Por... Jesús González Pazos
Estamos en crisis; primera constatación. Pero esta vez no es una crisis periódica de las que continuamente recorren los llamados países empobrecidos; esta vez la crisis es estructural al sistema dominante, no coyuntural, y golpea no solo las periferias sino el centro del mundo “desarrolladoâ€, los países enriquecidos.
Las dimensiones de la crisis económica y financiera han descolocado a toda la clase política y día a día asistimos a declaraciones y medidas que dejan en absoluta evidencia que esa clase no sabe quíé hacer para dar con soluciones reales. Niegan a cada momento la profundidad de la crisis, cuando minutos despuíés los datos les desmienten. ¿Nos engañan o, realmente no saben lo quíé ocurre?. Evidencian tambiíén la total sumisión de la misma a los poderes económicos. Son íéstos los que marcan el paso y los que, con leves o fuertes empujones indicativos, orientan a la clase política hacia dónde quieren que se camine. Incluso llegamos al punto en el que algunos ricos se reúnen para decidir si graciosamente se suben los impuestos, mientras quienes gobiernan miran para otro lado ante esta opción posible: que paguen más quienes más tienen y mantienen la máxima contraria: que pague más quien menos tiene. El mundo al revíés, como la política, la íética y la solidaridad.
El resto de la población, la gran mayoría, asistimos con impotencia a la sucesión de los acontecimientos: o cruzando los dedos para que nuestro nivel de vida no se trastoque, más aún las mujeres en quienes vuelven a recaer de forma injusta los trabajos invisibles y gratuitos cuando los recortes llegan; o hundidos ya en el abismo de no llegar a fin de mes, de no poder afrontar pagos, hipotecas o, simplemente la canasta de la compra.
Nos hablan continuamente de grandes recetas, de impostergables medidas de ajuste, de la necesaria estabilización monetaria o del desconcierto de las bolsas y mercados. No entendemos casi nada, pero nos suponemos lo peor. Y, despuíés de ello, llega lo peor. Nos hablan de recortes en los gastos sociales, en educación, sanidad, en la renta social básica, en jubilaciones y pensiones o en la solidaridad y cooperación. Y eso si lo entendemos y se constata lo que hace tiempo presuponíamos; luego, no somos tan tontos y tontas como el sistema nos considera. Nos queda esto; no hemos perdido la capacidad de entender lo importante.
Para la mayoría de la clase política y para toda la clase económica esos son los gastos prescindibles. Son el comodín con el que jugar en su campo de juegos. Si la íépoca la consideran medio boyante, pueden ser condescendientes y aumentar un poco los gastos sociales (nunca lo justo); si son tiempos de crisis, inmediatamente se recorta en ellos. Porque luego están los gastos intocables; ¿alguien ha oído hablar en las importantes cumbres de ministros de economía o de presidentes y de los lobbys económicos, de la necesaria aplicación de recortes en los presupuestos de los ejíércitos y fuerzas y cuerpos de seguridad del estado (o de la autonomía), de la aplicación de impuestos al sector financiero (causante de la crisis), de la disminución de las dietas y sueldos de quienes dicen representarnos en las diferentes instituciones,…?. Pero, cuidado, no pensemos subversivamente, no ataquemos a las fuentes primigenias del orden reinante y establecido. Esos son temas tabú.
Y en este marco, la solidaridad, la cooperación con personas y pueblos que están en permanente crisis de vida, gracias al empobrecimiento al que el sistema dominante les ha empujado históricamente, tambiíén se considera un gasto social, por lo tanto, recortable. La mayoría de instituciones ya han entrado en la senda de la disminución de estos presupuestos o, directamente, su eliminación. La verdad, para hablar sinceramente, hay que reconocer que su justificación es fácil por parte de quienes toman estas decisiones: “si no hay para nosotros, cómo vamos a estar dando a otrosâ€. Y, posiblemente una parte importante de la población comparta rápidamente el argumento: primero mi casa y mi gente y luego… ya veremos si nos queda algo.
Pero hay que entender que la solidaridad, la cooperación entre personas y pueblos, no es estrictamente un gasto social; cuando menos, va más allá. Es un compromiso íético y político con la dignidad humana y con los derechos, con la igualdad y la justicia para toda la humanidad y, todo ello, para el mantenimiento de la paz y la superviviencia del planeta. Por lo tanto, no debería usarse la excusa de la crisis para recortar la solidaridad, la cual tiene una dimensión fija y deja de ser tal cuando acortamos las posibilidades de que íésta se plasme en la realidad diaria de las personas y pueblos. Incluso esa solidaridad, entendida como actitud de pensamiento y de acción global, puede aportar alternativas al sistema y crisis actual. Evidentemente, cualquiera podría aducir que la sanidad, la educación… tambiíén están sujetas a estos postulados; tendrá razón y, por ello debemos abogar igualmente. En suma, por que no paguemos la crisis quienes no la hemos provocado y por que se avance hacia la transformación de un sistema que se demuestra insaciable en su voracidad y que nos está empujando hacia el abismo, aquí y allá, a las mayorías del llamado mundo rico y del mundo empobrecido.
Septiembre-2011
Jesus González Pazos
Responsable írea Pueblos Indígenas