El comunicado a la conclusión de la cumbre franco-alemana del martes, celebrada entre Nicolas Sarkozy y Angela Merkel contenía un compromiso para explorar la introducción del llamado “impuesto sobre transacciones financierasâ€, es decir, una recaudación de tipo reducido sobre el valor nominal de todas las operaciones, que se aplicará a las partes, probablemente en las operaciones derivativas, como los CDS.
Pero lo propuesta no quedó clara y no se definió exactamente cuáles serían los mercados afectados. El concepto de un impuesto sobre las transacciones financieras siempre ha sido uno de los recursos favoritos de los políticos en apuros. En versiones anteriores, fue el llamado “Impuesto Tobinâ€, por el premio Nobel James Tobin, quien propuso por primera vez la idea en 1972, poco despuíés del colapso del sistema Bretton Woods de controles globales sobre los cambios de divisa.
Es una idea que se tiende a retomar en ciertos momentos de estríés y que ya se planteó durante la crisis del sistema monetario europeo en 1992 y durante la crisis asiática de 1997/98. Por tanto, a nadie sorprende que en esta última crisis se haya vuelto a sacudir el polvo de este pernicioso concepto.
Existe una tradición sagrada entre los políticos que consiste en culpar a los especuladores grandes y malos; desde los “Gnomos de Zúrich†de Harold Wilson (aparentemente responsables de la Crisis de la Libra Esterlina de 1964), hasta el ataque del Primer Ministro malayo Mahatir sobre los fondos de cobertura en general y George Soros en particular.
Es mucho más fácil recurrir a esos chivos expiatorios que admitir que sus errores sobre la economía fundamental provocan la caída de una divisa o que se disparen los diferenciales de bonos de gobiernos.
¿Y por quíé no meternos con los bancos? Siempre han sido un objetivo popular y aún se mantienen las suspicacias tras haber admitido su papel central a la hora de perpetrar la mentira de los valores garantizados con hipotecas, que casi hundió el sistema financiero global.
Está claro que esta medida no sería muy dolorosa. De hecho, sería increíblemente satisfactoria para todos. ¿Excepto quizás para los propios banqueros?
La respuesta es “noâ€; no sería inocuo para todos. En primer lugar, de aplicarse dicho impuesto a los mercados financieros, (¿Pero cuáles de ellos? ¿Divisas? ¿Renta variable? ¿Deuda? ¿CDS?), se aplicaría la ley de las consecuencias imprevistas y la liquidez en estos mercados se reduciría de forma drástica, al reducirse seguramente el número de contrapartidas en estos mercados, así como su entusiasmo por celebrar operaciones grandes. Esto significaría, por ejemplo respecto de las divisas, que los “autíénticos†hedgers, los tesoreros de las empresas, por ejemplo, tendría que pagar unos precios mucho peores, lo que afectaría a la rentabilidad de la industria y no contribuiría en nada a la incipiente recuperación en Occidente. En algunas divisas incluso se volvería imposible encontrar precios de cobertura para CUALQUIER divisa a niveles viables.
Y a esto habría que añadirle el inevitable impacto sobre los beneficios de los bancos, con lo que supone respecto de la predisposición y capacidad de los bancos para conceder príéstamos a la industria.
Con lo cual, lo cierto es que un impuesto sobre los bancos, se acaba traduciendo rápidamente en un impuesto a sus clientes.
De hecho, no hay por quíé preocuparse porque, en realidad, cómo va ser aceptable políticamente un impuesto como íéste. Ya que afectaría gravemente al sector financiero europeo y generaría actividad en Nueva York, Singapur, Hong-Kong, etc. Si fuera meramente una medida de la eurozona, o incluso una medida de la UE, (aunque no cabe la menor posibilidad de que el R.U. firme una medida como íésta), será solo cuestión de meses que los mercados escapen de Europa para dirigirse a otros destinos más obvios y atractivos, con consecuencias desastrosas para los centros financieros de Europa.
Aunque si solo se llevaran a cabo en países de la eurozona, o en los bancos de la eurozona, está claro que Londres tambiíén se convertiría en uno de los grandes beneficiarios a los que me refería.