Por… Mario Rizzo
El trabajo de Elinor Ostrom, la primera mujer que recibió el Premio Nobel de economía, no es muy conocido entre economistas. De hecho, me atrevería a decir que muchos economistas no habían escuchado de ella antes de que el premio se anunciara en 2009.
Hay dos explicaciones de esto: Su título profesional es en Ciencias Políticas y ha escrito para publicaciones ajenas a la corriente dominante de la economía. Adicionalmente, su trabajo, en gran medida, carece del grado de formalismo matemático que ahora es tan característico de la economía.
Aún así el Comité del Premio Nobel le ha hecho un gran favor a la economía y a la más amplia comunidad de ciencias sociales. Cuando un economista famoso recibe un premio poco se gana más allá del reconocimiento de un trabajo bien hecho y tal vez un mayor reconocimiento público. No creo que las grandes contribuciones se realizan, en cualquier disciplina, debido a los efectos sobre los incentivos de un premio improbable. Sin embargo, en este caso el Comité del Nobel ha resaltado un trabajo extraordinario ante una disciplina de economía que se ha vuelto excesivamente especializada y, tal vez, cada vez más irrelevante para el mundo real, como Paul Krugman y otros lo han sugerido recientemente.
El trabajo de la profesora Ostrom es sumamente relevante para los asuntos importantes del desarrollo económico, los recursos de uso común, el desarrollo de normas sociales y la solución de varios problemas de acción colectiva. Su trabajo también es diverso en su metodología. Ella utiliza métodos experimentales, investigaciones de campo y teoría de juegos evolutiva. No tiene miedo de valerse de varias disciplinas cuando es apropiado: la economía, las ciencias políticas, la psicología evolutiva, la antropología cultural, entre otras.
Es una merecedora descendiente intelectual de Adam Smith, quien entendió que el estudio del comercio basado en el interés propio debe ser suplementado con una visión más amplia de la humanidad —individuos capaces de los tal llamados “sentimientos morales” como la honestidad, la benevolencia, y la lealtad, así como también de los vicios comunes.
Gran parte del trabajo de Ostrom se centra en desarrollar y aplicar una concepción más amplia de racionalidad que aquella que utilizan usualmente los economistas. La concepción estándar de racionalidad no es la racionalidad de los verdaderos seres humanos sino la racionalidad de calculadores sin límites de conocimiento y veloces como un rayo. Esto es pura ficción. En cambio, la “la racionalidad densa” de Ostrom es el resultado de pruebas y errores, el uso de heurísticas relativamente simples, el empleo de reglas y la encarnación de las normas culturales. Rechazar la racionalidad estándar e improbable no es rechazar la racionalidad. En realidad es desarrollar modelos más sofisticados y todavía más realísticos de la racionalidad.
“La racionalidad densa” es un fenómeno horizontal. Reconoce la importancia del conocimiento local y de diversas estrategias en el manejo de recursos. Por ejemplo, muchos proyectos verticales de irrigación en países en vías de desarrollo han fracasado porque se han concentrado en los aspectos físicos de la provisión del agua. Ostrom cree que los aspectos institucionales son más importantes. Los sistemas de irrigación construidos por los mismos agricultores muchas veces son más eficientes. Proveen más agua, son reparados de mejor manera y resultan en una mayor productividad agrícola que aquellos construidos por organizaciones internacionales. Muchas veces estas organizaciones ignoran las costumbres, el conocimiento y las estructuras de incentivos de la localidad; el conocimiento del burócrata es inferior al conocimiento de los individuos en el campo.
El problema central para el cual su uso de la noción de “la racionalidad densa” puede servir es lo que ella llama “dilemas sociales”. Estas son circunstancias en las que los individuos que interactúan fácilmente pueden caer en la tentación de maximizar sus intereses de corto plazo en desmedro de sus intereses a largo plazo. Volviendo a nuestro ejemplo de la irrigación, suponga que los agricultores comparten el uso de un arroyo para la irrigación. Se enfrentan a un problema colectivo de organizarse para remover los árboles y ramas caídas del invierno anterior. Cada agricultor quisiera que otros hagan este trabajo. Hay incentivos de aprovecharse del “espíritu público” de otros —sin embargo, todos podrían pensar de la misma manera y nadie hará el trabajo. Ostrom descubre que la cooperación muchas veces se dará mientras que la teoría de la racionalidad “delgada” predice que no habrá cooperación. Ella descubre que factores tales como el contacto de cara a cara (probable cuando hay pequeños números), la igualdad de la participación de cada agricultor en los beneficios de la irrigación y la facilidad de monitorear la contribución del agricultor a remover los obstáculos, todos hacen que sea mayor la probabilidad de cooperación.
Elinor Ostrom ha expandido el poder de una concepción más amplia de la racionalidad —una que Adam Smith hubiese reconocido y con la cual él hubiese estado cómodo— para explicar las muy diversas formas de la cooperación humana que los economistas convencionales no han sido capaces de explicar. Esta es una contribución importante.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog ThinkMarkets el 13 de octubre de 2009.
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