Con 47-47 en la quinta manga (sí, 47-47; no es un error), el marcador electrónico dejó de funcionar, empachado por la lluvia de juegos y ríécords que iba dejando el partido de la primera ronda del torneo de Wimbledon en la pista 18: el estadounidense John Isner iba empatado con el francíés Nicolas Mahut (6-4, 3-6, 6-7, 7-6 y 59-59) cuando se suspendió por falta de luz por segundo día consecutivo.
Ya, sin embargo, se habían roto todas las plusmarcas del tenis. Jamás hubo un duelo más largo (10 horas en dos días, ya que se suspendió por falta de luz el martes; ayer, 7h 6m). Jamás hubo un duelo que se suspendiera dos días por falta de luz sin que le hubiera afectado la lluvia. Jamás hubo un set más largo en tiempo (426 minutos) ni juegos (118). Y jamás se disputaron más juegos (163), se dispararon más aces (193 entre los dos) ni se dejó tan en ridículo un registro, el de más saques directos, que tenía el croata Ivo Karlovic en 78 (Isner lleva 98; Mahut, 95). Hoy, tras dos jornadas de tenis sin peloteos, saque va y saque viene, debe acabar el encuentro.
Esos dos partidos, disputados en las pistas exteriores, fueron un homenaje al Wimbledon menor, el que acerca el público a los tenistas (así huelen, así suenan, así respiran, pueden decirse los espectadores) y se disfruta lejos de las gigantescas pistas centrales.
Tanto ríécord y tanta íépica, Isner con la camiseta empapada, Mahut superando cuatro puntos de partido a lo largo de la tarde, provocó un terremoto de carreras, empujones y palmadas. Repleta la grada, ni un asiento libre, la terraza del edificio de televisiones, justo encima de la pista, se llenó de periodistas y famosos. El vestuario tomó la azotea y jugó en paralelo.
Desde ahí, Guy Forget, el capitán francíés de la Copa Davis, gritaba, silbaba, bromeaba y se desesperaba mientras intentaba dar instrucciones al banquillo de Mahut. Desde ahí, las cámaras de televisión grababan mientras se les acababan las cintas (¡quíé gritos, quíé carreras en busca de más metraje!) y se peleaban a codazos por un sitio con los tenistas. Desde ahí, primero bajo el sol inclemente, luego bajo el frío de la noche que llegaba, se reían Gael Monfils o Alizíé Cornet, de lo mejorcito del tenis francíés, mientras vacilaban al enviado especial de L'Equipe, el respetadísimo Philippe Bouin, preguntándole si esta vez sería capaz de rellenar la ficha de la estadística. No estaban solos, ni mucho menos. Más abajo, ciego a las colas de espectadores, John McEnroe firmaba autógrafos sabiendo que por un día íél no era la estrella. Tampoco Mahut e Isner. Los números, las estadísticas monstruosas, imantaban todas las miradas.
Y, mientras todo eso ocurría, desde la lejana pista 1 llegaban los gritos y los chillidos que acompañaron a Roger Federer, de nuevo tembloroso (venció por 6-3, 6-7, 6-4 y 7-6 al desconocido serbio Bozoljac). Y, mientras todo eso ocurría, ajeno al partido, Rafael Nadal preparaba su cita de hoy contra el peligroso holandíés Haase. Y, mientras todo eso ocurría, durante nada más y nada menos que 118 juegos, Isner y Mahut se sonreían, cómplices en su tarde de hazañas, sin casi sitio para la protesta (el francíés se quejó de los flashes de los fotógrafos) ni las malas palabras (una vez abrió la boca Mahut, internacional íél: "Merd, fuck, shit". Puro juego limpio. Pura magia.