Por Alberto Benegas Lynch (h)
La primera mandataria (que, desafortunadamente actúa de modo reiterado como si fuera mandante) acaba de encomendar a los productores rurales que “se olviden de la especulación” lo cual también expresó respecto a la persistente corrida al dólar (lo único que le faltó decir es la tristemente célebre frase: “el que apuesta al dólar pierde”).
En esta nota dejo de lado las trifulcas en nuestro medio por el revalúo inmobiliario, la presión fiscal, la ausencia de los principios elementales de federalismo y la creciente depreciación del signo monetario local, para centrar mi atención principalmente en el significado de la especulación.
A pesar del sentido peyorativo que se le atribuye, en el contexto sociológico, especular se refiere a la conjetura de pasar de una situación menos satisfactoria a una que proporciona mayor satisfacción. En otros términos, alude a la acción humana. No hay sujeto actuante que no sea especulativo, se trate de una acción ruin o sublime. El que se acuesta a la noche, si no es un suicida, está especulando con amanecer con vida. La madre que cuida a su hijo está especulando con su buena salud. El que estudia especula con recibir el título. El que asalta un banco está especulando con que le salga bien el atraco. El que escribe un artículo está especulando con que resulte claro. El que entrega recursos a un necesitado está especulando con la sonrisa del receptor (o con la oportuna fotografía, según el caso). El que vende un bien está especulando con una ganancia y así sucesivamente.
En el proceso del mercado, es decir, las votaciones diarias en el plebiscito que se lleva a cabo a través de compras y abstenciones de comprar, se asignan recursos según quienes sean capaces de satisfacer las demandas de la gente. Consiguientemente, los cuadros de resultados premian con márgenes operativos a los que dan en la tecla y castigan con quebrantos a los que yerran. Desde luego que esto no ocurre cuando irrumpen los amigos del poder, esto es, los empresarios prebendarios que explotan a la gente. Esto se traduce en una especulación de la misma naturaleza que la de los asaltantes, lo cual fue denunciado desde la época de Adam Smith (que incluso desconfiaba de muchas cámaras empresariales en las que se “conspira contra los intereses del público”).
Hoy tiene lugar un debate sobre el rol del periodismo dado la degradación de esas funciones vitales vía los “militantes” que son meros megáfonos del poder de turno. En esta línea argumental, se ha sostenido que los periodistas que critican a los gobiernos del momento “son también militantes que especulan con el fracaso de la administración”. Esta aseveración desconoce por completo lo que significa un periodista, cuya misión central es precisamente controlar y criticar al Leviatán. Por otra parte, la utilización de esa expresión tan desagradable de “militante” nunca puede caberle a quienes pretenden transparencia y limitación en las funciones del poder político puesto que la palabra proviene de militar, de organización vertical que es lo contrario de lo que realiza el periodismo independiente (un pleonasmo, pero, dada la situación vigente, vale el adjetivo).
En resumen, vociferar contra la especulación es lo mismo que oponerse a la acción humana. Como bien ha dicho Ludwig von Mises en el terreno económico, “los especuladores asumen riesgos y mejoran la eficiencia al adelantarse a los acontecimientos”.
Suerte en sus inversiones…