Ninguna crisis es igual. La actual, tampoco. Siempre se han superado las sucesivas crisis. La actual, tambiíén se superará. Por eso es crisis y no el Fin del Mundo. La clave, ayer como hoy y mañana, está en la duración de la misma y, al final, en el recuento de víctimas y, lo que es más importante, en los efectos colaterales, quiíén o quiíénes sobrevivirán. Pasado el tiempo ¿cómo definirán los sabios a la Crisis actual? Mientras, los expertos coinciden en que la duración del proceso es más pernicioso para la salud (la física, psíquica y de bolsillos) de los participantes en los mercados que la profundidad del mismo. O dicho de otro modo, que conviene más acudir a la cirugía rápida y traumática que mantener un discurso filosófico sobre el devenir de los tiempos. Conforme pasan los días hay coincidencia, tambiíén, en aborrecer los números del pasado y tratar de proyectar expectativas de futuro. No obstante, bucear en las cifras de antaño puede hacernos añorar determinados escenarios y reavivar los errores cometidos. De ahí La Carta de hoy.
Escribí hace unos meses que abundan desde hace tiempo las comparaciones de la crisis actual respecto a episodios febriles y caóticos similares vividos en el pasado. Se hurga en la Gran Depresión de 1929; se recala en el crash de octubre de 1987 y se desmenuzan aspectos coincidentes en caídas generalizadas como las de 1998; marzo de 2000 y primaveras de 2004 y 2007. No obstante, ninguna crisis es igual, porque de serlo ya habría sido abortada antes de su aparición. Es más, abundan las diferencias entre unas y otras. En la actual, uno de los grandes retos son los beneficios empresariales. El rosario de presentaciones ya ha terminado. Los maquillajes han abundado en los balances, pero el corifeo de intermediarios ha considerado que han sido mejores de lo esperado sin enjuiciar que han sido díébiles.
Hay coincidencia, aunque con base empírica dudosa, en comparar la crisis financiera y de mercados actual con la de 1998. Aquella fue un crash por entregas, dura y violenta. Los hedge fund que operan con divisas se dejaron más de lo que tenían en la crisis del rublo y se vieron obligados a vender activos en cadena y en todas las Bolsas del mundo. Es el otro lado de la globalización de los mercados, el giro a la inversa. Suben todas las Bolsas al alimón, pero tambiíén bajan al unísono. No se trata de mercados o activos concretos. Son movimientos generales basados en la matemática global y dirigidos por estos fondos.
Esa es la gran coincidencia entre una crisis y otra. La actual, no obstante, exhibe otro etiquetado. En la que se denominó como Crisis Rusa, los multiplicadores del momento superaban las 20 veces. Es decir, coincidió el fenómeno con una valoración excesiva de las acciones en casi todas las Bolsas del mundo. En la crisis financiera y de confianza actual, el PER está en teoría mejor soportado, porque se sitúa en la franja media histórica que apunta una valoración más razonable y sensata. Los buenos beneficios empresariales alcanzados sitúan este indicador en la actualidad en las 12 veces. Pero el miedo y la expectativa está en un deterioro de los beneficios durante los próximos años, que encarecerían los múltiplos.
Por eso, no conviene echar las campanas al vuelo y alardear de la abundancia de gangas, es decir, compañías que llegan a cotizar en Bolsa por debajo de su valor contable y, lo que es peor, que cuentan con perspectivas de futuro positivas, porque su negocio está al margen de la crisis actual. En la crisis de 1998, no hubo gangas sino cambio de timoneles. Por eso, la duración de los diferentes movimientos a la baja fue larga ¿Cómo será la actual? Y, lo que se me antoja más interesante ¿cómo definirán los economistas y estudiosos a la crisis actual cuando íésta sea superada y el mundo global entre en otro ciclo?
Moisíés Romero