Por Santiago Corvalán
“Por favor no lea esto”, rogaba el cartelito desde una vieja pared de un añoso edificio por donde cada día pasan miles de santiagueños. A simple vista parecía una publicidad engañosa, pero nada más lejos de la realidad, como lo pudieron comprobar todos aquellos que se atrevieron a desafiar la advertencia inicial. Abajo del título, con letras más chicas, el avisito intentaba dar una lección de humanidad: “¿Usted sabe en qué mundo vive? En la actualidad, centenares de niños sufren de hambre y de falta de contención social, mientras la gran mayoría mira para otro lado. Cada hora, un hombre o una mujer quedan sin trabajo y sin el pan para alimentar a su familia, con la excusa de que la crisis económica mundial globaliza también las penas y las miserias de la gente. En lo que dura una publicidad en la TV en horario central, decenas de personas se suman al cada vez más populoso grupo de los que tienen sus Necesidades Básicas Insatisfechas y, en este preciso momento, en el que usted ya se cansó de leer estas líneas, miles de chicos han dejado de jugar y de estudiar, y se pusieron a trabajar junto a sus padres para no fenecer en el intento”. Y es, precisamente, en esta parte del texto del cartelito donde los lectores se preguntan: “¿Pero, por qué no querían que leyéramos el cartel?”, y la respuesta, un poco más abajo, explicaba lo que costaba entender: “Si pese a la advertencia inicial, usted continuó leyendo estas líneas, pueden ocurrir dos cosas: una, que usted sea una persona comprometida con la realidad que maltrata a todos y que desde su lugar aporta un granito de arena para aliviar el dolor ajeno (y propio), o, la otra, es que conozca todos estos datos nefastos y siga sin hacer nada para ayudar a quienes realmente lo necesitan y los siga ignorando. Si está en este último grupo, siéntase usted el destinatario del título del cartelito, ya que no queríamos sumar a otra persona en el grupo de los inoperantes, insensibles e irresponsables de siempre”. Al terminar de leer el cartelito, llegué a la Redacción y me puse a escribir estas líneas, mientras recordaba cómo uno de los aduladores de siempre arrancaba a los tirones el avisito de la vieja pared del añoso edificio. Para todos aquellos que se atrevieron a leer el cartelito, y que después pensaron en cómo ayudar, esta posdata, Santiago.