Por…  Arturo  Guerrero

Por milenios la historia duraba siglos, décadas. Emperadores seguían mandando desde tumbas de piedra, se veneraba a sabios ancianos, había cánones en los órdenes del arte. Hoy no. Hoy la historia caduca antes de la muerte de sus protagonistas. Sus períodos son suspiros.

Una mujer de cincuenta años cree que el 9 de abril fue “el día en que mataron a Belisario”. Adolescentes, que no vivieron la Guerra Fría, consideran que el único valor justificativo de la vida es el dinero. El Che Guevara es para ellos un diseño para engalanar camisetas, ingeniado por diseñador exitoso.

La miopía se apodera del cerebro humano, cada vez con mayor insolencia. La primera década del siglo XXI es apenas una bruma donde no existía Lady Gaga . La pantalla del iPhone trae en instantes el dato urgente, de modo que Yasser Arafat es un personaje tan desueto como Gengis Kan . Ambos aparecen fichados en idéntica obsolescencia. Los dos sirven para lo mismo: nada.

Cada muchacho crea un mundo a partir del toque de su índice y pulgar. Basta resbalar el tacto sobre la transparencia mágica, para que íntegro el transcurso humano se despliegue como ficción. En esta película el contenido se homogeniza, los siglos desaparecen, el presente es omnipotente, el futuro se forja con un clic.

Las dimensiones se trastocan, las proporciones se salen de madre, omnipotencia y ubicuidad son atributos de estos superhéroes contemporáneos. Son protagonistas que no necesitan antecedentes, tienen en su horizonte a Marte, quieren llegar primeros a la conquista de las conquistas.

Los jóvenes están inventando la humanidad, son diosecillos que juegan con barro de silicona, amasan planetas y criaturas nunca antes fantaseados. En su osadía no admiten modelos, pues la plana está limpia y ellos sacan del cubilete formas, colores y texturas inéditas. La historia es estorbo, ni siquiera merece el esfuerzo de una revisión.

¿De qué sirven los libros, hechos de ese vetusto material que llamaban papel? ¿Qué tienen para enseñar héroes y cantores clásicos, incapaces de custodiar fronteras con aviones no tripulados? ¿De qué aprovecha conocer manos de artesanos, cuando ahora máquinas impresoras escupen repuestos como antes copias de hojas?

La historia caducó, ni siquiera la enseñan en secundaria. No hay tiempo más que para rivalizar hacia adelante.

Suerte en sus vidas…