muchas y, sin embargo, pese a la cantidad ingente de muertos que, según dicen, ha provocado el virus chino, ¿cuántos de estos que he mencionado han fallecido? Pues, por lo que yo sé, ninguno, al menos yo no tengo constancia de ello.
Para justificar esta “casualidad” o, más bien, hecho misterioso, no se puede argumentar la franja de edad, ya que los hay desde jóvenes a muy maduros. Tampoco por no padecer lo que llaman patologías previas ya que supongo que no todos gozarán de una salud de titanes. Por supuesto, no todos fueron vacunados, no hay más que ver aquellas pantomimas de algunos mandatarios/as inoculándose algún tipo de líquido, eso sí, sin que el sanitario de turno tuviese la precaución de retirar la caperuza protectora a la aguja hipodérmica. En fin, que, pese a estar una buena parte de ellos dentro de los grupos de riesgo, ninguno falleció por causa del bichito este inventado por los chinos.
Ya sabíamos que el bicho en cuestión es un tipo inteligente, sabe contar, de ahí que si en una reunión somos más de los que prescribe el político de turno, incluido el sátrapa de mi tierra, el bichito ataca; también sabíamos que tiene reloj y que aguardaba, agazapado, la llegada de las doce de la noche o la una de la mañana, según los casos, para, cual un Drácula cualquiera, atacar sin piedad, al que osase saltarse aquellos toques de queda; de igual modo, es de conocimiento público que la tal Covid 19, es una enamorada del fútbol bueno y así, el público no podía concurrir a un partido del Real Madrid, del Barcelona o del Atlético de Madrid, incluso del Alcorcón o de la Ponferradina, por temor a que el bicho quisiese ver el partido y, de paso, atacase sin piedad, y, sin embargo, no había el mínimo problema en asistir a cualquiera de los encuentros de la primera división de la Liga, antes Segunda B, ya que el bicho, en ese caso, estaba de permiso o de vacaciones reglamentarias.
Sin embargo, lo que hasta ahora ignorábamos es que también supiese discernir entre los que tienen un cargo y los que no lo tienen, esto es nuevo, pero, a la vista de los resultados, parece que también es verdad. En fin, ¡grandioso!
Son demasiadas, cada día más, las dudas que se ciernen alrededor de esta gran operación que busca -alguno/a ya lo ha dicho sin recato- instaurar el nuevo orden mundial.
Entretanto, aquí seguimos igual. La prensa -radio, medios escritos y televisión-, cada vez más canallesca y vendida al poder, contribuye a esta operación de gran calado sin rechistar, no sea que el gran papá sociata les retire la subvención, sin tan siquiera tratar de investigar o de buscar esas respuestas que nadie nos quiere dar. Sabíamos como era la prensa en España, pero jamás pensamos que llegase a tales extremos de bellaquería.
Hay alguna emisora que da asco oírla, qué da nauseas escuchar a esas tipas que todo lo saben, sacar pecho exigiendo que los padres vacunen a sus hijos y tildando de indignos e irresponsables progenitores a los que no lo hagan. Esas mismas que promueven que los pequeños, incluso de cuatro años, lleven mascarilla en todo tiempo, poniendo contra la pared a cualquier objetor de esta medida. ¿Realmente sabéis, estúpidas prepotentes, el daño que estáis haciendo a la libertad?, ¿qué sucederá si algún día se demuestra científicamente que estas vacunas inoculadas a los menores son altamente perjudiciales para su salud?, ¿qué diréis? Si, ya, lo mismo que aquellos hijos de mala madre que desde las cadenas televisivas afines se reían públicamente del virus en sus primeros momentos, con el fin de evitar la suspensión de la marcha feminazi del 8M, ¿ya nadie lo recuerda? Mirareis para otro lado y proclamaréis que solo hacías lo que os mandaban, sin embargo, parece que ignoráis que cada uno es responsable de sus actos.
De todas maneras, lo más grave de todo esto es que una de las cadenas radiofónicas más beligerante en estos temas, tal vez la más, depende de quien depende, que no son otros que aquellos que dicen defender la libertad del hombre por encima de todo y que lo que ellos dicen, en ocasiones, se convierte en una suerte de dogma de fe para muchos de los que los siguen.
Hemos recibido de manera entusiasta la noticia de que el tal Fernando Simón, aquel inefable personaje del jersey, será investigado por el caso del chinovirus, lo que quizás permita que se tire más de la manta y llegue hasta gran jefe “pluma blanca” ya que no se debe perder de vista que, al contrario que los éxitos que son compartidos, los fracasos solo los debe asumir, por acción u omisión, el máximo responsable ya que es el que manda y este es el caso del ínclito “pluma blanca”.
Tal vez no esté todo perdido. De todas formas, NO IMPORTA, lo esté o no, seguiremos peleando hasta el final ya que es mejor morir de pie que vivir de rodillas.