Por… Beatriz de Majo C.
En la medida en que el mundo occidental ha ido tomando conciencia de que buena parte de la fortaleza de las exportaciones chinas se sustenta sobre la inhumana explotación del trabajador asalariado menos especializado, el asunto se ha vuelto objeto de serias críticas.
China ha hecho oídos sordos a los reclamos del exterior que argumentan su competencia desleal en el terreno comercial. Pero a lo que no pueden dejar de prestar atención las autoridades es a las dolencias sociales que se están gestando dentro del país por parte de la propia ciudadanía, las que pueden terminar alentando movimientos de protesta y lesionar el equilibrio que el gobierno se empeña en mantener.
Las injusticias laborales desde los años 90 vienen generando un malestar que recientemente se está expresando con más fuerza y con mayor frecuencia.
Más recientemente, el espectro de las protestas se ha ampliado y los descontentos comienzan a manifestarse en la forma de paros, de revueltas, de eventos públicos que abarcan a todo tipo de trabajadores. Hablamos de tensiones sociales colectivas vinculadas, por ejemplo, con las expropiaciones de tierras, con la demolición de bienes inmobiliarios, con la imposición de nuevas cargas tributarias regionales, con la consideración de los niños migrantes a los ejes industriales como extranjeros exentos de derechos. Y el caso es que ahora estas tensiones se producen no sólo a nivel de las ciudades que albergan los centros productivos, sino también en la China campesina. Desde mayo pasado, las provincias de Shandong, Chongqin y Lanzhou han sido escenarios de agitación social con sus formas particulares de protestas: cartas colectivas dirigidas a las autoridades y a la Asamblea Nacional, visitas a las instancias administrativas, quejas que son colgadas en los medios digitales disidentes que comienzan a proliferar.
El recurso frecuente de la población de las “cartas y visitas”, que son los dos mecanismos formales institucionalizados por las autoridades como válvulas de escape para que la sociedad exteriorice sus descontentos, se les está yendo de las manos.
En los últimos 12 años estos testimonios han crecido a una tasa interanual de 10 por ciento y las “visitas” particularmente se han vuelto un fenómeno complejo de atender porque muchas veces envuelven a colectividades de varios miles de ciudadanos a los que resulta imposible no prestarles atención. En la primera semana de julio de este año, los 17.000 taxistas de la ciudad de Changchun se declararon en huelga para protestar por el establecimiento de un nuevo impuesto.
Estas manifestaciones que no tienen aún cabeza visible ni organización formal, no revisten violencia, lo que no quiere decir que carezcan de una estrategia bien montada para conseguir atención a sus reivindicaciones. Un proceso casi imperceptible de protesta organizada se está conformando de manera silenciosa pero tenaz.
Una China anónima viene estructurando su propia forma de expresar sus juicios disidentes, de encauzar sus iniciativas y de expresar sus desencuentros con el poder.
Desde el gobierno todo este fenómeno se mira con reticencia y con atención. Las relaciones de poder entre gobernantes y gobernados comienzan discretamente a alterarse.
Suerte en su vida y en sus inversiones…