Por… Elbacé Restrepo |
Según el DRAE, un limosnero es un ser caritativo, inclinado a dar limosna, o que la da con frecuencia. Pordiosero es el que la recibe.
La última vez que tomé café bajo los samanes de Ciudad Bolívar, además de compartir el rato con mis amigos, lo hice también con un desfile de mendigos. Más de diez en media hora pidieron para el pasaje, para comer, para una fórmula médica, para un entierro y hasta para el vicio.
No quisiera sonar injusta ni indolente, pero los pordioseros son una realidad incómoda. A nadie le gusta almorzar en un sitio público mientras afuera alguien espera para calmar su hambre con las sobras.
Dar limosna es una práctica frecuentemente confundida con solidaridad y con don de gentes que limita con alcahuetería, porque además de ser un problema social, la mendicidad es un negocio. Diversos estudios han demostrado que pedir es más rentable que ganarse un salario en una empresa, sin trabajar, sin cumplir horarios, sin jefe y sin deducciones de nómina. ¡Lo más de rico!
Antes, los pordioseros pedían una moneda o algo de comer. Ahora, además, venden chicles, hacen malabares, vomitan fuego, limpian vidrios y acomodan carros. Aunque para el Dane estas prácticas caben en la categoría de empleo informal, no dejan de ser una forma de mendicidad, a veces invasiva y atemorizante.
Tampoco se quedan por fuera los desplazados que piden de casa en casa, vaya uno saber si lo son o si aprovechan para pescar en río revuelto. Y los de los centros de rehabilitación de drogadictos, vendedores también de bocadillos y bolsas para la basura, que si no se les compra mandan el guascazo: “Madre, ¿me colabora con ropita usada o con una pastica de jabón? O con un billetico, no importa que sea de diez mil”.
Un amigo que estuvo en Ecuador se sorprendió porque, siendo ese un país más pobre que Colombia, no hay mendigos en las calles. Aquí, la proliferación es nacional. A la falta de oportunidades laborales tenemos que agregarle que muchos han incorporado a su modus vivendi la ley del menor esfuerzo. Es más fácil hacer piruetas en una esquina que madrugar a trabajar, con el agravante de que, bajo el disfraz de pordioseros, se ocupan en oficios menos lícitos, como explotación y prostitución infantil bajo la modalidad de alquiler por parte de los padres, que se aseguran así la dosis personal del día; venta de drogas y hasta concierto para delinquir, porque donde haya más de tres, póngale ojo a la atracada.
Entre todos forman un colectivo que vive del bolsillo ajeno a punta de estribillos lastimeros, estereotipados y a veces también conmovedores.
Hay algunas entidades que se ocupan de ellos, pero son tan discretas que ni las conocemos. Hacerse más visibles, más sonoras y enseñarnos a canalizar ayudas sería de mucha utilidad.
Cada quien tiene su grupo de mendigos propios o de confianza, ancianos o impedidos físicos entre los preferidos y, por supuesto, cada quien determina si regala su dinero o no, pero no es nada conveniente favorecer la propagación indiscriminada de ellos sólo como una manera fácil de expiar culpas y alivianar conciencias.
Suerte en su vida y en sus inversiones…