Póngase a cubierto, viene otro tsunami de pésimas noticias procedentes del sistema financiero norteamericano. No digan que no les avisé. El estallido de la crisis financiera global nos cogió desprevenidos. Basta con bucear en internet para descubrir cómo a mediados de marzo de 2007 alguno de nuestros gurús patrios auguraba en público que la liquidez exuberante duraría, al menos, hasta la primavera del 2009. Escasos 20 días después, el segundo banco de hipotecas subprime de EEUU, New Century, quebró y desencadenó un proceso de desconfianza que culminó con la intervención conjunta de los principales bancos centrales el 9 de agosto de 2007, fecha oficial del inicio de la crisis subprime.
Sin ser gurú ni aspirar a serlo, sugiero que apunten otra fecha en el calendario de las catástrofes financieras globales: viernes, 20 de junio del 2008. Ese día se confirmó lo que ya era un secreto a voces: las dos principales aseguradoras de emisiones de bonos (monolines), MBIA y Ambac, perdieron la calidad de rating (calificación de confianza) máximo. Antes habían perdido la credibilidad de los mercados, sus acciones ya habían caído en menos de un año un 93% (MBIA) y un 97% (Ambac). Si hace un año tuvimos que aprender que subprime es un crédito que algunas entidades financieras concedieron a quienes difícilmente podían devolverlo, ahora hemos de aprender qué es una monoline.
Las Empresas pueden financiarse de varias formas, sean créditos, ampliación de capital o emisión de instrumentos de renta fija, como los bonos. Emitir bonos es como pedir crédito a terceros que no son entidades financieras. A cambio, la empresa emisora abona una cantidad periódica, normalmente fija (cupón), y al finalizar el periodo pactado devuelve la cantidad tomada en préstamo. Cuanto más sólida y creíble es la empresa, menos ha de pagar por el dinero captado. Y los medidores oficiales de esa credibilidad son las agencias de rating (Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch) que cualifican las emisiones.
De nuevo aparece la creatividad de los chicos de Wall Street (y el poco rigor de la Reserva Federal con los nuevos y sofisticados productos financieros). Algunas emisiones de bonos norteamericanas han sido respaldadas por estas aseguradoras, de forma que a la credibilidad de la empresa le unían la credibilidad de las monolines, avalando la emisión y respondiendo en caso de impago de la empresa emisora.
Ahora que los que avalan han perdido casi todo su valor en bolsa y sus máximas categorías de rating, deben revisarse las emisiones avaladas por ellos. Fondos de pensiones, fundaciones, administraciones y entes públicos, fondos de activos conservadores… tendrán que desinvertir, ya que no pueden mantener inversiones que no tengan la máxima calificación. Las próximas semanas habrá una crisis severa en el mercado de bonos por acumulación de posiciones forzadamente vendedoras.
El incremento de la morosidad de las hipotecas subprime en EEUU contaminó hace un año al sistema financiero mundial por la creatividad de la banca de inversión y el escaso rigor de las agencias de rating y de algunos reguladores. De nuevo, los mismos actores van a llevar al ya dañado sistema financiero mundial a una nueva crisis. No es que las empresas emisoras de bonos no puedan hacer frente a sus obligaciones sino que lo que se valoró con solvencia máxima puede no tenerla. Más desconfianza, más destrucción nominal de activos (superior a 125.000 millones de dólares) y más problemas en la banca norteamericana.
¿Afectará todo esto en España? Pues como lo ha hecho la crisis subprime. Directamente solo a quienes actúan en los mercados globales de bonos. Pero, en general, poco, pues el Banco de España y la gran mayoría de las entidades financieras españolas han hecho muy bien sus deberes y nuestro sistema financiero es de los más sólidos del mundo. Pero a quien está pasando una fuerte gripe no le convienen las corrientes de aire, y ahora va a volver a soplar viento huracanado.
Nuestros males, por otro lado, son sencillos. No nos han hecho falta productos sofisticados de genios de Wall Street para creernos ricos cuando no lo éramos. Solo unos cuantos ladrillos y un puñado de operaciones corporativas, y el aterrizaje en la realidad nunca es suave. Hasta que no digiramos los excesos inmobiliarios y reencontremos la senda del crecimiento ordenado, cualquier problema global nos influirá. La nueva tormenta financiera global debilitará aún más al dólar. El gran dinero, que sigue existiendo, huirá de los bonos y aumentará la especulación sobre el petróleo, el oro, los alimentos y, en general, sobre todas las materias primas. Y nuestra economía, débil y debilitada, afrontará más inflación y menos liquidez, lo cual profundizará la desaceleración de la economía real. Lo peor está por llegar en el sistema financiero global y en la economía real.
Desde luego, cuando Wall Street sufre como lo está haciendo ahora, todos sufrimos, no sólo los que han pasado, literalmente, de comprarse un Ferrari con su bono al paro. Ante situaciones como la actual de riesgo cierto de colapso del sistema financiero mundial, el capitalismo es asimétrico, el beneficio ha sido para unos pocos, las pérdidas se socializan.