Por… Óscar Tulio Lizcano
Estaba convencido de que China se convertiría en la primera potencia del siglo. Tras leer artículos de estudiosos de la geopolítica, esa percepción ha cambiado. Leí, por ejemplo, al escritor húngaro George Friedman, autor del libro Los próximos cien años.
Friedman es la cabeza del centro de reflexión geopolítica Strategic Forecast, considerado la CIA en la sombra, que trabaja para gobiernos y corporaciones empresariales del mundo. Desde allí se pronostican acontecimientos que alterarán el mundo en el futuro. Con argumentos contundentes y serios desvirtúa el ‘síndrome de la China’. En su relato, asegura que surgirán otras potencias: Turquía, Polonia y, para sorpresa, México.
Friedman identifica objetivamente las tendencias desde lo geopolítico, tecnológico, democrático, cultural y militar. China tiene la cuarta parte de la población mundial; su economía ha crecido espectacularmente en los últimos 30 años, un crecimiento sin fin, que augura problemas políticos y sociales; este, además, ha sido un país históricamente inestable y con desarrollo económico desigual: existe un aumento de la riqueza en la costa, mientras que una inmensa mayoría de los que viven en el interior, siguen siendo pobres.
Las decisiones económicas se toman por razones políticas, que se revierten en ineficiencia y corrupción. China parece ser un país capitalista, pues los mercados no determinan la asignación de capital; los créditos, por ejemplo, son decisión de quienes están en la dirección del Partido Comunista.
Los ingresos que generan las exportaciones no son suficientes, pues China vende a bajos precios, pero eso significa que tiene menos ganancias. La empresa recibe una enorme cantidad de dinero, pero lo gasta con rapidez. Friedman señala que cuando haya una desaceleración económica y el dinero deje de fluir, colapsarán el sistema financiero y las empresas, y por ende el tejido social, causando inestabilidad política.
La xenofobia tampoco favorece a la superpotencia. Al igual que Mao culpó a los inmigrantes de la debilidad y la pobreza de China, el Partido Comunista los culpará, una vez más, de los problemas económicos que podrían presentarse. Hay que recordar que el régimen de China se basa en una enorme burocracia y el gigante militar, haciendo cumplir la voluntad del Estado y del Partido Comunista.
El mapa de China constata que es un país aislado: no está rodeado de agua, pero sí de territorios inaccesibles. Tampoco es una potencia naval importante, como EE.UU., que domina por completo un continente a través de los mares y es invulnerable a la invasión. El país americano ha participado en guerras, pero nunca ha sufrido en su territorio, mientras que otros países han perdido tiempo recuperándose, la primera potencia ha crecido gracias a ellos. EE.UU. está poco poblado, el promedio de habitantes por kilómetro cuadrado del mundo es de 49, el de Japón es de 338, el de Alemania 230 y el de Estados Unidos es de 31. Si solo comparamos la población con relación a las áreas cultivables, tienen cinco veces más tierra por persona que Asia y tres veces más que el promedio mundial.
Friedman concluye que el poder en el siglo XXI lo seguirá teniendo EE.UU., exponiendo cinco puntos: su dominio militar; control de los accesos marítimos evitando ser invadido; dominio total de los océanos para el control del comercio internacional; el miedo de otras naciones de desafiar su poder; y la eliminación de toda amenaza por parte de cualquier potencia occidental.
Y concluye señalando que en los próximos cien años el poder de los EE.UU. será tan extraordinariamente abrumador, que dominará el mundo a lo largo del siglo aunque genere hambre, sangre y dolor, con las guerras que promueva. Habrá entonces otros Vietnam, Kosovo, Afganistán e Irak, en lugares y momentos inesperados.
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