Con tan débiles embarcaciones, los polinesios nunca habrían podido colonizar la Isla de Pascua, ni siquiera desde la isla más cercana, ni podían pescar lejos de la costa. Los isleños que Roggeveen encontró estaban totalmente aislados, y no sabían que existieran otras personas.
Desde esa visita en adelante, los investigadores no han descubierto ningún rastro de que los isleños hayan tenido cualquier tipo de contacto con el exterior: ni una sola piedra o producto de la Isla de Pascua se ha encontrado en otras partes, ni nada se ha encontrado en la isla que pudiera haber sido traído por nadie que no fueran los colonos originales o los europeos.
Aun así, los nativos de la Isla de Pascua cuentan historias de visitas a las islas de Salas y Gómez, pequeño archipiélago deshabitado distante 260 millas [494 km], totalmente fuera del alcance de las resquebrajadas canoas vistas por Roggeveen. ¿Cómo alcanzaron los antepasados de los isleños esos islotes desde la Isla de Pascua, o cómo llegaron a la Isla de Pascua desde donde quiera que vinieran?
Lo más famoso de la Isla de Pascua son sus enormes estatuas de piedra, los maois, de los cuales más de 200 estuvieron alguna vez parados en macizas plataformas de piedra, alineados frente a la costa. Por lo menos 700 más, en todas las fases de fabricación, estaban abandonados en las canteras o en los antiguos caminos entre las canteras y la costa, como si los talladores y las cuadrillas de transporte hubieran botado sus herramientas y dejado súbitamente su trabajo. La mayoría de las estatuas erigidas se tallaron en una sola cantera y entonces, de algún modo, transportadas hasta seis millas [9,6 km] –a pesar de sus alturas de hasta 33 pies [10 m] y de pesos hasta 82 toneladas.
Las estatuas abandonadas, entretanto, llegaban hasta los 65 pies de alto [19.6 m] y pesaban hasta 270 toneladas. Las plataformas de piedra eran igualmente gigantescas: hasta 500 pies de largo y 10 pies de alto (152×3 m), con piezas frontales que pesan hasta 10 toneladas. El propio Roggeveen reconoció de inmediato el problema que planteaban los moais: “Desde un comienzo las estatuas de piedra nos causaron gran asombro” escribió, “porque no podíamos comprender cómo era posible que estas personas, que no tienen buena madera como para hacer máquinas ni vegetación para trenzar sogas resistentes, no obstante habían podido erigirlas.” Roggeveen podría haber agregado que los isleños no tenían ruedas, ningún animal de tiro, y ninguna fuente de poder excepto sus propios músculos. ¿Cómo transportaron las gigantescas estatuas durante millas? Y luego, ¿cómo las erigieron?
Para ahondar el misterio, las estatuas estaban todas erguidas en 1770, pero en 1864 todas habían sido botadas al suelo por los mismos isleños. ¿Por qué las tallaron?. ¿Y por qué dejaron de hacerlo?
Las estatuas implican una sociedad muy diferente de la que Roggeveen vio en 1722. El número y tamaño de los moais hacen pensar en una población mucho mayor que 2.000 personas. ¿Qué pasó con los demás? Además, esa sociedad debe de haber sido muy organizada. Los recursos de Pascua estaban esparcidos por toda la isla: la mejor piedra para estatuas se sacó de una cantera en Rano Raraku, un volcán al extremo nordeste de Pascua; la piedra roja, usada para las grandes coronas que adornan algunas de las estatuas, se sacó de una cantera en Puna Pau, en el interior y al sudoeste; las herramientas de piedra dura para tallar salieron principalmente de Aroi, en el noroeste. Entretanto, las mejores tierras de labrantío están en el sur y en el este, y las mejores zonas de pesca están en las costas norte y oriental. Extraer y redistribuir todos estos bienes requería una compleja organización política . ¿Qué le pasó a esa organización? Además, ¿cómo pudo surgir alguna vez en tan yermo paisaje?
Los misterios de Isla de Pascua han generado volúmenes de especulación por más de dos siglos y medio. Muchos europeos no creían que los polinesios –normalmente caracterizados como “meros salvajes” — pudieran haber creado los moais o las bellamente construidas plataformas de piedra. En los años cincuenta, Heyerdahl planteó la idea de que la Polinesia debe haber sido fundada por sociedades avanzadas de indios americanos, los que, a su vez, deben haber recibido la civilización desde el Atlántico de las sociedades más avanzadas del Viejo Mundo. Los viajes en balsa de Heyerdahl trataban de demostrar la viabilidad de tales contactos transoceánicos prehistóricos.
En los años sesenta el escritor suizo Erich von Däniken, un creyente ferviente de que la Tierra es visitada por astronautas extraterrestres, fue más allá, planteando que los moais de Isla de Pascua eran el trabajo de seres inteligentes que poseían herramientas ultramodernas, que quedaron extraviados temporalmente en Pascua, y que fueron posteriormente rescatados. Tanto Heyerdahl como Von Däniken dejaron de lado la evidencia aplastante de que los Isleños de Pascua eran polinesios típicos, derivados desde Asia en vez de serlo de América y que su cultura (incluyendo sus estatuas) surgió de las culturas de la polinesia. Su idioma era polinesio, como Cook ya había comprobado.
Específicamente, ellos hablaban un dialecto polinesio oriental, relacionado con el Hawaiano y el de las Islas Marquesas, un dialecto aislado desde el año 400 d.C., como se puede deducir de pequeñas diferencias en el vocabulario. Sus anzuelos y azuelas de piedra se parecen a los antiguos modelos de las Marquesas. El año pasado se extrajo ADN de 12 esqueletos de la Isla de Pascua y también eran polinesios. Los isleños cultivaban plátanos, taro, batatas [papa dulce o camotes], caña de azúcar y morera de papel –típicos cultivos polinesios, principalmente originarios del Sudeste Asiático. Su único animal doméstico, la gallina, también era típicamente polinesia y finalmente asiática, como lo eran las ratas que llegaron como polizones en las canoas de los primeros colonos.
Continuará…