Por… Beatriz De Majo C.
Se ha vuelto un hecho corriente y notorio el despliegue de fuerzas de orden público y los equipos policiales antimotines en ciudades como Beijing y Shanghai.
Y es que mientras el gobierno central desarrolla estrategias de toda índole para contener el alza de los precios, los ciudadanos se sienten avasallados por la carestía de la vida. El tema se ha vuelto tan sensible que el solo anuncio de la intención de incrementos de precios por parte de algunas empresas proveedoras de bienes de consumo básico ha generado importantes multas por el delito de generación de pánico social. Los analistas de los fenómenos asiáticos le asignan a la inflación anual de precios al consumidor, que alcanzó en mayo un 5,5% anualizado, la responsabilidad esencial en el descontento social que se ha empezado a manifestar de manera violenta en las grandes urbes.
Cuando el índice de precios del sector alimentario sobrepasó en mayo, igualmente, el umbral del 11,7% en los últimos 12 meses, había razones de mucho peso para preocuparse. Sobre todo si se considera que la comida representa un tercio del egreso de los hogares.
Las razones de la escalada en los precios, una variable que los gobiernos chinos consiguieron mantener a raya en las pasadas décadas de crecimiento, son variadas.
Algunas tienen que ver con el incremento mundial de los precios de los productos básicos. Otras están relacionadas con el desabastecimiento que ha sido motorizado por el propio vertiginoso crecimiento. Es que China tiene apenas 0.089 hectáreas de tierras cultivables per cápita y solo 2.134 metros cúbicos de agua renovable, siendo estos los más bajos indicadores del mundo entero. Pero si ello se acompaña con una población laboral joven en vías de encogimiento se entiende que el panorama que yace frente a los ojos de los chinos no es alentador.
El segmento de la fuerza laboral comprendido entre 15 y 25 años está hoy estrechándose al doble de la velocidad que el Japón.
Hay otras razones que también son gasolina para el incremento de los precios.
Uno es el crecimiento masivo de los créditos al consumidor y el otro tiene que ver con los aumentos de los salarios que en algunos sectores ha escalado 20, 30 y hasta 40%, sin que ello se corresponda con un equivalente impulso a la productividad.
El Banco Central viene observando con detenimiento el deterioro de la calidad de vida y ha terminado por incrementar, por novena vez consecutiva, la proporción de las reservas bancarias buscando reducir el circulante. También por cuarta vez desde octubre, las tasas de interés han sido revisadas al alza para generar captación de recursos del público y contribuir a disminuir la liquidez en manos de los chinos. Los resultados no se ven y muchos dan la batalla por perdida. Pero lo que sí es un hecho es que estos desbalances son la consecuencia natural de una economía desenfrenadamente expansiva.
No se ve alivio a este drama social ni en el corto ni en el mediano plazo, porque las soluciones a cada variable son costosas y complejas.
Mientras tanto, las fuerzas del orden público van a seguir, cautelosamente, recorriendo las calles en las grandes ciudades chinas.
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