Muy poca gente lleva sombrero hoy en día. En cambio, hace apenas 6 o 7 décadas el uso de esta prenda estaba muy extendido. Protegía del sol, del frío e incluso de la lluvia de casi todos los viandantes. Incluso servía para marcar estatus social.
¿Qué pasó para que dejáramos de usarlos? Pues que dejamos de caminar por la calle y empezamos a desplazarnos en automóvil. Protegidos dentro de nuestros vehículos el sombrero se convirtió en un estorbo innecesario. Al principio solo unos pocos privilegiados utilizaban el coche. Estos dejaron de usar sombreros y empezaron a marcar tendencia. Usar sombrero pasó a ser visto como un indicativo de pertenencia a una clase humilde o ser “de pueblo” y su uso quedó relegado.
Cuando surgió la industria del automóvil, pocos hubieran predicho su efecto sobre los sombreros. Y cuando esto ya estaba sucediendo, la propia industria tampoco entendía la “moda de ir sin sombrero”.
El mundo no para de cambiar y la tecnología cambia la forma en que vivimos y los productos que necesitamos. Todo inversor “Value” debe intentar comprender estos cambios por encima de los vaivenes de las cotizaciones, pues son estos los que marcan el valor de las empresas en el largo plazo.
Ahora mismo la industria del automóvil está cambiando. La tecnología eléctrica va a hacer su entrada y con ella muchas otras cosas se verán afectadas.
Adivinar que empresas automovilísticas saldrán vencedoras en este cambio es bastante complicado. Todas compiten con todas y lo más probable es que ninguna sea la clara vencedora.
Pero alrededor de la industria del automóvil giran muchas otras industrias y algunas van a ser las claras perdedoras.
¿Qué futuro tiene las empresas comercializadoras de combustibles? Si triunfan los coches eléctricos su futuro será cada vez más pequeño.
Aceites de motor, catalizadores, bujías, turbos, cambios de marcha. Todos estos productos que alguien fabrica pueden quedarse en los museos en unos pocos años. Aquellos que los fabrican tendrán que reinventarse o desaparecerán.
Por el contrario nuevas industrias y modelos de negocios van a surgir. El más evidente es el relacionado con las baterías, y también las compañías eléctricas verían sin duda aumentada su facturación. Pero puede haber otros menos llamativos aunque no por eso menos prometedores.
Los fabricantes de componentes eléctricos van a ser unos de los grandes beneficiados. Un coche eléctrico es algo más que un motor conectado a una batería. Necesita mucha electrónica de potencia para regular eficientemente el suministro y la recarga de electricidad. Esta es una industria madura -es una tecnología parecida a la de los trenes eléctricos- con unos jugadores bien establecidos, que van a ver como su mercado aumenta enormemente de tamaño.
Las restricciones de consumo de los nuevos coches pueden suponer un cambio en los materiales que se van a utilizar para reducir el peso de estos, o cómo van a ser los neumáticos para disminuir la resistencia de rodadura al máximo.
Pero quizás lo más interesante se produzca en cómo va a cambiar nuestra forma de vida. Quizás los viajes de media distancia en coche se hagan más raros, y se opte más por el viaje en tren combinado con el alquiler de un coche eléctrico en destino. Compañías ferroviarias y de alquiler de coches podrían salir beneficiadas.
Si los tiempos de recarga de los coches siguen siendo tan largos, recargar en la calle por la noche puede no ser una opción viable. Esto podría aumentar la demanda de párkings en las ciudades.
Los grandes túneles, como el Eurotúnel, son ferroviarios debido a que la emisión de gases de los coches haría muy difícil su ventilación. Quizás veremos la proliferación de estos. También es posible que se cree una red de calles subterráneas en varios niveles en las ciudades, dejando la superficie para peatones y espacios verdes.
Quizás entonces volvamos a utilizar sombreros.
Grandes cambios, grandes oportunidades para quien mire el mundo con suficiente atención y curiosidad.