Por Cecilia Beltramo
El año 2008 se recordará como el que expuso los fatales defectos del capitalismo de libre mercado y lo mandó a una muerte intempestiva. ¿En serio? El hecho de que ya se esté escribiendo el obituario del capitalismo sugiere que los enemigos del libre mercado estaban esperando su oportunidad para atacar. Así que ante las primeras de cambio han salido de sus cuevas para proclamar que ya se ha demostrado que el capitalismo es un “monumental fracaso en la práctica”, o que debería estar “tan muerto como el comunismo soviético”.
Ante tales afirmaciones, no puede uno sino pensar en lo que decía Winston Churchill sobre la democracia. El capitalismo es sin duda el peor sistema económico, a excepción de todos los otros que se probaron. En momentos en que su ideología está bajo fuego y se calumnia su práctica, quiero romper una lanza en la defensa de la libertad de mercado. Antes de afirmar que ésta es un fracaso, hay que establecer que existe. Está claro que en el área de crédito no hay mercados libres ni en los Estados Unidos ni en ningún otro lugar, pues son los bancos centrales los que fijan el precio del crédito a corto plazo. Sólo por accidente un banco central fijaría el precio del crédito a corto plazo en el mismo nivel que lo haría un mercado libre.
La fijación del precio de todo producto primario, incluyendo la mano de obra, resultó un fracaso. Esto es algo que hasta la mayoría de los críticos del libre mercado aceptan. Sin embargo, cuando se trata de establecer la tasa de interés que mantendrá a flote la economía, parece que nadie tiene problemas en depositar nuestra fe en unos pocos elegidos. La fijación de una tasa a corto plazo por parte de los bancos centrales origina todo tipo de consecuencias imprevistas. Si la tasa es demasiado baja, lleva a una asignación errada de capital en, por ejemplo, bienes raíces o acciones de empresas puntocom. Eso fue lo que pasó a fines de los años 90 y nuevamente a principios de esta década. De este modo, ahora estamos sufriendo las consecuencias económicas y financieras de la interferencia de Alan Greenspan con el libre mercado. Por otra parte, en un mercado verdaderamente libre, los que corren riesgos se ven castigados si se equivocan. No es así en la crisis actual, en la que se considera que las instituciones financieras -a excepción de Lehman Brothers- son demasiado grandes como para permitir su quiebra y son objeto de innumerables rescates, fusiones o recapitalizaciones. Primero las financieras, luego las automovilísticas, y veremos quién viene después.
Un presunto clavo en el ataúd del capitalismo es la afirmación de que la desregulación creó los problemas. Eso es curioso, dado que los bancos, que están en el centro de la crisis del crédito, se encuentran entre las instituciones más reguladas. A pesar de tener cientos de miles de personas dedicadas a supervisar el sector bancario, venimos teniendo una crisis del sector cada 15 años desde 1837. Esto es algo que parece no importarles a la cantidad de personas que se dedican a la regulación 365 días al año. La estructura reguladora puede haber sido anticuada y duplicada, pero eso no es excusa para que los reguladores se queden dormidos y finjan que el asunto no va con ellos. Censurar la libertad de mercado es una forma de desviar su culpa.
La génesis del problema es una mala política gubernamental que apunta a todo, desde el dinero fácil a los planes de préstamo accesibles, pasando por el corrupto sistema de subsidios de Fannie Mae y Freddie Mac” y el tratamiento impositivo favorable de la deuda (el interés es deducible) en cuanto se opone al capital social. Los generosos aportes a la campaña de Fannie y Freddie (que en definitiva no son más que sobornos) alentaron al Congreso a mirar para otro lado mientras las dos agencias de financiación de viviendas usaban la garantía implícita del gobierno para aumentar su apalancamiento y comprar hipotecas de mayor riesgo.
Los que claman por más regulación como solución a la crisis actual olvidan que el Congreso tiene la responsabilidad de supervisar los organismos reguladores. En todo caso, es difícil que una mayor regulación pueda solucionar ningún problema, pues los abogados y los burócratas que hacen las regulaciones se deben a las empresas que harán lo que sea para eludir las más caras. Los Acuerdos de Basilea, exigían que los bancos que tienen activos de mayor riesgo tuvieran más reservas. Fue así que los hicieron extracontables, por lo que pasaron de tener una supervisión pobre a no tener supervisión alguna. El capitalismo se extendió por el globo y sacó a millones de la pobreza como consecuencia directa de la decisión de que el gobierno se hiciera a un lado.
Los que critican el capitalismo de libre mercado impulsan de forma implícita por una mayor participación gubernamental. Aquellos que abogan por esta alternativa deben tener en cuenta que el gobierno no es un patriarca benévolo que actúa en beneficio del interés público, y no lo haría ni siquiera si supiera qué significa eso. El gobierno es un conglomerado de políticos que actúan en su propio interés sobre la base de recompensas de grupos de intereses especiales. Es un pobre sustituto de las señales de precios del mercado, por no decir una garantía de ineficiencia y derroche. El capitalismo es el único sistema conocido que produce tanto crecimiento como libertad, y a diferencia del socialismo y el comunismo, no depende de las ideas de perfección de unos pocos elegidos. Está claro que los mercados son culpables de excesos, de codicia, y hasta de corrupción, pues no es un sistema perfecto, como tampoco lo somos nosotros. Pero aún así el capitalismo sigue siendo el menos malo de los sistemas económicos que conocemos.