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Autor Tema: La mirada magníética  (Leído 366 veces)

Scientia

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La mirada magníética
« en: Noviembre 25, 2015, 06:11:44 pm »
http://www.pnl-nlp.org/magnetismo/2813.html



La mirada magníética

«En los ojos es donde más se pintan las imágenes de nuestras secretas agitaciones, y en donde mejor se pueden reconocer: la vista pertenece al alma más que ningún otro órgano; parece como si la tocara y participase en todos sus movimientos. Expresa por ella las más vivas pasiones y las emociones más tumultuosas, así­ como ios movimientos más dulces y los más delicados sentimientos; los manifiesta en toda su fuerza, en toda su pureza, tal como acaban de nacer; los transmite en rápidos gestos que llevan el fuego, la acción, la imagen del alma de que proceden; la mirada recibe y refleja al mismo tiempo la luz del pensamiento y el calor del sentimiento: es el sentido del espí­ritu y la lengua de la inteligencia.»

De Buffon

«El ojo puede amenazar como cuando apuntáis con un fusil cargado, puede insultar como un silbido o como un puntapiíé; y bajo otra impresión con miradas de ternura, puede hacer saltar el corazón de alegrí­a... ¡Quíé riada de vida y de pensamientos se descarga por ellos de un alma a otra! La mirada es un poder mágico natural...

»Los ojos de los hombres hablan tanto como su lengua, y el dialecto ocular tiene la ventaja de no necesitar diccionario para ser entendido por todo el mundo. Cuando la vista dice una cosa y la boca otra, un hombre experimentado se fí­a del lenguaje de la primera.»

Emerson

«Ved cómo se presenta en escena aquel artista cuya mirada fina, inteligente y aplomada, va directamente a fijarse sobre los ojos de la asamblea. Una relación casi magníética se establece súbitamente entre ambas partes. El público se encuentra a su gusto con el reciíén llegado; se clavan fácil y mutuamente, las miradas; le escucha con benevolencia, y de esa doble relación nace bien pronto la simpatí­a. En semejantes condiciones es muy fácil el íéxito.

«Esta cualidad de la mirada, se encuentra asimismo en el mundo: hay personas cuya mirada facilita la conversación, da ánimos y hasta ingenio en bastantes casos.»

ROBERT-HOUDIN

«De todos los medios de que dispone el hombre para influenciar a los demás, la mirada es ciertamente el más poderoso. No sirve solamente para retener la atención de la persona con quien se conversa y, por consiguiente, para facilitar la influencia que se puede ejercer sobre ella; es tambiíén una potencia propia que puede, cuando es bien comprendida y bien dirigida, obrar directamente sobre el interlocutor, Atrae, fascina, subyuga, incluso a aquellos que son más capaces de resistencia y de lucha.» W. W. ATKINSON.—La Fuerza del Pensamiento'

LA MIRADA MAGNí‰TICA

La mirada es un gran manantial de fuerza. — Estudiíémosla bajo dos aspectos: 1.° como punto de apoyo de la voluntad; 2° como medio de acción sobre la persona mirada. —El dominio de la mirada y como debe ser comprendido. — Ejercicios preparatorios. — Mirar fijamente un circuidlo negro. — Mirada oblicua. — Clavar la mirada moviendo la cabeza. — Ejercicio delante del espejo. — Ejercicios prácticos de entrenamiento en la vida corriente. — En el teatro, en un salón. — En la calle.—En el tranví­a, en el tren. — Aplicaciones de la mirada magníética : 1. En la vida corriente. — II. En experimentación magníética, hipnótica y sugestiva. — Un escollo que hay que evitar. — Desconfiad de los productos de belleza destinados a avivar el brillo de los ojos, — ¿ Son perjudiciales los anteojos y los lentes para el desarrollo de la mirada magníética? No. Por quíé? El estrabismo y cómo es preciso combatirlo — Mirada hipnótica y mirada magníética; no pueden ser confundidas; la primera es brutal, empequeñece la personalidad del fascinado y desaconsejamos su uso; la segunda, esencialmente dulce, impregnada de bondad y de benevolencia, lleva muy lejos nuestra voluntad tranquila y decidida. — Resumen.

La mirada es un gran manantial de fuerza y de acción y íéste es es uno de los puntos en que debe insistir aquel que estudie las ciencias psí­quicas y se prepare para ello con un razonado entrenamiento.

Se concede una legí­tima importancia a la manera de mirar de las personas con quienes se entra en relaciones y hay mucha razón para evitar a los seres cuya imprecisa mirada siempre tiene el aspecto de disimular, como si el que así­ os mira temiese que al brindar noblemente sus ojos a vuestra investigación, encontraseis en su fondo las huellas de cualquier siniestro pensamiento.

En magnetismo, aun tiene mayor importancia la mirada. Cada cual observa, examina, mira, pero todos los ojos no tienen la misma potencia irradiante. Y no obstante, las más díébiles miradas pueden adquirir energí­a. Basta para progresar rápidamente, tener una mirada franca, recta y tome, sin descaro. El descaro es muy a menudo el arma del díébil que oculta su timidez bajo este aspecto agresivo, como un capitán de teatro aumenta su estatura con altos tacones y grandes plumeros.

No hay que creer, sin embargo, que la mirada sea simplemente muestra de una probabilidad de magnetismo. Ejerce un poder real. Por la mirada fascina la serpiente al pajarillo y le hace caer de la rama, ¡ pobre pelotita de palpitantes plumas, hipnotizada e inmóvil, pronta a ser devorada!... Por la mirada esclaviza el demador a sus fieras y las reduce a la obediencia.

Tenemos el deber de estudiar la mirada desde dos puntos de vista :

1.° Como punto de apoyo de la voluntad ;

2.° Como medio de acción sobre la persona mirada.

La mirada que se fija en un punto determinado nos evita muchas distracciones. Cuando hacemos una gestión que nos incomoda, tan pronto estamos en presencia de nuestro interlocutor, fijamos nuestra mirada entre sus dos ojos.

Si, previamente, hemos ejercitado nuestra mirada, sentimos que estamos en posesión de todos nuestros medios. Nuestra actitud es firme, sin insolencia. No solamente el hecho de mirar tranquilamente previene en nuestro favor, sino que nos da cierta autoridad sobre la persona con quien tratamos. Disponemos de una fuerza que no sospecha la persona tí­mida, de temblorosa y embarazada mirada, que no sabe adonde mirar y adquiere de ese modo una actitud poco franca que quizá no merece. Por otra parte, la mirada fija, al desarrollar la atención, detiene las imágenes en nuestro cerebro y favorece la concentración de las ideas. Si teníéis que discutir un asunto, no perderíéis el tiempo examinando los objetos de arte que decoren el gabinete del hombre a quien habláis; miraríéis muy atentamente a vuestro interlocutor, temiendo que un momento de distracción os haga perder alguna palabra esencial. Eso que hacíéis en circunstancias excepcionales, practicadlo a cada instante. Adquiriríéis así­ una costumbre que centuplicará vuestras probabilidades de íéxito.

Considerada como medio de influencia en torno nuestro, es un firme apoyo la mirada magníética en la vida corriente y en los negocios. En efecto, vuestra voluntad, si está convenientemente ejercitada, se irradia por vuestra vista, y si observáis al que os habla, os dais cuenta de que vuestra decisión penetra en su cerebro a medida que le miráis más fijamente. Este caso, de corriente comprobación, se volverá a encontrar todaví­a más en las experiencias de magnetismo, de hipnotismo y de sugestión.

Despuíés de lo que acabamos de decir, no hay que figurarse que la mirada del hombre magníético deba ser fija y feroz y clavarse en los ojee de su interlocutor con la intención de quererle devorar. Nada de esos Nuestro cometido no es dominar, brutalizar, esclavizar. Hay para elle razones de orden moral. Pero a despecho de estas consideraciones, una mirada brutal necesita una tensión que sólo puede ser perjudicial para la persona que realiza ese esfuerzo anormal. Y al querer imponer violentamente nuestros deseos, hay riesgo de graves perturbaciones. No hay que confundir mirada hipnótica y mirada magníética; así­ como la primera concentra la alucinación y la neurosis, la segunda es tranquila, agradable. Hay un abismo entre las dos.

El hombre magníético domina sus músculos, sus gestos, sus impulsiones; posee una calma completa. Esta calma se extiende a su mirada que es la fuente de donde brota más abundantemente la energí­a magníética. La mirada del hombre magníético ha de ser esencialmente dulce, franca, abierta. No hay que mirar a las personas con aire arrogante o colíérico, voltear los ojos como un alucinado, sino dirigir las miradas con una voluntad tranquila y segura de sí­ misma. La mirada magníética exige unos párpados bien abiertos, pero no separados desmesuradamente. Evitad guiñar los ojos. Despuíés de algunos ensayos, esta mirada magníética se ejerce sin fatiga de ninguna clase, ni aparente, ni real.

Existen numerosos procedimientos que tienden a dar a la mirada



Figura 66. — La mirada magníética es una fuerza poderosa en la vida

Debe ser considerada bajo dos aspectos: 1.° como punto de apoyo para nuestra atención;

2.° como medio de acción sobre nuestro interlocutor.

una potencia magníética soberana, pero fieles a nuestros principios, no aconsejamos más que los procedimientos suaves.

Es preciso, y este es el punto esencial, evitar toda fatiga ocular.

Cuando dirigimos nuestra mirada con fuerza sobre un punto preciso, y la mantenemos sobre íél con tenacidad, bien pronto se nubla nuestra visión, se pone confusa. Entre el objeto que miramos y nuestra vista se forma como una nube. El objeto se esfuma, sus contornos se nos aparecen con menos nitidez y si mantenemos nuestra tensión visual, bien pronto el objeto desaparece enteramente de nuestra vista. Ese es un escollo que es menester evitar. No forcemos, pues, la mirada.

Los pocos ejercicios preparatorios que siguen nos parecen los mejores para llegar a poseer la mirada dulce y poderosa que es una de las caracterí­sticas del hombre magníético.

Ejercicios preparatorios

I.—Tomad una hoja de papel blanco y dibujad, en el centro, un circulillo negro del tamaño de una moneda de 2 pesetas. Clavadla en la pared de la habitación en que hagáis vuestros ejercicios de entrenamiento, a una altura que no os obligue a levantar exageradamente la cabeza para mirarla, dado que estaríéis sentados, o sea, que esa altura ha de ser de unos 140 centí­metros del suelo. Sentaos cómodamente frente a vuestra hoja de papel a unos dos metros de distancia, no tan cerca para que la proximidad del objeto contemplado os ponga bizcos (estrabismo), ni tan lejos que su apartamiento os obligue a guiñar los párpados. Ambas posiciones son igualmente malas, puesto que el estrabismo hipnotiza y al guiñar los ojos se os cierra esa apertura total del ojo cuya extrema necesidad comprobaríéis por vosotros mismos.

Una vez colocados así­ mirad fijamente el circulillo negro del centro de vuestra hoja. Miradle sin pestañear el mayor tiempo que os sea posible, sin permitir a vuestros ojos, ni a vuestro pensamiento, apartarse de ese objeto. Además del esfuerzo de concentración mental que necesita, tiene dicho ejercicio la ventaja de acostumbraros a la fijeza de la mirada. Si os sentí­s con propensión a cerrar los ojos, levantaos ligeramente los párpados y continuad vuestro ejercicio durante todo el tiempo que no sintáis una verdadera fatiga.

Algunos discí­pulos llegarán, desde el primer ensayo, a mirar ese disco negro durante 3 ó 4 minutos, sin demostrar la más pequeña fatiga. Despuíés de varios dí­as de ensayo, sobrepasarán fácilmente ese perí­odo de tiempo y llegarán a un cuarto de hora e incluso más. A otros, por el contrario, hasta un minuto les parecerá muy largo. No deberán insistir. Tan pronto se haga sentir la fatiga, deberán parar y cerrar los ojos un instante, prontos a recomenzar tras un tiempo de descanso. Es indispensable, en todo caso, que el discí­pulo acompañe con un esfuerzo de voluntad la educación de la mirada. En caso de distracción y para ayudar a dominar el pensamiento, se deberá contar mentalmente, o mejor aún en voz alta. Contar, fijando la atención en el acto que se realiza, atención que permita darse cuenta muy exacta de los progresos efectuados. Se debe procurar aumentar la duración del esfuerzo. La mayorí­a de nuestros lectores llegarán, sin demasiado trabajo, a contar hasta 100. despuíés hasta 200. Sin ningún temor, se puede sobrepasar esta cifra, a condición sin embargo, de sostener la mirada sin demasiado esfuerzo.

Tal entrenamiento puede parecer enojoso, al principio, pero lo mismo ocurre con otros muchos ejercicios por los cuales se adquieren poderes mucho menos importantes que la mirada magníética.

II.—No os basta mirar frente a frente. Debíéis tambiíén acostumbraros a mirar con fijeza de lado, sin fatiga y sin mover los párpados. Para llegar a eso modificad el primer ejercicio. Habríéis de retirar la silla o la hoja del sitio en que estaba precedentemente y mirar oblicuamente, con la misma fijeza y la misma constancia que lo habíéis hecho de frente.

Dicho ejercicio debe ser ejecutado volviendo la cabeza sucesivamente a ambos lados hasta que podáis mirar así­ sin fatiga durante cinco a seis minutos.

III.—Despuíés de haberos asegurado de que podíéis mirar con inmovilidad, os debíéis de acostumbrar a mirar el mismo punto, con la misma fijeza, cuando mováis la cabeza. Para llegar a eso, volved el rostro primero hacia la derecha, despuíés hacia la izquierda. En el curso de tales movimientos, sostened siempre fija vuestra mirada en el punto negro. Desplegad la mayor atención posible. Duración del ejercicio: cinco o diez minutos. No lleguíéis nunca a la fatiga.

Este entrenamiento es excelente para fortificar los músculos que hacen mover los globos oculares. Da un gran aplomo a la mirada.

IV.—Adquirida esa seguridad, dirigid vuestra vista, no ya a un papel, sino a un espejo. Colocados ante un espejo, a la distancia normal de vuestra visión, mirad vuestra propia imagen. Vuestra mirada, como



el momento que os hará sufrir aquel en que estíéis sentados : ya entonces habríéis entablado la conversación y estaríéis en buen camino para llegar a una inteligencia. Lo que presenta alguna dificultad, es entrar en una habitación, presentarse ante alguno, cambiar las primeras frases, pues al hacer esto, estaríéis de pie. Tomad, pues, el hábito de educar vuestra mirada poniíéndoos incorporados delante de vuestro espejo. Ganaríéis con ello tranquilidad y un aplomo más seguro, que aunque no demuestre arrogancia os dejará en posesión plena de todos vuestros medios de acción y de expresión.

Saber ser uno mismo es una cuestión que tiene una gran importancia en el mundo. Se pregunta uno a veces la causa de ciertos íéxitos, sea en el terreno de los negocios o en el del sentimiento y no nos damos exacta cuenta del papel que han representado la simple autoridad del gesto, la dulzura de una conversación agradable, la potencia de la mirada del «hombre que se presenta bien».

Pensad en este punto del entrenamiento psí­quico. Será una ventaja para vosotros hacer concordar los dos entrenamientos de la autosugestión y de la mirada. Haced esa educación ante el espejo ; cuanto más cuidada y duradera sea, más claro y decisivo será su resultado. Afianzaos en una postura decidida.

Cuando vuestra mirada haya ganado en potencia, juzgad por vosotros mismos las escenas que corren peligro de embarazaros en el ejercicio de vuestra profesión. ¿Quíé es lo que más temíéis? ¿Una visita al jefe de vuestra fábrica? ¿Una entrevista con vuestro director? Pensad antes en las razones que os impulsan a dar este paso. Mirad vuestro derecho. Dad valor en vuestro espí­ritu a la perfecta legitimidad de vuestra reivindicación. ¿Temíéis solicitar la mano de la que quisierais esposar? Imaginad que estáis ante los padres de vuestra bien amada. Preparad las palabras decisivas que os deben hacer aceptar.

Y así­ en cualquiera otra circunstancia. ¿Simple ejercicio? Sea. Mas no busquíéis la complicación. Educad vuestro pensamiento. Respirad ampliamente, mirad con aire decidido vuestra propia imagen en el espejo. Inspirad confianza por vuestra actitud leal y eníérgica. Quedaríéis sorprendidos al punto de la soltura y aplomo que adquiriríéis de ese modo.

Ejercicios prácticos en la vida corriente

Una vez dueños de vuestra mirada, debíéis procurar medir su fuerza por ejercicios practicados no ya en vuestro cuarto, sino en la vida corriente. El verdadero campo de acción es la sociedad humana. Ahí­ es donde cada uno ha de representar su papel. Hay mil maneras de prepararse a esa acción social. He aquí­ algunas que podíéis variar al infinito :

I.—En un teatro o salón, mirad a una persona situada a corta distancia delante de vosotros y que os vuelva la espalda : preferentemente una mujer. Miradla a la nuca, con tranquila pero decidida voluntad. Concentrad toda vuestra energí­a mental en el acto que esa persona debe efectuar. Quered que vuelva la cabeza y dirija su mirada hacia vosotros.

La experiencia tiene buen íéxito muy a menudo; se consigue tanto mejor cuando disponíéis de una mirada magníética poderosa y cuando sabíéis reconocer, a primera vista, un sujeto magníético en la persona que queríéis influenciar. Hay en ello varias gradaciones. Las personas nerviosas, impresionables, son las más sensitivas. Pero despuíés de estudiar la materia, os será muy fácil establecer vuestro juicio y reconocer con seguridad, a simple golpe de vista, la persona accesible a vuestro magníético influjo. Al abordar el estudio del Magnetismo experimental, os indicaremos todos los signos que permiten reconocer cómodamente al sujeto particularmente receptivo.

Mirando fijamente a la nuca de una persona sensitiva, la veríéis despuíés de un tiempo variable, sentirse incómoda, remover los hombros



Figura 68. — Desarrollo de la mirada ante un espejó

Antes de ejercer nuestra influencia magníética sobre otro, es útil ejercitarse ante el espejo.

Mirad vuestra propia mugen dirigiendo la mirada entre los dos ojos, al nacimiento de la nariz. Esforzaos por dar a vuestras facciones, a toda vuestra persona esa calma, ese reposo que son el premio del dominio sobre nosotros mismos.

con ademanes de fastidio, llevar luego la mano detrás de su cabeza como si algo la hubiera rozado, y por fin, volverse hacia vosotros. Podríéis de igual modo, concentrar vuestra mirada sobre las primeras víértebras dor-sales, al nacimiento de la espalda c entre los omoplatos, pero la acción es mas decisiva cuando se dirige a la parte posterior de la cabeza

Cuando intentíéis realizar esta experiencia o cualquiera otra del mismo genero, evitad un escollo contra el cual se han estrellado tantos principiantes: no malgastíéis vuestra energí­a. En primer lugar, no abusíéis de ella haciendo experimentos prematuramente. No podeis triunfar más que cuando sintáis en vosotros una fuerza tranquila. Ese dominio personal, es menester que se revele en toda vuestra persona. Luego nada

de entrecejos fruncidos, de rostros atormentados, de puños crispados, de movimientos musculares inútiles. Calma, bienestar, tranquilidad. El íéxito de esta experiencia os está prometido por la sola fuerza irradiada de vuestra mirada. Las crispaciones que hagáis, quitarán a vuestro magnetismo toda su energí­a.

La cualidad esencial del ser magníético es la calma. Sin el perfecto dominio de vosotros mismos, de vuestros gestos, de vuestros pensamientos, de vuestros sentimientos, no llegaríéis a ningún resultado o, si obteníéis alguno, se borrará prontamente para no dejaros más que descorazonamiento y cansancio. Si, por el contrario, llegáis a un perfecto dominio, irradiaríéis en torno vuestro toda la fuerza que no hayáis derrochado en vanos e impacientes esfuerzos.

Al hacer esta primera experiencia, mirad pues con una calma perfecta, pero con profunda concentración. No frunzáis el entrecejo. No apretíéis los puños. Que vuestra mirada rí­gida, dulce sin ser agresiva, sea como la prolongación material de una voluntad que se juzga—segura de su fuerza—superior a las dificultades de este mundo.

II. Cuando esa experiencia haya sido coronada por el íéxito en un lugar cerrado y tranquilo, donde nada distraiga vuestra concentración mental, debíéis ejercitaros despuíés en un sitio en que os arriesguíéis a estar menos en posesión de vuestros medios. En la calle, por ejemplo, en donde tan a menudo se aglomera la gente y os tropieza y molesta; en donde teníéis que poner atención a vuestro camino y a sus obstáculos, haced un nuevo ensayo sobre la misma materia.

Tened cuidado de elegir, como sujeto receptivo, una muchacha nerviosa, impresionable, emotiva, muy sensible pues al magnetismo. Marcha delante de vosotros con paso normal, sin ser precipitado. Seguid detrás de ella a alguna distancia y miradla sin cesar a la nuca. Despuíés de unos cuantos minutos, os quedaríéis asombrados al comprobar, siete veces de cada diez, que aquella persona se vuelve, o por lo menos da señales de desasosiego, lleva la mano detrás de su cabeza, etc.

Cuando estíéis muy entrenados, podríéis obtener de la persona que camina delante de vosotros, que vuelva la cabeza, bien a la derecha, bien a la izquierda, según vuestra voluntad. Pero esa es una experiencia muy difí­cil. Se precisan, para conseguirla, dos condiciones esenciales :

1.a Que seáis extremadamente magníéticos y esto exige tiempo y un entrenamiento continuo.

2.a Que la persona sobre quien operáis sea un excelente sujeto magníético.

III. He aquí­ ahora otro experimento que no presenta dificultades infranqueables para el principiante. Os encontráis en un tranví­a, en el metro, en el tren, en un barco, o en cualquier otro medio de transporte público. Mirad discretamente—sin que se puedan apercibir de ello—no a la persona que estíé sentada exactamente frente a vosotros, sino a una que se halle situada oblicuamente en relación a vuestra mirada y procu-

de vigilia, la autosugestión pura y sencilla os dará buen resultado a condición de que genere en vosotros una sana y potente emoción y, lejos de causaros cansancio, os reconfortará.

A la vez, y por los mismos motivos, debemos hacer el entrenamiento de la mirada (sea por el punto negro, sea por el espejo) a una distancia prudencial, que no exceda del normal alcance de la vista. Podrí­a resultar de ello para el discí­pulo imprudente una fatiga bastante grande de los centros visuales. No se deberá tampoco insistir cuando se haga sentir la fatiga. Serí­an de temer perturbaciones congestivas de la vista si se continuase mirando fijamente, ya en el espejo, ya en el redondelito ennegrecido con tinta. Habrí­a derecho entonces a esperar mareos, nubes que suben y bajan ante los ojos, dolores de cabeza violentos, jaquecas, insomnios. En todos los grados del desarrollo psí­quico, es preciso proceder dulcemente, con míétodo ; es la condición indispensable para el triunfo.



Figura 73. — El semblante del magnetizador

Reina una calma olí­mpica sobre esta fisonomí­a. La calma del rostro habla de la tranquilidad de los pensamientos. La nobleza de la expresión expresa la nobleza del corazón. Ninguna arruga, ningún mal designio. La inteligencia está abierta para escuchar. Un sonriente optimismo reina en esa clara mirada.

Daremos aún otro consejo que, sobre todo, se refiere a las mujeres : desconfiad de los productos de belleza destinados a avivar el brillo del ojo. ¿Os promete el prospecto un encanto seductor? Es muy tentador. Es sabido que algunos preparados son empleados en Oriente como colirio y que, por consiguiente, son casi inofensivos. ¿Pero teníéis la certeza de que esos preparados son tales como se os anuncian ? ¿ Son tan puros como debieran para no causar mal alguno? Lo mejor es dejar en reposo toda esa farmacopea de belleza y contentaros con agua pura, preferentemente frí­a, sin ninguna adición. El agua frí­a, a la cuál os acostumbraríéis gradualmente si no estáis ya habituados a ella, es tonificante; aprieta los tejidos, activa la circulación y, en lo que concierne al globo del ojo y a las glándulas lacrimales, su acción es tan buena como eficaz. Con el empleo constante del agua frí­a evitaríéis esas inflamaciones tan penosas que dan lágrimas sin causa y que en el curso de vuestro entrenamiento, disminuyen vuestra acuidad visual al mismo tiempo que os privan de una parte de vuestra potencia magníética. Luego si sentí­s alguna fatiga ocular durante vuestros ejercicios, tened cuidado de lavaros los ojos varias veces al dí­a, con agua frí­a. Con un pequeño recipiente a propósito, esos baños o lavados de los ojos no presentarán ninguna dificultad.

Se nos presenta, a menudo, la cuestión de saber si los anteojos y los lentes son útiles o perjudiciales para el desarrollo de la mirada magníética. No deben ser dañinos y hasta—tal como dijo Híéctor Durville en su Fí­sica Magníética (*)—los efluvios magníéticos, a imitación de los rayos luminosos, pueden ser concentrados por los lentes y otros cristales, lo que, bajo la dirección de la voluntad, puede servir para su utilización. A mayor abundamiento, los lentes, al mismo tiempo que os valen para dirigir mejor la energí­a de vuestra mirada, os aislan de la acción de los demás. Los comediantes representan al usurero o al hombre de negocios no muy limpios con gafas de color que le son útiles, sobre todo, para ocultar la expresión de sus ojos, que le permiten observar a los demás al abrigo de esa pantalla. Esta pintoresca descripción está basada en la observación. Los cristales de color son, en verdad, un obstáculo para la vista de las personas y aun cuando se pueden emplear en píérfidos fines, no por eso deben ser motivo de sospecha, puesto que son empleados de un modo muy distinto al uso que les dan los traidores de melodrama.

En todo caso, aquellos de nuestros discí­pulos que lleven gafas o lentes y que teman por ello poner algún obstáculo a su desarrollo, no tienen más que seguir nuestros consejos para darse cuenta de la sinrazón de sus temores.

(*) Híéctor Durville.—Fí­sica Magníética, 2 volúmenes, Parí­s, 1895-95.

Entre las personas nerviosas son muy raras las que padecen estrabismo. Bizquear impide el desarrollo de la mirada. Es menester que nuestros dos rayos visuales sean paralelos, que se apoyen, por decirlo así­, el uno sobre el otro. Si se juntan dan la impresión desagradable de que la persona se mira la punta de la nariz (estrabismo convergente) y si se separan parece que cada uno se pasea por donde mejor le parece (estrabismo divergente). Por lo cual es indudable que la persona así­ afectada no puede dar a los demás una impresión de fuerza y de dominio.

Es necesario, de toda necesidad, combatir esas fastidiosas propensiones. Se llegará a ello en la gran mayorí­a de los casos con nuestro primer ejercicio. Valiíéndose del papel puesto en la pared, ejercitaos en mirar el punto negro con sólo un ojo, sosteniendo el otro cerrado con la mano. Contemplad ese punto de mira rectificando la mirada que se dirija anormalmente. Así­, si es el globo ocular derecho el que se vuelve hacia afuera, obligad a este ojo a que mire el disco negro que se colocará a su izquierda. Se puede fijar aún más el objetivo dando a la cabeza un cuarto de vuelta mientras os esforzáis por sostener bien rí­gido el rayo visual. Proceder lo mismo con el otro ojo, inspirándoos en el mismo principio.

Insistimos todaví­a : la mirada magníética, potente, pero esencialmente dulce, no puede ser confundida con la mirada fija y brutal de los hipnotizadores, sobre todo de los que practican la fascinación. La fascinación es un fenómeno muy real, pero del que es preferible, a nuestro juicio, guardarse. Puede ser útil para domar a las fieras y dominar a ciertos enfermos privados de su razón, pero en la práctica de la vida corriente esos ojos iracundos corren más bien el riesgo de hacer reir. No se asustan más que los niños pequeños. Por otro lado, el resultado que procura la fascinación, es un empequeñecimiento de la personalidad, que puede llegar hasta el sueño hipnótico. No es eso lo que habíéis de buscar.

Lo que os es necesario, es adquirir consciencia de vuestra fuerza, de vuestro valor, e imponer ese sentimiento a los que se aproximen a vosotros. Si les exponíéis buenas razones con tranquila confianza, a menos de estar obstinados en una opinión contraria, les llevaríéis a pensar como vosotros sólo con los recursos de vuestra inteligencia y vuestra rectitud. Quiero creer que os desolarí­ais si, tomando imperio sobre vosotros, viniese alguien a asaltar vuestro cerebro para hacer entrar en íél a la fuerza ideas y sentimientos. Y eso es lo que os exponíéis a hacer a los demás prodigando el hipnotismo (siempre que se obtenga un íéxito menos frecuente de lo que dicen los hipnotizadores).

La mirada magníética está muy lejos de todo eso ; no se obstina en cometer una acción violenta, sino en dar al que habla plena consciencia de su valor. No se atenta contra la personalidad del que escucha. Nuestro objeto, de ninguna manera es impulsar a nuestros discí­pulos a violentar espí­ritus y conciencias, sino a desarrollarse a sí­ mismos para llegar pronto a ayudar y sostener a los demás. No olvidamos desde luego que la vida actual no puede estar desprovista de preocupaciones materiales, y no hemos omitido nada para poner a nuestros discí­pulos en las condiciones más favorables para sacar el más honroso y mayor provecho de su trabajo, pero aun en esto la dominación de uno no hace la felicidad de otro. Lo que es necesario evitar con cuidado, es que vuestra mirada se debilite y se intimide. Si huye, seríéis ví­ctimas de las voluntades exteriores. No transijáis cobardemente ante la arrogancia de un hombre que no tiene quizá vuestro valor mora!. Seguid siendo vosotros mismos. Mejor aún : no tengáis más que un pensamiento constante : perfeccionaros, ganar cualidades. Anhelad conquistar vuestro sitio en la sociedad. Tal es vuestro derecho y además vuestro deber.

A mayor abundamiento, si vuestra mirada es tal como os la aconsejamos ; clara sin audacia, recta sin brutalidad, os da un aspecto de franqueza que predispone en vuestro favor. Una mirada fascinadora puede, alguna vez, imponer una voluntad ; una mirada magníética, sólo inspira confianza.

El punto esencial para vosotros es conquistar toda vuestra libertad. Una vez dueños de vosotros mismos, no tendríéis ya necesidad de ejercitar vuestra mirada en el redondelillo negro o en cualquier otro proce-

dimiento. Habríéis adquirido una ventaja que nada os hará perder. Consideraríéis a vuestros ojos como un inagotable manantial de energí­a. Y os agradará poner esa energí­a al servicio de todos los que la necesiten. ¡ Ojalá sea dulce y beníévola vuestra magnetización!... Sobre todo beníévola.

Resumen

«Llevas escrito en la frente tu discurso; lo he leí­do antes que empieces a hablar», decí­a Marco Aurelio. Y si la frente es reveladora hasta ese punto, quíé decir de los ojos?

Los ojos contienen el alma toda, y por ellos, más aún que por la expresión del rostro, se puede, si realmente se es observador, conocer lo que se encuentra escondido bajo la frente del interlocutor, diagnosticar sus sentimientos, sus sensaciones; más todaví­a, el fondo mismo de su pensamiento, esas ideas innatas que son para el espí­ritu lo que las herencias fí­sicas son para nuestro temperamento. Los ojos son los reveladores de toda la vida psí­quica; son dos ventanas luminosas cuya forma importa poco desde el punto de vista del espí­ritu; su verdadera belleza no está en su forma; está en la bondad, en la gracia, en la serenidad que por ellos se descubre; o bien, por el contrario, descubren la fealdad de malas pasiones, en contenidos o involuntarios relámpagos. En una palabra, no es la forma de la arquitectura, es el vergel revelado por la ventana lo que nos interesa, cuando queremos estudiar a un sujeto. Luego es de absoluta necesidad que aprendamos a observar la mirada de los demás ; pero en lo que nos concierne a nosotros, lo mejor que podemos hacer es educar cuidadosamente la nuestra.

Como ya hemos dicho, la vista exterioriza nuestra verdadera personalidad ; la mirada saca a la luz toda nuestra vida í­ntima. La palabra puede mentir ; puede ultrajar el í­ntimo sentimiento del que quisiera ocultarla por pudor o por duplicidad ; la mirada propende a la franqueza : habla cuando los labios se cierran.

Ya sean los ojos azules, castaños o negros, ya tengan el color del sol o el de la tempestad, todos poseen su encanto particular, que da, generalmente, todo su carácter a la fisonomí­a. Hay miradas duras como el acero que parecen penetrar en el alma, buscar en ella, con una brutalidad quirúrgica, lo que convendrí­a ocultar; que intentan imponer a otras miradas dulces, acariciadoras, y más díébiles una voluntad despótica. Hay ojos suaves y humildes, que parecen entregados sin defensa a una voluntad absorbente. Hay ojos que rí­en; otros que confiesan, con doloroso pudor, el secreto de tormentos infinitos; otros imploran nuestra ayuda, se abandonan con conmovedora confianza a los que parecen poder sostener su dolor. Tambiíén los hay que huyen, se disimulan, tiemblan, no pueden soportar la mirada, semejantes en ello a la mirada de los animales dañinos que no pueden aguantar la poderosa mirada del hombre. Tales ojos, por lo general, desagradan, nos imponen una sensación de desconfianza y de temor. Otros, en cambio, por su belleza, por su gracia reidora o triste, cautivan, atraen, seducen, realizan, en una palabra, la frase de Salomón : «Has prendido mi corazón en una mirada de tus ojos.»

Los más hermosos ojos, no teniendo en cuenta más que su forma, no siempre son los más magníéticos. Hay muchas lindas ventanas que dan sobre paisajes sin horizonte y sin belleza. Lo que requiere el psiquiatra de los ojos que le interesen, es la mirada, manantial de tranquila y soberana fuerza. Para tener dicha fuerza, es preciso que la mirada sea recta, que exprese la honradez, que irradie el altruismo. El punto capital es la energí­a, dirigida por la rectitud y por la pureza de las intenciones.

Adquirir esa fuerza magníética de la mirada es uno de los primeros fines del psiquista principiante. Los productos de belleza no tienen nada que hacer aquí­; no hay necesidad de kohol ni de otras cosas; no se trata tampoco de aquellos procedimientos hipnóticos que dan a la mirada una dureza casi feroz. Lo que hace falta es obtener un brillo suave; un velado fuego, que luzca sin cegar; una dulce firmeza a igual distancia de la arrogancia que de la timidez.

La mirada, así­ entendida, exterioriza el dominio de sí­ mismo, la calma, la confianza, el optimismo; no ya un regocijo mojigato y sin motivo, sino un optimismo ponderado, basado en la razón. Hay que huir de esa mirada fascinadora que subyuga o quiere subyugar. No revela una verdadera energí­a. La fuerza verdadera es libre y no quiere someter a los demás.

Adquiriríéis si lo queríéis con constancia y aplicación esa mirada magníética impregnada de dulzura y de fuerza. Como ya os hemos dicho, ejercitadla mirando fijamente a un negro circulillo que habríéis puesto en la pared, al alcance de vuestra vista, sin que sea necesario levantarla o bajarla exageradamente. Miradle primero de frente, luego oblicuamente, una vez a la derecha y otra vez a la izquierda, para engrandecer tanto como sea posible vuestro campo visual. Cuando vuestra mirada no vacile ya, ejercedla en el teatro, en un salón, en un tranví­a, en la calle. Teniendo cuidado de elegir una persona sensitiva, sirviíéndoos para ello de los indicios exteriores que os hemos enseñado, veríéis como vuestra mirada deja sentir su acción magníética.

Dicha mirada magníética no solamente será para vosotros el instrumento de curiosas experiencias; será sobre todo una cantera de íéxitos en todas las situaciones de la vida. Cuando hablíéis a alguno para hacerle compartir vuestra manera de ver un asunto, mirad a vuestro interlocutor en el arranque de la nariz, entre ambos ojos; comprobaríéis primeramente si tal atención os impide dispersar vuestras ideas, si las concentra y las hace más eníérgicas. Además, vuestra mirada fija ahí­ de ese modo, hace penetrar vuestra convicción en la persona a quien habláis. Es un excelente medio de sugestión.

Nunca olvidíéis este punto esencial : mientras que la mirada hipnótica es dura, brutal, inquisitiva, domina con arrogancia, y procura, sobre todo, hacerse obedecer, hiriendo los sentimientos y penetrando con violencia en la intimidad del pensamiento, la mirada magníética está llena de dulzura y sostenida por cierta majestad. Es conveniente, para que ejerza toda su potencia, que se acompañe con un porte noble, con gestos mesurados, con viva inteligencia. La mirada magníética no quiere mandar sino convencer para hacerse útil. Ha de representar, pues, una fuerza en reposo, apacible, siempre segura de sí­ misma, siempre confiada en el porvenir.



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