Por… Elbacé Restrepo
No. No es lo que están pensando. Dejemos quietas a esas muchachas y ocupémonos hoy de otro tema bien distinto, aunque también muy doloroso.
El síndrome prepago, o mejor qué pago, es el conjunto de síntomas característicos de la enfermedad más común de todas cuantas se conozcan: la “limitación monetaria permanente”, también conocida como estrechez, necesidades básicas insatisfechas, penurias y pobreza extrema, en el límite de la miseria. El malestar es tanto físico como emocional y suele incrementarse el día del pago. La manifestación más común es la indecisión: ¿mercar o pagar los servicios?
El síndrome es sufrido en Colombia por aproximadamente cuatro millones de trabajadores que devengan el salario mínimo, siempre bienvenido, obvio, pero no aumenta, no estira, no alcanza y no hace milagros.
También afecta, y muy duro, a la clase media. No lo sufren porque no les pagan, pero agonizan sin remedio, los que viven más tirados que a la jura, porque no pertenecen a la nómina de ninguna parte.
Son inmunes los altos ejecutivos de las grandes compañías, que no tienen que pensar en minucias; los mafiosos y los negociantes ilegales, que les llueve a diario, y no precisamente agua.
Duele y deprime la impotencia de no saber cómo ni con qué solucionar las necesidades apremiantes. El “paciente” experimenta una sensación de angustia que se manifiesta en la boca del estómago y produce desaliento. Se amarga la saliva y las palabras no fluyen. La sonrisa no aparece y el ceño fruncido se congela. El cerebro procesa todo el tiempo obligaciones vs capital disponible, pero el resultado siempre arroja saldo en rojo y la mirada denota una preocupación directamente proporcional a la diferencia.
El sueldo mensual tiene que repartirse entre muchos gastos fijos: el mercado, el arriendo o la cuota de la casa; los pasajes; los servicios públicos; los abonos a las deudas, porque ah poquitos que no las tienen; la educación, la recreación, que no debería ser un lujo; y los imprevistos, que no faltan. Entonces se compra menos leche, mucho arroz, cero frutas y? ¡recuerdos a la carne!
El incremento del salario mínimo -qué risa- es una payasada que debería obviarse. El tutainazo decretado para la clase trabajadora nunca sube, y nunca subirá, del inicuo 3 por ciento, por razones económicas y técnicas que un corazón angustiado no puede entender, pero sí entiende que esta sociedad está diseñada para producir riqueza y acumularla en manos de quienes ya la tienen.
A propósito del tutainazo, se me atraviesa una espina en la garganta: ¿qué razón hay detrás de la fecha de las negociaciones del mínimo? ¿Por qué en diciembre? Debe ser porque los trabajadores están adormecidos con la prima, las vacaciones y el aguinaldo, pero cuando se acaba el dulce, que dura lo mismo que un estornudo, vuelven a poner los pies sobre la tierra y aparece otra vez la realidad con sus dolores, angustias y necesidades. ¿Y los representantes gremiales? Ah, bien, muy acomodados, gracias. Así no hay medicamentos que valgan ni síndrome que se cure.
Suerte en su vida, la vamos a necesitar…