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Autor Tema: Comienza a deconstruirse el mito: el largo plazo no siempre es rentable  (Leído 500 veces)

Zorro

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Comienza a deconstruirse el mito: el largo plazo no siempre es rentable

Si usted ha hablado recientemente con su asesor bursátil sobre el -seguramente deprimente- estado de sus inversiones en renta variable, habrá escuchado con toda probabilidad esta frase: "No se preocupe, en bolsa hay que invertir a largo plazo, y a largo plazo siempre es rentable". Repetir mucho una frase no la convierte en verdad. Eso es lo que ocurre con la que asegura que, a largo plazo, la bolsa siempre genera beneficios a los que invierten en ella.

No es que sea un gran consuelo cuando los números rojos se acumulan en su cartera y, además, y como dijo John Maynard Keynes, "en el largo plazo todos estaremos muertos". Lo peor de todo es, sin embargo, que la frase ni siquiera es cierta. Es un mito que ya hace tiempo que perdió su vigencia para los inversores japoneses -ver información adjunta en la página siguiente-, y que ahora tambiíén están empezando a deconstruir los españoles.

El primer paso para su disección, obviamente, es determinar con exactitud quíé es el largo plazo. Tomando prestada la definición que se usa en el mercado de la deuda, un bono a largo plazo es todo aquel cuyo plazo de vencimiento sea superior a un año. Pero teniendo en cuenta que, más allá de los doce meses, existen emisiones de renta fija pública que van desde los tres años hasta los 30, pasando por los cinco y los diez ejercicios se hace imprescindible acotar mucho más el plazo. Tres años son seguramente demasiado pocos, y si se toman los 30, el riesgo de que la máxima de Keynes se haga más real de lo deseable se eleva exponencialmente. Además, el bono a 10 años es uno de los más populares, y el que se acepta como referencia en los mercados. Así­ que, definitivamente, y al menos para esta ocasión, el largo plazo equivale a 10 ejercicios.

Para el que prefiera los atajos, hay una forma rápida de llegar a la conclusión de que, incluso en el largo plazo, la bolsa puede darle a uno más sustos que alegrí­as. Basta con mirar los í­ndices de referencia de los principales mercados y comparar su cierre de 2008 con el de 1998. El Ibex 35, el indicador que sirve de guí­a a las bolsas españolas, cedió un 6,51 por ciento en ese periodo. Y eso que no le fue tan mal como a otros: el Ftse 100 londinense se dejó un 24,6 por ciento y el Stoxx 50, que reúne a las mayores compañí­as de la zona euro, un 26,8 por ciento. Tampoco el Dow Jones se salva de la quema: el í­ndice más tradicional de Wall Street perdio un 4,4 por ciento de su valor en la díécada. Mito cazado, que dirí­an en un popular programa de televisión.

No tan rápido...
Lo malo de los atajos, sin embargo, es que a veces no llevan al destino deseado. Y algo parecido ocurre en este caso. Un í­ndice sirve, como su propio nombre hace suponer, para aportar indicios. Permite al inversor aproximarse, de forma muy certera, al comportamiento general del mercado al que represente. Ya sea uno nacional, como el Ibex 35, o a varios de la misma región, como el Stoxx 50.

Pero, ¿es posible -en el caso de que fuera deseable- invertir siguiendo milimíétricamente la composición de uno de estos í­ndices?

En la teorí­a, sí­. Pero la microgestión de la cartera serí­a tan exigente, tan minuciosa, que en la práctica es casi inviable. La composición de los í­ndices se revisa cada cierto tiempo -semestralmente, en el caso del Ibex 35-, y además la ponderación de cada uno de sus valores se modifica cada dí­a, en función de los cambios que cada sesión provoque en la capitalización de las compañí­as. Si un inversor tuviera que replicar diariamente estos pequeños cambios, el gasto en comisiones por cada operación serí­a ingente.

Existe la alternativa de los fondos de inversión indexados. Es decir, aquellos que replican la composición de un í­ndice. Pero tampoco permiten seguirlo a pie juntillas. Este tipo de fondos no puede colocar más de un 10 por ciento de su patrimonio en un mismo valor. Y, por ejemplo, la ponderación de Telefónica en el Ibex 35 al cierre del viernes estaba muy cerca del 23 por ciento del total del selectivo.

En resumen: que los í­ndices sirven para conocer la salud general de una bolsa, pero no la de una cartera concreta de inversión. Y que para conocer realmente el íéxito o el fracaso de la inversión de un particular en renta variable a largo plazo, lo más adecuado es comprobar el comportamiento individual de cada uno de los valores en los que colocó su dinero hace diez ejercicios.

Pocos grandes valores
En España, la gran mayorí­a de la inversión realizada por pequeños ahorradores se concentra en un puñado de grandes valores. La integración progresiva de las que hace dos díécadas eran las siete mayores entidades bancarias en dos grandes grupos financieros ha reducido el abanico de opciones disponibles para el inversor y ha dejado a Banesto, que todaví­a hoy cotiza, en un papel muy secundario: la mayor parte de sus acciones están en manos de Santander. Además, la compra de Endesa por Acciona y Enel dejó a la elíéctrica sin apenas presencia en el parquíé -hace diez años era uno de los valores más lí­quidos-.

Y, por otro lado, algunas de las mayores compañí­as cotizadas de la actualidad, como Inditex, Banco Sabadell y Red Elíéctrica, todaví­a no habí­an dado el salto al parquíé al cierre de 1998. Eso deja un total de cinco grandes valores que ya se negociaban en bolsa hace una díécada y que hoy suponen el 65 por ciento del peso total del Ibex 35: Telefónica, Santander, Iberdrola, BBVA y Repsol YPF -ordenados por tamaño-.

Por tanto, conocer la rentabilidad de este repóquer de ases es un termómetro mucho más fiable que la simple evolución de un í­ndice para conocer si la inversión a largo plazo es o no rentable.

Pues bien: Telefónica cerró 2008 a 15,85 euros, frente a los 10,03 euros de hace una díécada. Una subida del 58 por ciento. Y no sólo eso. Si un inversor ha mantenido las acciones de la teleco en su cartera durante los diez ejercicios, habrá ingresado anualmente el pago del dividendo con cargo a los beneficios de la compañí­a. En el caso de Telefónica, 3,97 euros por cada uno de los tí­tulos. Sumando el precio del 31 de diciembre y la retribución al accionista, por cada tí­tulo que un inversor comprara a 10,03 euros hace diez años, hoy tiene en su poder 19,82 euros. Prácticamente el doble. No hay duda de que parece una inversión de lo más rentable.

Los accionistas de BBVA (en 1998 todaví­a BBV, sin la A que le sumó la integración de Argentaria) no fueron tan afortunados. El precio de la acción más el importe de los dividendos cobrados, al cierre de 2008, sumaban 13,37 euros. Exactamente el mismo precio al que cerró diez años antes. No hay rentabilidad, pero al menos no hay píérdida de dinero. Y es un caso extremo, perjudicado además por la severa crisis que golpeó al sector financiero el año pasado, tras el estallido de la burbuja crediticia y las píérdidas provocadas por las hipotecas basura. Iberdrola, Repsol YPF y Santander rentaron al inversor un 114, un 37 y un 32 por ciento, respectivamente, en el mismo periodo. Desde este punto de vista, y al contrario de lo que invitaban a pensar los í­ndices, el largo plazo sí­ da buenos resultados.



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