España necesita un pacto de Estado desde los más vulnerables y débiles.
José Ignacio Calleja
A estas alturas de la crisis, ¿a quién le importa saber por qué ha ocurrido? Sí, es verdad, porque hemos gastado lo que no teníamos y porque nos hemos endeudado hasta las cejas. Sí, es verdad, porque somos codiciosos y avaros. Pero ¿eso es todo? No, y no. Es la gestión neoliberal de la globalización económica la que ha provocado esta podredumbre de todo el sistema financiero y social, y, por la mega-especulación, su ruina. El factor económico de fondo es bien claro: el dinero no tiene que pasar por la producción para ganar dinero; lo hace con ventaja incomparable en un mercado de capitales único, opaco y sin control serio; su resultado, este desastre para los pueblos y la democracia. Porque fue la gestión neoliberal de los mercados la que predijo su autorregulación equilibrada y nada de esto ha ocurrido. Al contrario, la enfermedad especulativa lo ha infectado todo y es incurable. Muchos gobernantes están queriendo rebajar la fiebre, pero no pueden cortar el mal de fondo. No pueden hacerlo sin reconocer las causas y exigir el abono de su justa cuota a “los sectores económicos” que jugaron con ventaja. Pero no pueden. Voy a pensar que no pueden.
En consecuencia, el resultado es devastador. Para lograr paliar los efectos, pero sin abordar el mal de fondo, tenemos que soportar un golpe de estado financiero en muchos pueblos de Europa. España entre ellos. La democracia subsiste sometida a las finanzas. Los políticos entienden lo que pasa, y hasta muchos preferirían otras soluciones más justas, – quizá todos -, pero les va en ello su supervivencia profesional y corporativa, y lo sobrellevan con realismo político extremo. Con sentido común y sinceridad, poco cabe esperar de su gestión que no sea administrar ese golpe de estado financiero y preservar el estatus de la macroestructura política. Ni ellos mismos aceptan esta conclusión, pero muéstrenme otra si el capital campa por sus fueros.
Por tanto, algo alternativo a lo que está suponiendo la gestión de los partidos políticos mayoritarios en España y en Europa requiere de unas condiciones. Se dice que hay que impedir lo que algunos llaman el fascismo social, es decir, que cada sector de población acepte lo que sea contra los derechos de los demás, con tal de salvar lo propio. Sálvese quien pueda, que siempre se ha dicho. Yo lo diría de otro modo. Es irrenunciable un pacto social o de Estado que coloque en el centro a los sectores sociales más desprotegidos y débiles, y a partir de ellos, construir el presupuesto público, los ajustes y los recortes. Nada de esto sucede hoy en España, pues pareciendo que aquí hay sacrificios para todos, no es así; ni la fiscalidad ni el presupuesto lo avalan. De hecho, ¿es la Administración Pública en su parte más política la más sacrificada? Si ella se salva a sí misma, no es creíble. O, ¿conocemos la estructura de la propiedad en España y la situación patrimonial de sus titulares, aplicando un tratamiento fiscal homologable con las mejores democracias? O, ¿hay ventajas fiscales para las grandes empresas rayanas con la desigualdad más absoluta y el fraude? ¿Alcanza esto mismo a los grupos de profesionales más cualificados de la vida social española? Por todos lados se dice que sí. Luego, sin una reforma impositiva, presupuestaria y política no hay camino para la solidaridad imprescindible hoy.
Convenzámonos. En el fondo, no hay salida sin el control “social y democrático” del sistema económico y financiero internacional y nacional; su opacidad, desregulación, acumulación y soberanía “robada”, lo hacen inaceptable así. Se dice que esto es teoría y que el gobernante no puede esperar al efecto de esas reformas “utópicas”. Pero los miembros del G20 lo dijeron al comienzo de la crisis, – y Benedicto XVI se sumó con entusiasmo en su moral social-, “refundar el capitalismo, regular el sistema financiero internacional, acabar con los paraísos fiscales y desarrollar la fiscalidad de las transacciones financieras”. Y, ¿no son los mismos de entonces?, ¿qué ha cambiado?, ¿las condiciones del problema? No, la correlación de fuerzas, y, subsiguientemente, la servidumbre política a las finanzas internacionales, las que tienen nombre y apellido y que todo el mundo conoce. Así no hay democracia. Es la obediencia a un golpe de estado financiero (J. Habermas, dixit), que ya no quiere pactos con nadie.
Y por fin, el decrecimiento en el desarrollo a cualquier precio, para vivir todos con menos y bien, es imprescindible. No hay salida justa y duradera en el crecimiento por el crecimiento. Es tan claro verlo como dificultoso convencernos, pero necesario a corto plazo, sin duda. Ni los recursos en tantos mercados (alimentos, agua, aire, vida, energía, etc), ni el ecosistema general de la vida, nos dan mucho tiempo en esta carrera alocada por salir de la crisis, consumiendo y creciendo. El recuento de víctimas de esta estrategia es tan perverso para tantos inocentes, que no es serio lo de los derechos humanos, en la moral laica, ni la fraternidad en Dios, en la moral religiosa. Son convicciones tan condicionadas en su efectividad que parecen huecas. Creo, con todo, en ellas y merecen nuestro aprecio político para salvarnos juntos. Con los más débiles y olvidados, en el centro del pacto de Estado y del presupuesto público (y privado). Sin duda.
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