Uno de los problemas a resolver para los teólogos de todos los tiempos siempre ha sido, entre otros, el misterio de la Santa trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un sólo Dios. Parece difícil de resolver. Pero no sólo la religión tiene este tipo de dilemas, la economía también.
Desde el punto de vista económico todos respondemos y queremos cosas diferentes según la personalidad que adoptemos. Cuando somos consumidores queremos precios baratos, cuando somos capitalistas queremos altos rendimientos y que nuestras inversiones siempre se revaloricen. Cuando adoptamos el papel de trabajadores queremos los mejores beneficios sociales. Somos consumidores, capitalistas y trabajadores, tres en uno. Podría ser la Santa Trinidad de la economía. El problema es que aparentemente son tres personalidades incompatibles. Estamos en contra la deslocalización pero queremos precios baratos, queremos precios baratos pero con un alto sueldo y muchas ventajas sociales, queremos mantener nuestros altos sueldos pero no dudamos en invertir en acciones de la competencia si ésta descubre un producto sorprendente o aumenta sus beneficios.
El problema de esta Santa Trinidad Económica es que siempre se enfoca desde un punto de vista estático y particular, no se ve como lo que realmente es: un todo llamado emprendedor. El hombre que actúa siempre es un emprendedor, mejor o peor, pero siempre ha de decidir de entre todas las opciones la mejor, o más concretamente desestimar las peores.
En el momento que el hombre actúa y busca la más alta de sus utilidades no está negando sus otras personalidades económicas, sino afirmándolas. Trabaja e invierte para conseguir precios más baratos. No es por una conciencia plena de productividad consecuente, sino para saciar su felicidad material futura. El trabajo, la inversión y el consumo son herramientas que ha de articular el hombre emprendedor o, como decimos en economía, el empresario, para llegar a un fin determinado: la felicidad material a la que jamás se llega ya que nuestra felicidad no conoce fronteras, siempre queremos lo mejor para nosotros y nuestros allegados. El empresario, en el lenguaje común (el que tiene una empresa, desde un quiosco hasta una multinacional), también ha de trabajar, invertir y consumir. Ninguna de las tres acciones van en detrimento de las otras sino que las reafirma para llegar a su objetivo: el máximo beneficio, la máxima felicidad material.
En el momento que consideremos que alguno de nuestros tres “yo” siempre corre a expensas de los otros, en ese mismo momento negamos nuestra felicidad material. Podemos pensar que en realidad cuando pedimos beneficios sociales sindicales no caemos en una incongruencia y maximizamos nuestro bienestar, pero al hacerlo, provocamos, como es lógico, que otros también las pidan, y éstas son las que nos repercutirán negativamente sobre nosotros. De seguir por este camino sólo crearíamos una guerra, un estado de caos económico, el de todos contra todos. No hay relaciones económicas voluntarias y consentidas, sino luchas políticas entre unos y otros. La armonía se rompe para ser remplazada por la lucha y la dependencia de unos a otros. Ya no vivimos en relación a nuestros esfuerzos y logros, sino a expensas de los rendimientos de otras personas.
La ventaja de la economía, al ser una ciencia social, es que puede verse reflejada en nuestros actos no económicos. En nuestra vida social no esperamos que sea el estado, los sindicatos o la patronal quienes nos hagan los amigos por nosotros, sino que sabemos que nos los hemos de ganar con nuestro esfuerzo. No tendría sentido que un sindicato impusiera una cuota de amigos por persona para conseguir la igualdad. Tampoco tendría sentido que el estado hiciese una redistribución equitativa de las notas universitarias. Si un universitario consigue un 7 en un examen, quitarle dos puntos para dárselo al del 3 (consiguiendo los dos así una nota de cinco), crearía una injusticia innecesaria.
Nadie nos ha de “regalar” la felicidad material a expensas de otras personas, porque tal acción no es un regalo sino un robo que tarde o temprano tendremos que pagar con nuestro esfuerzo para otorgarlo a otro a cambio de nada. Hemos de ser nosotros quienes consigamos nuestros beneficios, de lo contrario estaremos dando respuestas erróneas y confusas a nuestra Santísima Trinidad Económica creando injusticias que todos sufriremos.