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Autor Tema: ¿Quiíén quiere un hipopótamo... bueno, dos?  (Leído 438 veces)

Orpheo

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¿Quiíén quiere un hipopótamo... bueno, dos?
« en: Julio 14, 2009, 08:48:02 am »
S. HERNíNDEZ-MORA desde Bogotá
13 de julio de 2009.- Los dan gratis, le ayudan a trasladarlos a donde usted quiera si no es fuera de estas fronteras, les garantizan que no se los pedirán nunca de vuelta y encima usted queda como un híéroe que salvó de la muerte segura a unos animalitos salvajes. Es más, hasta puede ser el primer paso para que le entreguen más hipopótamos porque, según cuentan, los tienen a raudales y no saben que hacer con ellos.

La historia comenzó hace dos años largos. Bueno, en realidad hace mucho más, cuando el capo di capi, Pablo Escobar, decidió montar un zoológico con todas las de la ley en su famosa Hacienda Nápoles, allá por los ochenta. Importó en toda regla animales de ífrica, les dio tanto terreno como necesitaban para moverse a sus anchas y construyó doce lagos artificiales perfectos para unos cuantos hipopótamos.

Pero al mafioso lo acribillaron a balazos un diciembre y cientos de personas saquearon los restos de su imperio. En la Hacienda citada, la más querida por íél, redujeron a escombros el chalet en busca de zulos donde se suponí­a que guardaba millones de dólares. Lo mismo hicieron con otros lugares y varios zoos se llevaron los animales que pudieron. Pero dejaron un grupito de hipopótamos a su libre albedrí­o.

En Puerto Triunfo, el municipio donde se encuentra la finca, a orillas del rí­o Magdalena, en el centro del paí­s, hace un calor de cuidado y crece la hierba, así­ que los hipos no tuvieron problemas para vivir tranquilos. Sólo quedó una familia de agricultores desarraigados al cuidado de lo que quedaba, que se acercaba a los lagos para curiosear de vez en cuando.

Esta periodista fue con un fotógrafo en el 2003, y me pasíé un par de horas tirando piedras a los nueve hipopótamos que entonces habí­a para que abrieran la boca y las fotos salieran bonitas. No nos hicieron ni caso y nos olvidamos de las bestias. Hace dos años alguien lanzó una alerta: dos de los bichos se habí­an escapado de la Hacienda, donde, por cierto, no habí­a ni una mí­sera reja alrededor de las lagunas, para nadar en las caudalosas aguas del Magdalena.

Los pescadores que se topaban con ellos, salí­an espantados, pero volví­an a sumergirse en algunas aguas solitarias y se olvidaban de ellos. Algunas Corporaciones medioambientales, responsables de proteger fauna y flora en sus regiones, comenzaron a buscarlos sin íéxito. Hasta que la revista local Don Juan, los encontró hace unos dí­as. No eran dos sino tres, papá, al que bautizaron como Pepe, mamá y un bebíé. En lugar de celebrar el hallazgo, terminaron lamentándolo.

Nada se les ocurrió mejor a la Corantioquia, departamento a donde fue a parar el trí­o, y al Ministerio del Medioambiente, que autorizar su caza. Convencieron al Ejíército para que les ayudaran y antes de que alguien detuviera la salvajada, acribillaron al macho. La foto del pater familias rodeado de orgullosos soldados, generó una avalancha de crí­ticas.

Es que son un peligro para la salud humana porque contagian incontables enfermedades, es que pesan tanto que acaban con los fondos del rí­o, es que atacan porque son muy agresivos, es que a donde llegan se acaba la fauna autóctona colombiana, llegaron a decir, y los hipos son extranjeros... El cúmulo de desastres que enumeraron los directivos del citado organismo fueron tantos y tan peregrinos, que resultaron inocuos. En lugar de avivar la cacerí­a, despertó la solidaridad entre la población, incluso entre los aldeanos que los avistaron. Tuvieron que suspender la caza y ponerse a buscar como locos hogar para hembra y la crí­a.

El zoológico de Pereira, que ya tiene dos machos, está dispuesto a aceptarlos pero requiere una fuerte inversión. Y las autoridades colombianas anunciaron que escuchan otras ofertas, no sólo por los fugados, sino porque ahora dicen que los nueve hipopótamos que esta periodista contó y que eran los únicos que entonces habitaban en la Hacienda Nápoles, se han multiplicado hasta los veintisíéis. Si a alguien le caben en la bañera o en la piscina y siente que su deber es ayudarlos, ya sabe, que los pida en adopción.



En individuos, la locura es rara; en grupos, partidos, naciones y épocas, es la regla", Nietzsche.