Hace unos días, la agencia de calificación crediticia Standard & Poor's rebajó la calificación crediticia de Grecia al estatus de bono basura, y el CDS del país heleno escaló más allá de los 800 puntos, hasta niveles similares a los de naciones como Argentina y Venezuela. Desde que empezó todo, son muchas las voces que han señalado que la nación helena lo tendría más fácil si estuviera fuera de la zona euro y mantuviera el dracma. Pero, ¿hasta quíé punto podría escapar de la influencia de la moneda única?
Los que defienden esta hipótesis, afirman que si aún existiera el dracma, Grecia habría sido capaz de poner en marcha una política fiscal que se ajustara a sus necesidades domíésticas sin depender de los mercados de deuda internacionales.
Sin embargo, lo cierto es que el país mediterráneo ya dependía del eurogrupo para financiarse, ya que antes de unirse en 2001, la gran mayoría de su deuda estaba denominada en divisas distintas al dracma, sobre todo en euros.
Seis años antes de incorporarse a la eurozona, sólo el 27% de los bonos griegos era en divisa local. A finales de 2000, la cifra era aún más significativa: por aquel entonces, el 79% del papel colocado era en euros, frente a sólo un 8% en dracmas, señala el Consejo de Relaciones Exteriores estadounidense (o Council on Foreign Relations, institución independiente que provee estudios sociales, geográficos y económicos desde 1921).
Demasiada dependencia
Así, incluso aunque Grecia hubiera permanecido fuera de la zona euro, su dependencia de la financiación denominada en la moneda única sólo hubiera seguido incrementándose. La posibilidad de depreciar el dracma apenas hubiera marcado la diferencia, sólo hubiera acelerado la subida del ratio de deuda sobre PIB del país heleno, según la institución.
"El hecho de que el euro no es una divisa óptima para Grecia o cualquier otro país europeo no es el problema. El verdadero problema es el excesivo endeudamiento en divisa extranjera, algo que es una realidad en este país desde el siglo XIX", sentencian desde el CFR.