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Autor Tema: La Riviera de EEUU (II): Inmigrantes en los Hamptons  (Leído 377 veces)

Orpheo

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La Riviera de EEUU (II): Inmigrantes en los Hamptons
« en: Agosto 21, 2009, 03:00:55 pm »
Pablo Pardo | Montauk (East Hampton)
Un tercio de los nacidos en Martha's Vineyard, la isla a la que va a ir de vacaciones Barack Obama la semana que viene, son hijos de brasileños. No síé en los Hamptons, pero lo cierto es que en esa zona, todaví­a más exclusiva que Martha's Vineyard, hay una más que considerable población de hispanos. De hecho, en East Hampton —la 'capital' de los 'nuevos ricos' de la región, como contraposición a South Hampton, donde está el 'old money', o 'dinero viejo', es decir, la gente adinerada 'de toda la vida'— el 31% de los niños matriculados en las escuelas son de origen latino.

Los latinos que llegaron hace poco menos de una díécada para trabajar han introducido un cierto toque de diversidad en una región que hasta los años 70 era totalmente blanca. Estaba tan aislada que en algunas comunidades habí­a bastante consanguinidad (lo mismo que en Martha's Vineyard).

Los latinos no hacen ruido, en parte porque muchos no tienen los papeles en regla. De hecho, los vecinos de la zona hablan de explotación de los 'ilegales' por los 'legales'. Hay historias bastante duras sobre casas en las que viven hasta 20 personas hacinadas. Por la mañana, esos inmigrantes salen en furgonetas con sus uniformes de empresas de limpieza que son a su vez propiedad de otros inmigrantes que residen legalmente, a limpiar los sitios por los que los multimillonarios de Wall Street y Hollywood pasearan por la noche.

La discreción de los latinos contrasta con la de otros inmigrantes. Por ejemplo, en Montauk el negocio de los taxis en verano está copado por estudiantes universitarios de la República Checa y de Eslovaquia, que vienen, en una ilegalidad más que notable, con visados de turista y están trabajando dos meses antes de volver a sus paí­ses de origen.

En los ochenta y noventa vení­an chicos de Irlanda, aprovechando los ví­nculos familiares, porque gran parte de los habitantes de los Hamptons proceden de ese paí­s. Tambiíén hay una floreciente comunidad rusa. Y una inmigración estacional en verano de jamaicanos, que siguen la misma ruta migratoria que las ballenas yubartas y los 'surferos' de Montauk: los Hamptons en verano, el Caribe en invierno (los jamaicanos, me temo, hacen esa migración en peores condiciones que los cetáceos y los surfistas).

Ahora, todos los inmigrantes de los Hamptons están sufriendo. Como me decí­a el sábado por la tarde Kenny Giustino, el dueño del periódico local de Montauk, el Montauk Sun, "la gente sigue viniendo tanto como antes de la crisis de las subprime, pero ahora gastan menos". El jueves, una taxista de East Hampton me comentaba, con esa pasión por las estadí­sticas (o, por utilizar el argot económico, 'los míétodos cuantitativos') que fascina a los estadounidenses, que sus ingresos han caí­do un 20% los fines de semana y un 50% entre semana.

A los hispanos no sólo les afecta la caí­da de la actividad económica. Tambiíén el hecho de que la crisis ha forzado a recortar las ayudas sociales en la región. Acosado por la crisis, el Ayuntamiento de East Hampton ha eliminado prácticamente todo su presupuesto en ese capí­tulo.

Cuando uno piensa en los problemas de los inmigrantes no puede dejar de reflexionar acerca de las paradojas de los Hamptons. Un ilustre residente, Roger Waters, tiene en la vecina Nueva York una casa para el invierno de más de 10 millones de euros (tambiíén tiene una casa en Grecia que creo que ha visitado 3 veces en 30 años). Otro, Peter G. Petersen, del fondo de capital-riesgo Blackstone, acaba de vender su casa aquí­ literalmente porque a su mujer le molestaba el ruido de las olas, por 56 millones de dólares (a cambio, se ha comprado otra que creo que es todaví­a más cara). Petersen y Waters viven en otros Hamptons, a miles de años luz de los de los latinos, los eslovacos, los jamaicanos, los checos y los rusos.


En individuos, la locura es rara; en grupos, partidos, naciones y épocas, es la regla", Nietzsche.