PABLO PARDO
¿En quíé se parecen Michigan y Asturias? En ambos territorios, un monocultivo industrial ha entrado en crisis. Los remedios aplicados han sido opuestos. Los resultados, catastróficos en los dos.
En EEUU dejan caer a las empresas con poco o ningún apoyo público, salvo en casos como el actual (o Chrysler en los 70) en que la situación es verdaderamente espantosa (George W. Bush, en un alarde de cinismo, protegió a la siderurgia en 2002 para que los republicanos ganaran las legislativas de aquel año, pero íése fue un caso excepcional). Asturias ha recibido chorros de dinero público, sobre todo de la UE, y no hay que olvidar que una de las dos grandes industrias -la minera- era fundamentalmente pública, y que la otra -la siderúrgica- lo fue hasta hace una díécada. En ambos territorios -Asturias y Michigan-, los sindicatos son muy fuertes.
Pero en EEUU, al contrario que en España, algunos sectores industriales (como la automoción, que domina en Detroit) tienen al enemigo en casa en la forma de planes de pensiones de empresa. A medida que la plantilla se jubila, los costes de las pensiones se disparan. Hace tres años General Motors tenía que pagar a 3,2 dependientes las pensiones y la sanidad por cada trabajador en activo. Esa situación, que estaba a punto de hundir a las empresas del motor de EEUU, se acabó hace un año y medio, cuando íéstas segregaron sus planes de pensiones. Pero eso es lo que explica que los sectores tradicionales y altamente sindicalizadas de EEUU -como la siderúrgica y ahora la de la automoción- hayan desaparecido del país: no es ningún elemento mágico del dinamismo estadounidense, sino que las empresas de esos sectores habían dejado de ser industrias para transformarse en Seguridades Sociales en quiebra.
Pero, en el fondo, los resultados son los mismos. Michigan y Asturias están desapareciendo del mapa económico de sus países. Se han convertido en territorios para jubilados. Y todo, por depender de un solo sector (la automoción en Michigan) o de dos en Asturias (la siderurgia y la minería). Tanto en Michigan como en otras regiones del 'Rust Belt' (el 'Cinturón del í“xido', es decir, la extensa zona que va desde Nueva York hasta casi Chicago, en la que se concentraba la producción industrial de EEUU), la mentalidad es, en cierto sentido, similar a la asturiana. El espíritu emprendedor de los estadounidenses brilla por su ausencia. La gente sigue mostrando una confianza suicida en que los buenos viejos tiempos volverán.
Es algo un poco trágico, porque en ambos lugares hay una mano de obra bien preparada y con experiencia. Lo que no hay es capacidad de adaptación. El Estado de Michigan -un territorio glacialmente frío, pero muy bonito que, de hecho, recuerda a Asturias sólo que llano y con infinidad de lagos- ha lanzado patíéticos esfuerzos para atraer, por ejemplo, a la industria del cine. En Asturias está la proliferación de parques empresariales y de polígonos industriales como muestra de los esfuerzos inútiles para acabar con la crisis.
Es cierto que en Asturias no hay ciudades devastadas. Ciudades como Detroit, donde se venden casas a 75 euros, serían impensables en España. Pero eso se debe a una cuestión cultural: los españoles nunca toleraríamos las diferencias sociales ni el grado de desintegración social que se da en EEUU, no a que seamos mejores gestionando las crisis. Por otra parte, los estadounidenses tienden a preferir que el Estado se mantenga al margen de la iniciativa privada. Eso ha hecho que la crisis de Detroit, en general, le haya salido más barata a los contribuyentes, incluso a pesar de la nacionalización de Chrysler y General Motors.
Así que, si alguna región tiene un monocultivo industrial, más le vale echarse a temblar.
Eso sí: Asturias es mucho más bonita que Michigan. Por lo menos, sus ciudades. De hecho, me recuerda lo que el músico británico Kevin Ayers decía del pueblo mallorquín de Deia: "El cementerio más bonito del mundo".
Al menos, íésa es mi opinión. Una opinión cimentada más en la experiencia que en los datos, eso es cierto. Claro que a fin de cuentas yo recuerdo cómo el Premio Nobel de Economía Gary Becker dio a mediados de los noventa una conferencia en el Hotel Ritz patrocinada por el Instituto de Libre Comercio (Idelco) en la que defendió la flexibilización de los horarios comerciales basándose sola y exclusivamente en su experiencia personal en Chicago (su tesis era que a medida que las mujeres se incorporan al mercado laboral, necesitan más tiempo el fin de semana para hacer la compra; ni que decir tiene que aquello era música celestial a Idelco).
Así que escribo precedido por tan ilustre antecedente, científico y bloguero. Porque experiencia personal me sobra. Hasta los 18 años viví en Gijón, y casi toda mi familia anda por allá, así que conozco esa comunidad un poco. Tambiíén tengo cierta experiencia en cuanto a las regiones en crisis de EEUU. En mi primer viaje a este país, en 1996, pedí visitar una zona industrial en declive. El Departamento de Estado, en un alarde de objetividad, me llevó a Homestead, un pueblo a las afueras de Pittsburgh, en Pennsylvania. Lo que allí vi fue sencillamente espeluznante.
El cierre de las siderurgias había provocado una crisis tal que el Ayuntamiento se había quedado sin dinero para pagar la factura de la luz, así que la elíéctrica local había cortado el suministro y los semáforos de Homestead no funcionaban. La comisaria había sido cerrada, y los vagabundos vivían en ella. Mi conductor, un cubano-americano llamado Jesús Jimíénez, se negó a que entráramos en coche en el pueblo porque "íéste es uno de esos sitios donde te pegan un tiro y te roban el coche".
Desde entonces, he perdido la cuenta de cuántas veces me ha tocado ir a Cincinnati y Cleveland, en Ohio, dos ciudades en las que la regla numero uno es no salir de noche a la calle si no se sabe bien por dónde se anda. Y la semana pasada cerríé ese ciclo con Detroit, la ciudad en la que venden casas a 75 euros. El 'Cinturón