PABLO PARDO desde Washington
29 de septiembre de 2009.- Uno de los problemas de los españoles es lo píésimamente mal que vendemos a nuestro país. Otro, que somos sectarios por naturaleza o, como dice Javier Krahe, "un país de gritos iracundos". Un buen ejemplo ha sido la 'cumbre' de Pittsburgh. España todavía tiene un estatus ambiguo en el G-20. Financial Times se ha referido a nosotros como "observadores". Y es que, en cualquier caso, no estamos oficialmente en el G-20, aunque parece improbable que nos vayan a echar. En todo caso, a mí me sigue pareciendo que lo único que les interesa a los políticos españoles del G-20 es salir en la foto.
Y, además, nuestra agenda en Pittsburgh ha salido un poco vapuleada. Si bien es cierto que la reforma del FMI puede mejorar la representación de España en ese organismo (algo que es una injusticia histórica), será un logro de rebote, porque el objetivo primordial del cambio es dar poder a los emergentes. Por otra parte, la agenda 'verde' de Zapatero y su íénfasis en la creación de empleo (¿pero de quíé creación de empleo hablamos en España?) ha ocupado la tercera fila de temas tratados en Pittsburgh.
Sin embargo, España sí podría utilizar el G-20, al menos, para reforzar su prestigio internacional. Muchas de las medidas de supervisión bancaria que se han discutido en Pittsburgh son en gran medida un calco de las del Banco de España. Y, además, son medidas que el Banco de España ha puesto en práctica con Gobiernos del PP y del PSOE, lo cual indica que, a veces, los españoles somos capaces de no tirarnos los trastos a la cabeza.
¿Quíé le puede enseñar España al G-20? Aquí van algunas ideas:
El sistema de inspectores del Banco de España: funcionarios que se meten en las entidades y destripan sus números.
La prohibición de invertir en deuda colateralizada de hipotecas.
Las provisiones dinámicas, según las cuales las reservas de los bancos deben cambiar según cómo vaya el ciclo económico.